La regulación de los modales

por Elina Montes

     A partir del siglo XVII, y con el surgimiento de la novela, se difunden relatos con nuevos protagonistas y con temáticas que se alejan definitivamente de las narraciones épicas que entretenían y representaban a la sociedad cortesana. La novela es un género que se relaciona profundamente con la ciudad, el viaje y el comercio, sus aventuras y sus ritmos siempre cambiantes. Como tan acertadamente lo expresa Eagleton, la novela moderna es “ante todo, mundana. Retrata un mundo profano, empírico, y no un mundo mítico o metafísico”[1]. Entre las obras que ocupan un lugar de privilegio en la literatura de la modernidad, me gustaría detenerme brevemente en dos momentos que llegan hasta nosotros en su tensión antitética, el uno resolviendo con audacia y determinación lo que para el otro resultará en una derrota insalvable y dolorosa. Ambos se constituyen en la expresión significativa de lo que el Occidente europeo modeló como la representación del cuerpo de sus sujetos, lo que, a la vez que proclama una identidad compleja y compacta, delinea los límites de la aceptación del cuerpo del otro. El primer instante al que deseo referirme se relaciona con el primer encuentro entre Robinson y Viernes; el segundo es aquél en el que Gulliver se pierde definitivamente a sí mismo entre los houyhsnhnms. Los episodios son por demás conocidos, el que narra Defoe integra una obra que se considera como una de las piezas fundante de la novelística europea, publicada en 1719 Robinson Crusoe logra materializar las expectativas depositadas en las posibilidades de realización de la pequeña burguesía inglesa. Robinson no sólo se revela un individuo de temple, sino que es capaz de sostener y reproducir una serie de valores (morales y económicos) que definen el norte ideológico de la sociedad de la que proviene. Por otra parte, sólo pocos años después de la aparición de la novela de Defoe, en 1726, se publica Gulliver’s Travels de Jonathan Swift y el episodio al que hacíamos mención al comienzo cierra la serie de viajes maravillosos del protagonista y nos devuelve una mirada ciertamente poco esperanzada sobre ese mismo individuo que en Defoe se presentara como el modelo optimista del viajero y pionero colonial. Si bien el tema encierra una complejidad que no pretendo abarcar en estas líneas, quisiera, sin embargo, referirme a uno de los aspectos presentes en ambos episodios y que atañe a los individuos en relación con los alimentos, al cuerpo como receptáculo y sistema de procesamiento que, en tanto tal es resultado de una serie de prácticas consensuadas por una comunidad.

En El proceso de la civilización, Norbert Elias[2] describe de manera detallada la evolución en la que se conforma el sujeto de la modernidad en Europa, a través de una serie de modificaciones en las prácticas culturales que se expresan más drásticamente a partir de mediados del siglo XVI y hasta todo el siglo XVII. El historiador alemán ubica en la obrita de Erasmo de 1530, De civilitate morum puerilium[3], el punto de inflexión que dará origen a una serie de tratados de educación de las costumbres que se piensan para un público cada vez más extendido. Es significativo el hecho de que Erasmo escribiera para ese lector privilegiado que era el joven príncipe Enrique de Borgoña; este hecho podría hacernos pensar, en un primer momento, que la obra de Erasmo no difiere de los muchos escritos humanistas que se consagran a la educación de los jóvenes de la nueva aristocrática, sin embargo Elias resalta la particular oportunidad del texto erasmiano. El mismo estaría produciéndose en un momento de hondo cambio en los valores cortesanos que reclama, por ende, la necesidad de promover a mayor escala la circulación de normas prácticas de “urbanidad”[4]. Enrique de Borgoña se convierte, entonces, en el exemplum distinguido que sabe actuar cabalmente los consejos del maestro. A ese niño que resultará educado, discreto y hábil en el manejo de las situaciones deberán emular los cientos de niños, que unos treinta años más tarde de su publicación, leerían la obra como manual de higiene y compostura en los colegios. De la corte al aula, los modales marcarán cada vez más una estricta línea divisoria entre lo “apropiado” y lo “inapropiado”, relacionándose lo segundo más y más con un obrar poco honesto o de persona desclasada o ajena a una comunidad que se irá cohesionando e identificando en torno a un sistema calibrado de reglas de comportamiento[5].

Abriendo un breve paréntesis, quisiera señalar que podría considerarse inclusive no sólo un cambio en las sensibilidades sino también una variación en el énfasis entre ciertos preceptos erasmianos de 1530 y los que se indicaban, por ejemplo, en un escrito del siglo XIII de intención similar. Me refiero aquí a las normas conocidas como “Cinquanta cortesie da tavola” (cincuenta formas corteses en la mesa), reunidas en latín por el fraile Bonvesin de la Riva y difundido en la corte viscontea de la Baja Edad Media italiana[6]. En este último, se sugieren modales que acentúan la mejor interacción grupal y ponen de relieve el aspecto comunitario, donde el convite es tanto acontecimiento social como instancia de placer compartido; así los implementos no deben molestar al vecino, hay que prestar atención a que las damas sean servidas primero, etc. Notoriamente, las reglas de Erasmo realzan que el yo es el centro gravitacional de las miradas y, por lo tanto, necesita ser controlado en toda su gestualidad. En de la Riva, la octava cortesía reza:

“non riempire troppo la bocca e non mangiare troppo in fretta; l’ingordo che mangia in fretta, che mangia riempiendo la bocca, se venisse interpellato, faticherebbe a rispondere”[7]

Como vemos, el texto medieval sugiere la moderación, y no sólo porque esta es deseable, sino porque le permite al comensal intervenir de inmediato en la conversación, si esto fuese requerido. La norma, en Erasmo, se vuelve un elemento de control de los impulsos, válida en sí misma y que no requiere un justificativo ulterior:

“Algunos, apenas se han bien sentado, luego echan las manos a los manjares; esto es propio de lobos o de ésos que, como dice el proverbio, devoran de las trébedes las carnes aún no sacrificadas”[8]

Creo entender que éstos serían ejemplos menores que, sin embargo, pueden abonar aún más la tesis del historiador francés Robert Muchembled cuando afirma que el cuerpo medieval se entendía todavía como un organismo puesto al servicio de las fuerzas naturales (sus apetitos, sus deseos, sus necesidades), que la modernidad sujeta y domina mediante unos mandatos que trazan “une frontière nouvelle au nom d’un savoir-vivre opposé à la conception magique du corps humain”[9].

El mayor énfasis puesto en lo que Elias llama las “técnicas del comer” advierte en la obra erasmiana que se está operando una importante modificación en torno a los hábitos en la mesa, que –por contraste- reviste de tosquedad y vulgaridad los modos en que se había desenvuelto la sociedad cortesano-caballeresca. En ese sentido podríamos considerar el carácter epigonal –por ejemplo- de los episodios centrales de Sir Gawain and the Green Knight, un romance inglés del último tercio del siglo XIV, en los que se describen la caza, muerte y sangriento carneo de los venados que luego se servirán en el banquete. El crudo realismo con el que se describen la sangre y las vísceras de los animales contrasta con la sofisticación del código amatorio del que son portadores esos mismos caballeros que compartirán las presas rostizadas. Los artificios del cortejo no excluyen la brutalidad de la cacería:

Then they slit open the slot, seized the first stomach,
Scraped it with a keen knife and tied up the tripes,
Next they backed off all the legs, the hide was stripped,
The belly broken open and the bowles removed
Carefully…

[…]
On one of the finest fells they fed their rounds,
And let them have the lights, the liver and the tripes,
With bread well imbrued with blood mixed with them …[10]

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Por otra parte, no es posible pensar una historia de las modalidades de sujeción del cuerpo que excluya la superabundancia de ingesta de los gigantes rabelaisianos y la relación que el autor francés traza entre la satisfacción de los apetitos y la felicidad social. Más allá de lo profusamente analizado por Bajtin[11] que, al considerar la incidencia de la cultura popular en la obra, señala que es “difícil trazar una frontera precisa entre [las imágenes del banquete y el cuerpo del grotesco], a tal punto están orgánica y esencialmente vinculadas”[12], es mi deseo volver a lo anotado por Auerbach en su ensayo “El mundo en la boca de Pantagruel”[13]. Auerbach, en efecto, prefiere subrayar la vecindad de la obra de Rabelais con otras que, en el período, abordaron de muy diferente manera, la imaginación utópica. En este sentido, varios momentos de la novela admiten ser pensados como una propuesta alternativa y jocosa al proyecto educativo erasmiano. Opción que permite pensar que los diferentes universos rabelaisianos expresan abiertamente la energía vital de una coexistencia eutópica, en la que el “no deber hacer” del precepto educativo formal se trastoca en el perturbador “fais ce que voudras” de Thélème[14], enunciado, este último que no puede prescindir del capítulo analizado por Auerbach en el que se relata la existencia feliz de una comunidad albergada en la boca del gigante. Posibilidad ésta última que surge de una voracidad que se vincula con lo poiético y con la necesidad de expresar un culto a lo orgánico que –entre otras cosas- no postula jerarquías entre perfumes y hedores, entre lo que puede ser visible y lo que debe ocultarse, entre lo vivo y lo muerto, entre el alimento y lo excremencial, que la modernidad convertirá en polaridades excluyentes.

La obra de Rabelais, revela la crisis del mundo medieval y de las prácticas que lo cohesionaban, que Muchembled llama “production de cérémonies (…) destinées à renforcer le lien sexuel ou social”[15] y que los nuevos códigos harán desaparecer, reemplazando la pulsión hacia el exterior de los rituales colectivos con una introspección regulada y vigilada. Una comedia de Shakespeare como As you like it, en la que están presentes los mismos tópicos del romance medieval, revela ya las reservas de Jaques, el personaje melancólico, que lamenta la pena del animal herido:

Under an oak whose antique root peeps out
Upon the brook that brawls along this wood.
To the which place a poor sequestered stag
That from the hunter’s aim had ta’en a hurt,
Did come to languish; and indeed, my lord,
The wretched animal heaved forth such groans
That their discharge did stretch his leathern coat
Almost to bursting, ant the big round tears
Coursed one another down his innocent noce
In piteous chase; and thus the hairy fool
Much markèd of the melancholy Jaques,
Stood on th’extremes verge of the swift brook,
Augmenting it with tears.[16]

Entre el romance medieval y los versos shakespearianos asistimos a una suerte de reacomodamientos de los sentidos y los sentimientos, en los que el acento sobre el dolor del venado viene a correr nuevamente la frontera cultural que define al animal humano y a sus prácticas sociales. En ambas obras el contexto inmediato es la mesa tendida para el banquete, en el escrito medieval matanza y carneo son parte del ritual del convite, tan obligado como el acecho amoroso a la satisfacción sensual. En la escena isabelina, el goce de los comensales puede (y debe) prescindir de los rigores del sacrificio animal: hay un mayor refinamiento que obtura la visibilidad de la violencia, a la vez que emerge una consideración inédita, que es la equiparación entre el sufrimiento del animal y el del ser humano[17]. Resulta de particular interés, al respecto, el estudio de Jean-Louis Flandrin[18] que traza un recorrido a través del refinamiento en la presentación de los alimentos que estaría operando un reemplazo de la “cantidad ostentativa” por la calidad. El autor,   apunta, asimismo, que para el comensal medieval el “efecto visual es tan importante como el sabor, o más”, y el léxico de los sabores incluye muy pocos términos (entre los cuales sobresalen “bueno”, “mejor”, “agradable”); a partir del siglo XVI este vocabulario va a expandirse notablemente, incluyendo –por ejemplo- palabras como “delicadeza”, “exquisitez”, “refinamiento”, “excelencia”, lo que da cuenta de una preocupación del orden de lo estético estrechamente vinculado con las “técnicas del comer”.

Por otra parte, hay otro término que comienza a circular con particular insistencia en el siglo XVI, haciéndose eco de las inquietudes de conquistadores y colonos acerca de la nueva realidad americana, me refiero a “caníbal”. Por supuesto, los antropófagos ya habían poblado los relatos medievales sobre tierras desconocidas, junto con seres imaginarios de formas híbridas y monstruosas. Pero para el siglo XVI el debate se instala ante el encuentro concreto de prácticas sociales diferentes. El caníbal, por supuesto, desborda la categorización levystraussiana crudo/salvaje vs. cocido/cultural por admitir la posibilidad de juicio acerca de los límites de lo humano y –a partir de las conclusiones que esto lleve- de las intervenciones que “regulen” las prácticas consideradas abyectas o aniquilen a quienes las ejerzan.

Hay dos textos ya canónicos e íntimamente vinculados entre sí que representan lo que caníbal pasa a significar para la sociedad occidental moderna, definitivamente un peligro más cercano del que relataban los libros de viajes fantásticos y que pone a prueba los múltiples rasgos que se conjugan –en una etapa de expansión territorial- para otorgarle a lo europeo una identidad cultural que se traduce, en la práctica colonial, en un conjunto de valores legitimantes que deben prevalecer e imponerse. El primero de los escritos a los que aludí es el ensayo “De los caníbales” de Montaigne, el segundo la obra The Tempest de Shakespeare, para el cual los efectos de lectura del filósofo francés se traducen en esa condensación semántica que es la figura de Cáliban. Montaigne reviste la antropofagia de un ritualismo sagrado que atañe al cuerpo del prisionero; los caníbales, dice “asan y comen todos de él, enviando algunos trozos a los amigos que están ausentes. Esto no es –añade- como podría creerse, para alimentarse, tal como hacían antaño los escitas; sino como símbolo de extrema venganza”[19]; Es un código de guerreros entre guerreros, la prerrogativa del vencedor. La anécdota sirve a Montaigne para trazar un paralelo entre lo que el europeo considera barbarie y las atrocidades que él mismo comete en pos de la conquista[20]. Al Cáliban shakespeariano no se le teme en tanto como cazador de carne humana, este podría ser un estadio anterior, que sin embargo subyace a la representación que de él se hace; es más bien un ser aborrecido por su aspecto exterior, al que –sin embargo- se juzga útil para la realización de las tareas más ímprobas, siempre que mantenga una adecuada distancia y pueda adquirir algunas herramientas lingüísticas que posibiliten la comunicación. Cáliban es, básicamente, el indígena expropiado y sometido (“Thou poisonous slave, got by the devil himself”[21]), al que se teme por su poder de reacción (la recuperación del territorio, la profanación de la mujer blanca) y al que Próspero reconoce –finalmente- como parte integrante de sí (pura materia exenta de espiritualidad, los bajos instintos, todo lo que se opone al arte –o la cultura-, thing of darkness).

Cáliban es el antecedente necesario en el imaginario al que apela Defoe en su Robinson Crusoe. Viernes tiene, sin embargo, algunas características a su favor: “tenía su semblante la suavidad y dulzura del hombre europeo”[22], es decir “no ese tostado feo, amarillo y repugnante de los indígenas” y de inmediato da “señales imaginables de sumisión, servidumbre y obediencia”. Robinson le enseña en primera instancia la palabra “amo” y acto seguido, ante la insinuación de Viernes de comerse a los enemigos muertos, le hace ver “el asco que aquello me causaba, simulando que vomitaba con sólo pensarlo”. Sólo después vestirá su desnudez y lo educará en las “cosas útiles” para “hacer de él un hombre de provecho, diestro y servicial”. Y esto último es algo que aprende Gulliver a lo largo de sus viajes, es decir, alcanza a ser puesto en diferentes situaciones de humillación y servidumbre, hasta aprender a verse a sí mismo como el aborrecible engendro de Shakespeare, un inmundo yahoo, con un “inelegante apetito por devorar cuanto se le pone delante, fueran yerbas, raíces, bayas, despojos de animales ya corrompidos, o todo ello junto y mezclado”.

Los alimentos, su significación ritual y social, sus modalidades de consumo se vuelven una metáfora visible de ese recorrido que Muchembled, tan acertadamente, llama “des corps violents aux corps soumis”, ya que ellos también se vinculan con la noción de falta y de diferencia que admiten la intervención.

The-Banquet-Of-The-Monarchs,-C.1599


[1] Eagleton, T. La novela inglesa. Una introducción. Madrid: Akal, 2009.

[2] Elias, Norbert. El proceso de civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. México: Fondo de Cultura Económica, 1979.

[3] Erasmo de Rotterdam. De la urbanidad en las maneras de los niños. Edición bilingüe en: http://www.ciao.es/De_la_urbanidad_en_las_maneras_de_los_ninos_Erasmo_de_Rotterdam__727901 (12-02-2011)

[4] Entrecomillo el término ya que el significado del mismo es particularmente importante en el análisis de Elias y a él volveremos más adelante.

[5] Resultan particularmente acertados los comentarios de Revel tanto al texto de Erasmo como a la interpretación de Elias. En efecto, en el ensayo “Formas de la privatización” señala por un lado la intención erasmiana  -pionera para el género- de dirigir el volumen especialmente a un público infantil y, por el otro, a la circulación del libelo entre los ámbitos educativos, prioritariamente protestantes. Cf.  Philippe Ariès y Georges Duby (comp.), Historia de la vida privada, Vol. 5, Madrid: Taurus, 1992.

[6] Bonvesin de la Riva era gramático y reconocido por sus obras literarias. Natural de Milán, estuvo bajo la protección de los Visconti y escribe De quinquaginta curialitatibus ad mensam a mediados del 1200, teniendo in mente informar y educar a los invitados de sus señores sobre las costumbres más refinadas que se esperaba supiesen observar durante los banquetes.

 

[7] “No llenes demasiado tu boca ni comas demasiado rápido; la persona voraz, que come rápido, que come llenándose la boca, si fuese interpelada, contestaría con dificultad” (la traducción es mía).

[9] Muchembled, R. L’invention de l’homme moderne. Culture et sensibilités en France du XVe. siècle. Paris: Fayard, 1988, p. 233 y ss.

[10] Anónimo. Sir Gawain and the Green Knight. Middlesex: Penguin Classic, 1974, pp.71-72. [Luego abrieron la apertura, tomaron el primer estómago, / lo cortaron con un cuchillo afilado y ataron las tripas, / luego cortaron por entero las patas y la piel fue rasgada. Luego abrieron el vientre sacando las entrañas con cuidado… // Sobre la más preciosa de las pieles alimentaron a sus perros, les ofrecieron los pulmones, el hígado y las tripas, mezclándolos con pan empapado en sangre…]

[11] Bajtin, M. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. Madrid: Alianza, 1987.

[12] Ibid., p.251.

[13] Auerbach, Erich. Mimesis. México: Fondo de Cultura Económica, 1979.

[14] Rabelais, F.Gargantúa y Pantagruel. Barcelona: Plaza y Janes, 1998 y http://www.gutenberg.org/files/1200/1200-h/1200-h.htm (7-03-2011)

[15] Muchembled, op.cit., p. 234.

[16] Shakespeare, W. As You Like It, II, i, 32-44. London: Macmillan, 2010. [Bajo un roble cuya vieja raíz / asoma al lado del arrroyo que murmura / por el bosque, y a su orilla vino a agonizar / un pobre ciervo solitario, herido / por certero cazador. Y, Alteza, / los gemidos del mísero animal / eran tan volentos que su piel / parecía que estallaba; las gruesas lágrimas / corrían lastimeras, una tra otra, por su cándido hocico; y el melancólico / Jaime observaba cómo el pobrecillo / aumentaba las aguas del arroyo / con su llanto. ]

[17] Esto está presente en las características que se atribuyen al dolor del venado, que se antropormorfizan, algo difícil de hallar entre los símiles medievales, que cumplían cabalmente con la preservación de las jerarquías de la cadena del ser, que distribuía lugares claramente diferenciados a las criaturas existentes..

[18] Flandrin, Jean-Louis. “La distinción a través del gusto” en Ariès y Duby op.cit.

[19] Montaigne, M. “De los caníbales” en Ensayos, vol. I. Madrid: Cátedra, 1998.

[20] “Bien podemos por lo tanto llamarlos bárbaros si consideramos las normas de la razón mas no si nos consideramos a nosotros mismos que los superamos en toda clase de barbarie.” Ibid., p. 273.

[21] Shakespeare, W. La tempestad. Ed. bilingüe. Madrid: Cátedra, 1994, p. 146.

[22] Defoe, D. Robinson Crusoe. Barcelona: Océano, 2002.

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Conversaciones inexistentes

Una lectura del Diario del año de la peste, de Daniel Defoe.

Por Marcelo Lara

Michel Foucault expresó en su clase del miércoles 15 de enero de 1975 que había “una literatura de la peste que es una literatura de la descomposición de la individualidad”[1]. En esa misma clase precisó que dicha literatura narraba el “momento en el que se cancela cualquier regularidad de la ciudad”[2]. Esta regularidad genérica de la descomposición, que ya aparecería en la Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucídides y atravesaría los tiempos hasta La peste, de Camus, fue llamada por el autor francés “el sueño literario de la peste”. Sin embargo, ese mismo miércoles, frente a esta cuestión Foucault advirtió que había otro sueño, “un sueño político en el que [la peste] es, al contrario, el momento maravilloso en el que el poder político se ejerce a pleno”[3]. La razón de traer aquí las palabras de aquella lejana mañana invernal del 15 de enero de 1975 tiene como fin alzar la mano a destiempo en el abarrotado recinto del Collège de France para preguntarle, profesor, si no cree que el “sueño orgiástico de la peste”, que señala usted como un rasgo de las literaturas visitadas por ese flagelo, no conviven en la ficción con el otro sueño que acaba de mencionar, el del momento en el que el poder político se ejerce a pleno. En este sentido, la duda que me genera su indicación es si no podemos, además de señalar esta “descomposición de la individualidad” en dichas literaturas, también pensar en las narraciones sobre las pestes, o al menos en algunas de ellas, el trabajo de una imaginación que se empieza a ocupar de sus sujetos en tanto seres vivos, una literatura que hace ingresar en el juego de su textura, tal como usted lo menciona en su Historia de la sexualidad 1, “un poder que tiene como tarea tomar la vida a su cargo [y que, para eso] debe cualificar, medir, apreciar y jerarquizar”[4]. En definitiva, la pregunta (que no es una pregunta, sino una propuesta) es si no podemos leer en esa literatura la convivencia de un momento en el que “las individualidades se deshacen y se olvida la ley”[5], con un “poder que se ejerce positivamente sobre la vida, que procura administrarla, aumentarla, multiplicarla, ejercer sobre ella controles precisos y regulaciones generales”[6].

Por ejemplo, el caso del Diario del año de la peste, la novela escrita por Daniel Defoe en 1722: aquí tenemos un texto que narra en primera persona la catastrófica plaga que arrasó la ciudad de Londres entre 1664 y 1665. Dicha obra del autor de Robinson Crusoe es una ficcionalización de los sucesos acaecidos durante esos años y, de alguna manera, también es el intento de una reconstrucción histórica de la infección que acabó con una quinta parte de las vidas de aquella ciudad. Usted recordará que el narrador se presenta como un testigo de la “Visitación” y que, debido a su fe en Dios y al temor a perder sus bienes, permanece en la ciudad durante el flagelo. De este modo, tiempo después, decide escribir lo sucedido con el fin de que su historia “pueda resultar útil a quienes vengan detrás [de él]”[7]. Yo pienso que, a través de la lectura que estamos llevando a cabo, en el texto del autor inglés la idea de administración y previsibilidad de las vidas como motores de la organización de Londres cobrarían plena presencia desde las primeras páginas. Fíjese que el narrador comienza su relato con una estadística de mortandad según los diferentes barrios de la ciudad, comparando la cantidad de entierros durante los primeros brotes de la epidemia con las estadísticas “de estos  [mismos] barrios [en los que] morían habitualmente, cada semana, entre cuatro y seis u ocho personas”[8]. Lo interesante de este relato es que, tomando en cuenta lo que usted ha venido observando en sus clases, la alarma por el incremento de la tasa de mortalidad está expresada a través de la publicación estrictamente semanal de las estadísticas de mortandad y que, además, aquellas, según se observa en la novela, eran procedimientos habituales anteriores a la peste. De hecho, el narrador explica que una de las primeras muertes que tendría las señales de la infección se dio a conocer en el mencionado boletín semanal (como habitualmente se hacía) y, a partir de allí, la población comenzó a inquietarse. En este sentido, me parece que frente a la idea de una literatura de la peste en la que los individuos aparecen en descomposición, las leyes son profanadas, etc., tenemos este texto de Defoe en el que se vería aparecer también una verdadera fiesta estatal de control frente al flagelo de la peste. Otras de las particularidades del Diario del año de la peste es que presenta una ciudad estrictamente dividida en barrios y una Casa del Ayuntamiento dedicada a intervenir en el problema desde cerca, metiéndose en las casas, controlando la circulación por la ciudad, organizando el entierro de cadáveres en ciertos horarios, acercándose a los cuerpos, observando detenidamente las costumbres, hábitos, formas de vida, creencias y luchando contra los diversos discursos no “científicos” que intentan aprovechar el flagelo para su interés privado. Es por eso que mientras lo escuchaba pensaba que lo que usted proponía (me refiero a la sustitución como modelo de control de la exclusión del leproso por la inclusión del apestado) podía ser, de alguna manera, leído también en la literatura de la peste. Es interesante ver cómo Defoe hace ingresar en su novela los procedimientos que la Casa del Ayuntamiento pone en marcha a partir del incremento de apestados. Me refiero al encierro de las familias en sus propias casas ante la noticia o la sospecha de que alguno de sus integrantes estaba o podía estar infectado. Si bien el relato no dejará de lado lo que usted denomina “el sueño orgiástico de la peste”, ya que también presenciamos algo de aquello que señala, por ejemplo, Artaud en su El teatro y su doble, es decir, la locura, la desintegración de los individuos, el robo, la ruptura de los lazos familiares, de la intemperancia, etc., al mismo tiempo el narrador reflexiona durante toda la obra sobre la legitimidad y utilidad de las ordenanzas para prevenir el contagio. La pluma del Diario del año de la peste se focaliza también en otro dispositivo de control que, si cabe, lo podríamos denominar con la palabra “aduana”. Para permitir o prohibir la salida de los individuos de la ciudad existía un documento confeccionado por un médico denominado “certificado de buena salud”. Uno de los requisitos excluyentes para atravesar los muros, para alojarse en una posada o para ingresar a otra ciudad, además del semblante, eran esos pasaportes clínicos emitidos por un médico. Hasta aquí, me parece, podemos ver en el texto de Defoe no sólo una representación orgiástica de la vida librada a la degradación de sus leyes, al desenfreno y a la locura, sino también un aparato estatal inclinándose sobre los sujetos en una situación en la que la vida se pone en primer plano debido a la tragedia que justamente se cultiva en esos mismos cuerpos y que circula por la ciudad. De todos modos, por supuesto, la literatura no es el tema de este curso, lo sé. Pero quería saber, a partir de la mención que usted acaba de hacer sobre el particular, si le parecía pertinente esta idea de hacer ingresar en la literatura sobre la peste también la fiesta estatal, quizás superpuesta al histórico sueño orgiástico de la peste, de la desintegración de las individualidades, etc.  

Nueve escenas de la peste, por John Dunstall (1644-1693)
Nueve escenas de la peste, por John Dunstall (1644-1693)

[1] Foucault, Michel. Los anormales. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económico, 2011, p. 54.

[2] Foucault, op. cit., p. 54.

[3] Foucault, op. cit., p. 54.

[4] Foucault, Michel. Historia de la sexualidad 1: la voluntad del saber. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2011, p. 136

[5] Foucault, Los anormales, op. cit., p. 54.

[6] Foucault, Historia de la sexualidad 1: la voluntad del saber, op. cit., p. 129.

[7] Defoe, Daniel. Diario del año de la peste. Buenos Aires: Brújula, 1969, p. 15.

[8] Defoe, op. cit., pp. 9,10.

Reescritura y colonialismo : Aimé Césaire lector de Shakespeare

por Lucas Margarit

La obra The Tempest de William Shakespeare fue escrita en 1611 para la corte. Es evidente que se entronca con el motivo del poder político ya que nos muestra claramente dos generaciones de nobles y auspicia buenos augurios a la nueva pareja de jóvenes –y herederos-, Ferdinand y Miranda, quienes en el futuro ostentarán el poder. Sin embargo, distintas problemáticas, como el poder, la noción de representación en sus diferentes niveles, la magia o el lenguaje, entre otras, se entrelazan en una obra que es de las más complejas de este autor.

une-tempete-3Es esta la última obra que escribe Shakespeare en solitario y puede pensarse tanto como un testamento poético, es decir como un repertorio de las preocupaciones estéticas del autor, como una obra donde se manifiestan sus reflexiones acerca del poder y de la política, tal como lo hizo anteriormente sobre todo en las piezas históricas. La trama de The Tempest vacilará de un extremo a otro, desde los problemas acerca de la representación hasta los que plantea la usurpación de un trono, en este caso, de Milán, que bien podría asimilarse al inglés.

Asimismo, deberíamos contemplar entre estos dos extremos uno de los conflictos más importantes de este período y también de la obra shakesperiana: la relación entre Naturaleza y Civilización. Shakespeare, como es habitual, se nutre de diferentes fuentes y las reelabora para exponer sus objetivos dramáticos. Entre estas fuente vamos a tener en cuenta una serie de relatos y crónicas marítimas acerca de la expansión colonial inglesa, específicamente un viaje llevado a cabo en 1609 hacia Virginia, en el norte de América, por una tripulación liderada por Sir Thomas Gates que se creyó perdida. Sin embargo, luego de sobrevivir y convivir con nativos en una isla de las Bermudas, regresan a Inglaterra en el año 1610, donde narran su experiencia en ese ámbito salvaje y natural. Lo que no deberíamos dejar de lado, es que incluso esos relatos estarán contaminados por el pensamiento europeo, con lo cual esa experiencia narrada será absolutamente parcial. Por ello, frente a esto se tejieron numerosas versiones acerca de los nativos y de las consecuencias, tanto positivas como negativas de su llamado “estado salvaje”, es decir de su vida natural.

Este tipo de relatos ya nos permite entrever la tensión que se crea en la opinión pública y, luego en la obra de Shakespeare que estamos tratando, entre Naturaleza y Civilización; sin embargo la inclusión de fragmentos del ensayo “De las Caníbales” de Montaigne nos anticipa que la perspectiva que nos ofrecerá Shakespeare no será claramente unívoca, sino que, por el contrario, se mostrará crítica con ciertos aspectos del logocentrismo y del eurocentrismo, incluso el final de la pieza nos remarcará el evidente fracaso de la imposición de la palabra en Caliban, personaje que pertenece a otro ámbito cultural, o incluso mejor dicho, al ámbito de lo natural. Su monstruosidad, podríamos afirmar, nace por la imposición cultural que sufre, imposición que da cuenta de una identidad que se ve avasallada y que debe coexistir a la fuerza con su alteridad. Desde su primera aparición, en la escena 2 del primer acto, dice Caliban: “You taught me language, and my profit on’t / Is, I know how to curse. The red plague rid you / For learning me your language!” (I,2, vv. 364-366[1].

Césaire, desde su mirada caribeña, rediseña la apropiación que hace Próspero de la isla de Caliban, llevando la pieza shakesperiana hacia un nuevo campo de tensiones dramáticas, lo cual implica en Une tempête una reapropiación no sólo en el plano de las ideas, sino también en el lingüístico. El lenguaje se territorializa para comenzar a funcionar como un espacio de lucha de poderes, tanto de Próspero y Caliban, como del hombre blanco y el esclavo. Une tempête se publica y se estrena en el año 1969, esta pieza tal como afirma el mismo texto, está concebida a partir de La tempestad de Shakespeare, pero Césaire exhibe modificaciones importantes desde el inicio: leemos en el título:

“Une Tempête

Théâtre

d’apres «La Tempête» de Shakespeare

Adaptation pour un theatre negre”[2]

Esta adaptación, es evidentemente una apropiación del texto shakesperiano, apropiación que traslada el ámbito de la pieza isabelina al de un territorio marginal, anunciando de este modo cambios posteriores que responden al interés político del autor. Césaire nuevamente tomará el hecho de la imposición del lenguaje como manera de apropiarse del “otro”, como una evidencia más de la crítica que desea llevar a cabo de la inmoralidad del colonialismo, tal como afirma en su Discurso contra el colonialismo: “Le grave est que « l’Europe » est moralement, spirituellement indéfendable””[3]. Leemos en la obra de Césaire de qué modo la relación entre los personajes se presenta desde el punto de vista de la imposición lingüística y cultural, dice Próspero: “Puisque tu manies si bien l’invective, tu pourrais au moins me bénir de t’avoir appris à parler. Un barbare! Une bête brute que j’ai éduquée, formée, que j’ai tirée de I’animalité qui I’engangue encore de toute part!”[4]. Igual que en la re-escritura que lleva a cabo el poeta inglés Auden, Caliban maneja acertadamente el lenguaje, lo utiliza con un extremado rigor y una riqueza tal que es evidente que se ha apropiado del lenguaje del amo tanto para ubicarse en un lugar diferente al colonizador como para poder atacarlo con vehemencia[5]. Frente a este pedido de agradecimiento por parte de Prospero, Caliban responde que la única razón por la cual fue “educado” por su amo es para poder obedecer órdenes ya que el verdadero conocimiento es de uso exclusivo del invasor, conocimiento, que en palabras de Caliban, se encuentra encerrado en enormes libros que Próspero guarda para sí.

Frente a esto, ambas obras, la de Shakespeare y la de Césaire, nos presentan una clara oposición que si bien puede tener algún motivo político en Shakespeare, en Césaire ese enfoque será lo que constituya la obra como eje de su crítica al colonialismo, a la usurpación de territorios y a la violencia.

Si en la obra inglesa se nos muestra un evidente fracaso de Prospero ya que esta tensión inicial entre los dos personajes invierte los términos que podríamos suponer para un territorio que podría ser considerado un espacio idílico, la naturaleza entonces se rebela frente al experimento social del europeo. Aquello que se presenta, desde la mirada del conquistador y del colonizador, como un orden absoluto y necesario, termina evidenciando sus propias carencias, de allí que la relación con Caliban se frustre a partir del afán del mago por imponer su cultura sobre la naturaleza del nativo de la isla. Entonces, este territorio mágico, repitiendo cierto paradigma del género utópico, se nos muestra como una anti-utopía ya que no encontramos equilibrio alguno entre las fuerzas opuestas.

En un momento en la obra de Césaire Caliban anuncia su rebeldía, develando el engaño y la ilusión creada por Próspero:

Prospero, tu es un grand illusionniste:
le mensonge, ça te connaît.
Et tu m‘as tellement menti,
menti sur le monde, menti sur moi-même,
que tu as fini par m’imposer
une image de moi-meme:
Un sous-développé, comme tu dis,
un sous-capable,
voilà comment tu m’as obligé a me voir,
et cette image, je la hais! Et elle est fausse!
Mais maintenant, je te connais, vieux cancer,
et je me connais aussi!
Et je sais qu’un jour
mon poing nu, mon seul poing nu
suffira pour écraser ton monde!
Le vieux monde foire! (III, 5)[6]

En la obra de Shakespeare, la ilusión se centra en el modo en que se lleva a cabo la representación en la isla a través de la magia de Próspero y la ayuda de Ariel, allí se pone en evidencia, en parte, el conocimiento del artificio por parte del resto de los personajes. Todos sucumben a dicho artificio creado por Próspero e intentan –en una repetición interminable – una nueva usurpación del poder. Próspero quiere recuperar su trono en Milán, Caliban recuperar su territorio. En la obra isabelina, Caliban aún no tiene una conciencia plena del hecho de la colonización que recién comenzaba, sin embargo Shakespeare nos muestra el resultado ambivalente de la imposición violenta de la cultura europea en un mundo no europeo: es decir, por un lado la imposición de un orden cultural en el campo del orden natural, pero por otro, la visión eurocéntrica en el ámbito de la alteridad. Como habíamos señalado anteriormente, tanto en una situación como en la otra nos enfrentamos al fracaso que culmina con el abandono de la isla por parte de Próspero y los náufragos.

La obra de Césaire -a partir de la estructura inicial de la pieza inglesa- nos ubica en una nueva toma de conciencia frente al sentido de la imposición colonialista. Próspero, el hombre blanco, crea a través de la ilusión una imagen engañosa del mundo y de sus habitantes. Ya no es en principio el enfrentamiento de dos concepciones del mundo a través de la representación. Por el contrario, la ilusión en este caso es el modo en que se realiza una construcción del otro a partir de los parámetros de quien posee el poder. Caliban es conciente de esta situación y de esta imposición. Césaire, a partir del resquicio que deja Shakespeare en su obra, puede insertar en su trama la rebelión del negro. La mirada escéptica de Shakespeare -adoptada de su lectura de Montaigne- sobre las posibilidades de un orden absoluto y constante, nos demuestra que el sistema instaurado por Próspero está lejos de ser eficaz y él es conciente de ello. Es allí donde se encuentra la grieta a través de la cual el Caliban de Césaire podrá oponerse al poder impuesto por Próspero. Caliban tiene en claro que todo conocimiento que Próspero le posibilitó no es más que un falso saber, que no sólo lo aleja de un conocimiento de orden teórico, es decir los gruesos libros de magia, sino  también de un saber más concreto que se relaciona con la propia identidad. El personaje negro en esta situación rompe la ilusión de Próspero, es quien desvela los artilugios, deviniendo en un personaje activo. Si el mago de Shakespeare es quien maneja las acciones en la isla, incluso es quien toma la decisión de abandonar la magia, en el caso de la obra de Césaire, será Caliban quien asuma el papel de mostrarnos la falsedad de la representación colonial. Ante ello, primero deberá conocer quién es, produciéndose de este modo una anagnórisis con respecto al accionar del blanco y a la situación en la que se encuentra su propia raza.

Asimismo, Caliban revaloriza el tema de la apropiación del lenguaje invirtiendo las funciones del mismo, y expondrá de forma vehemente el robo de su identidad:

Appelle-moi X. Ça vaudra mieux. Comme qui dirait l’homme sans nom. Plus exactement, l’homme dont on a volé le nom. Tu parles d’histoire. Eh bien ça, c’est de l’histoire, et fameuse! Chaque fois que tu m’appeleras, ça me rappellera le fait fondamental, que tu m’as tout volé et jusqu’à mon identité!! Uhuru! (I, 2) [7]

En este punto invierte el uso que puede llegar a hacer de su nombre Próspero, anular su identidad a través de la X es un modo de evitar que el mago lo nombre, que el colonizador haga uso de su identidad a través del nombrar. Una identidad arrebatada, tal como la que presenta Caliban deja de ser una identidad plena ya que dejaría de identificarse con su origen para transformarse en una lectura neutralizada por el poder del lenguaje del usurpador. Y aquí entramos en una clara paradoja, quien utiliza y re-funcionaliza el lenguaje es, en última instancia, Caliban ya que habla francés, el idioma del colonizador. De este modo también se produce una inversión del valor lingüístico ya que el oprimido toma las palabras del opresor para producir un ataque y poner en evidencia su posición frente al mundo. De este modo, Une tempête supera el eurocentrismo, la magia de Próspero deja de tener validez en la obra para dar paso a un héroe épico que busca recuperar un estado inicial en el seno de lo natural, es decir en su tradición y en su identidad. En su Discours sur le colonialisme, Césaire define la Négritude: “peut se définir d’abord comme prise de conscience de la différence, comme mémoire, comme fidélité et comme solidarité.”[8]. Caliban es el representante de esta toma de conciencia, de ese saber acerca de la diferencia. La memoria lo lleva a conducir su deseo hacia lo que se ha perdido y es necesario recuperar. Hay una clara conciencia de que ello es de algún modo imposible y esto se manifiesta a través del uso de la lengua del otro, es decir, el conocimiento del mundo ya estará alterado por estar compenetrado al idioma –y a los modos- del invasor. Otra pregunta que nace de este conflicto es ¿quién le puso el nombre al nativo? Nombre impuesto por Próspero, nombre tomado de un anagrama de una palabra francesa “canibale” que Shakespeare toma de Montaigne y que reelabora en su obra.

Césaire expone de este modo un complejo sistema de relaciones que se va a enfatizar aún más con la presencia de Ariel, en esta obra: el mestizo. Quizá signo evidente de otro tipo de sometimiento. Tanto él como Cáliban son esclavos, tanto uno como otro deben obedecer al colonizador. Sin embargo podemos ver una actitud más pasiva por parte de Ariel. Incluso su accionar en el momento de llevar a cabo la fiesta – que en la obra de Shakespeare se presenta como una masque- es obstaculizado y no llega a buen término por la aparición de Eshu, “dios diablo negro”. A la fiesta asisten Juno, Ceres, pero también esta divinidad que desacraliza ese compromiso casi ilusorio entre Ferdinand y Miranda.

Une Tempête, de este modo se manifiesta como la construcción de la épica primordial a través de la inversión del canon, donde la cultura “europea” intenta desterrar las posibilidades de desentrañar un origen, una tradición anterior que se encuentra en íntimo contacto con lo natural. Quizá logre establecer un destierro, pero lo que no podemos dejar de tener en cuenta, y tal como lo expone Césaire es que el fracaso se hará presente. Si en Shakespeare ese fracaso estaba centrado en el problema del conocimiento y en el modo en el cual Próspero no puede concluir su gran obra de manera perfecta, es decir “civilizando” la Naturaleza; en la obra de Césaire el fracaso estará colocado en el aspecto político. Próspero es conciente de que al no abandonar la isla deberá comenzar a formar parte de ese espacio territorial, que ya no es sólo una isla, sino el espacio de convivencia de lo intercultural. Caliban ya es conciente de esta multiplicidad, ya que en él conviven su tradición y su pasado con una lengua impuesta que no le pertenece. Sin embargo, aprende con esas palabras a nombrar su mundo, a destacar su lugar tanto en el territorio geográfico como en el lingüístico.


[1] “Me enseñaste el lenguaje, y el provecho que obtuve / Es que sé maldecir. ¡Que te de peste roja / Por mostrarme tu idioma”. Trad. Pablo Ingberg, La tempestad, Buenos Aires, Losada, 2000, p. 72. Las traducciones pertenecen todas a esta edición.
[2] Césaire, Un Tempête, Paris, Seuil, 1969, p.4.
[3] Lo grave es que “Europa” es moral y espiritualmente indefendible] en Discours sur le colonialisme, Paris, Présence Africaine – Éditions de AAARGH, Internet, 2006, p.1. Asimismo, en este discurso afirma claramente, entre otras cuestiones, que la razón y la intelectualidad de Europa forma parte del sistema “blanco” de imposición cultural en los territorios colonizados. Para ello compara los aniquilamientos hechos por Hitler con la colonización en América y África, asimismo cita autores franceses como Renan, e irónicamente lo asimila al dictador alemán.
[4] Podrías al menos bendecirme por haberte enseñado a hablar. ¡Un bárbaro! ¡Una bestia bruta que he educado, formado, que he sacado de la animalidad que todavía le cuelga por todas partes.] Césaire, Op.cit. p. 25.
[5] Cf. Une tempête, II,1, donde hay un intercambio entre Caliban y Ariel y III, 5 donde el interlocutor de Caliban es Prospero.
[6] Césaire, Aimé, Op. Cit. p. 88. “Próspero, tú eres un gran ilusionista, la mentira es lo tuyo. Y me has mentido tanto, mentido sobre el mundo, mentido sobre mí mismo, que has conseguido imponerme una imagen de mí mismo: un subdesarrollado, un incapaz, así has hecho que me viera y esa imagen, ¡la odio! ¡Es falsa! Pero ahora te conozco, viejo cáncer, y me conozco. Y sé que un día mi puño desnudo, sólo mi puño desnudo bastará para aplastar tu mundo ¡el viejo mundo de mierda!
[7] Ibid. p. 27. “Llámame X. Es mejor. Como quien diría el hombre sin nombre. Más exactamente el hombre a quien han robado el nombre. Hablas de historia. Bien por eso, eso es la historia y es famosa! Cada vez que me llames me recordará el hecho fundamental que me has robado todo, incluso mi identidad”
[8] Ibid., p. 84-85. “La Negritud puede definirse como la toma de conciencia de la diferencia, como memoria, como fidelidad y como solidaridad”.

aime-cesaire2
Aimé Fernand David Césaire (Basse-Pointe, Martinica, 26 de junio de 1913 — Fort-de-France, ibídem, 17 de abril de 2008)

La noción de cuerpo en el Renacimiento tardío

Anatomía de Read, 1559 ca.
Anatomía de Alexander Read, 1638.

por Elina Montes

En Human Anatomy: from the Renaissance to the Digital Age (2006), Benjamin Rifkin y Michael J. Ackerman realizan un interesante relevo de las principales obras que ocuparon el centro de una disputa por el saber a partir de la segunda mitad del siglo XVI. Y esa fue, también e indudablemente, una disputa que se dirimía en el campo de la representación. Se trató de un debate que, tanto en las ciencias médicas como en otras áreas de lo que iba delineando la esfera de la ciencia, estaba ganando el bando de quienes abandonaban un modo más libresco de adquisición y transmisión del conocimiento y, al optar por la experimentación y la observación, fundaban una concepción moderna de la especulación y la investigación. No podemos dejar de notar, sin embargo, que cuando una forma nueva de mirar se posa sobre el objeto, también lo redefine y modifica, por lo que los discursos y representaciones que la ciencia médica produjo en ese período fueron dando forma a nuevos modos de concebir el cuerpo humano, que podrían definirse incluso como menos sagrados y más seculares y reificados.

Los autores de la obra mencionada al comienzo de este escrito afirman que el arte renacentista de la anatomía presenta a los muertos “como encarnaciones vivas de nuestra condición y nuestro destino”. Podrían pensarse casi como un reemplazo iconográfico del memento mori que el arte medieval entregó bajo las series de la “Danzas de la muerte”. A partir de mediados del siglo XVI, circulan en Europa una importante cantidad de manuales de anatomía, ilustrados por eminentes artistas, procedentes especialmente de Italia, Francia, los Países Bajos y Alemania y dirigidos a un público muy heterogéneo compuesto en principio  por médicos, barberos y cirujanos, al que se le sumaban artistas y eruditos (al respecto quizá convenga aclarar que, en algunas regiones, artistas, boticarios y médicos pertenecían a un mismo gremio, lo cual –a nuestros ojos- ofrezca quizá una composición bastante ecléctica de esta comunidad de intereses). Por supuesto, no podemos olvidar que ya Leonardo da Vinci había realizado prácticas anatómicas que quedaron reflejadas en espléndidos dibujos ban destinados a la circulación entre de un grupo muy reducidosados en la disección de unos veinte cadáveres, aunque se sabe que estos diseños estaban  destinados a circular entre un grupo reducido de amigos, no hay evidencia de que se hayan usado en la práctica médica.

El más conocido de los tratados renacentistas es, por supuesto, De humani corporis fabrica libri Septem, o simplemente Fabrica, que el anatomista belga André Vesalio, docente de la Universidad de Padua, publica en 1543, con dibujos del ilustrador flamenco Jan Steven van Calcar entre los artistas principales.

Vesalius_Fabrica_p190
André Vesalio, 1643

Probablemente, y para mejor comprender el fenómeno que hace a la producción de un material de este tipo a partir de mediados del siglo XVI, resulte eficaz recordar que la disección de cadáveres humanos se reinició en los siglos XIII y XIV, luego de un largo período en el que recayeron sobre la práctica prohibiciones de distinta naturaleza que inhibían el desmembramiento y posterior hervor de los restos humanos para ser utilizados en las preparaciones. Si bien, la disección continuó seguramente de manera clandestina para evitar las condenas, es con el Renacimiento –y de la mano de la profunda revisión de los modos de adquisición del conocimiento que le compete al período- que se reanudan los procedimientos, aunque de modo muy ocasional y con fines médico-legales o bien para la realización de estudio del cuerpo humano por algunos artistas italianos. Al respecto, Martín Carreras[1] aclara que en

el renacimiento de la anatomía humana se da en el contexto histórico donde confluyen la traducción del Canón de Ibn Sinna (y otros textos médicos) del árabe al latín hacia el siglo XII, época en la cual vivieron los primeros empiristas medievales de occidente. Hacia fines del siglo XIII y XIV, Mondino de Luzzi había revivido la disección de cadáveres en la Universidad de Bologna. Pero era una época aún dogmática, y cuando la evidencia empírica se contradecía con la escritura de Galeno, se consideraba que los preparados anatómicos eran anormales. En esos años, catedráticos de la Universidad de Tübingen solicitaron al Papa Sixto IV que autorizara la disección de criminales condenados. Sixto IV declaró en Bula en 1482 que siempre y cuando los cadáveres recibieran cristiana sepultura, la Iglesia no se opondría a la disección de cuerpos de convictos.

Se otorga, a través del documento papal, un derecho a la desacralización de restos humanos que admitían ser considerados como despojos y, a los ojos del lector contemporáneo, de seguro no escapa la triste evidencia de que la Bula de Sixto IV legaliza una práctica que no ha cesado de actuarse y que acepta como válida la plena disponibilidad para usos científicos (médicos y farmacológicos) de aquellos cuerpos invisibilizados que la sociedad encierra o margina.

La conformidad por parte de la Iglesia activó la puesta en marcha de programas en las universidades que ya explícitamente incluyeran la clase anatómica con disección y manipulación de restos humanos. Esto no se produjo de manera inmediata ni en todos los países o casas de estudio tuvo la misma respuesta. En Inglaterra, por ejemplo, y en Cambridge, no es sino en 1570 que los nuevos estatutos admiten la disección como práctica y autorizan a la Facultad para que se utilicen para tal fin hasta dos cuerpos por año, cifra que da la medida del escaso contacto oficial que los estudiantes tenían con la anatomía de cuerpos cadavéricos. Éstos, si por un lado evidenciaban como caducas las concepciones galénicas, por el otro instalaban una necesidad concreta en cuanto a la circulación de diseños y tablas que fijaran el nuevo conocimiento adquirido de manera experiencial. Esta cifra también justifica el crecimiento exponencial de una actividad ilegítima, como es la del mercado de cadáveres. Carreras señala que hubo

un aumento desmedido en la demanda de cadáveres para disección. No daban a basto con todos los condenados a muerte. Desde el siglo XVII hasta bien entrado el siglo XIX se convirtió en una lucrativa empresa el robo de cadáveres de los cementerios para vendérselos a los anatomistas. A modo de anécdota relatan que cuando falleció el escritor Laurence Sterne, en 1678, se descubrió que su cadáver había sido robado cuando un familiar lo reconoció sobre la mesa de disección en la Universidad de Cambridge. Se estima que en el cementerio de Bully’s Acre en Dublin se robaban entre 1500 y 2000 cuerpos por año.

En un mismo orden de cosas, Jonathan Sawday[2] precisa que

Las disecciones se habían practicado en Oxford desde 1549, cuando los estatutos de la Universidad obligaron a los estudiantes a presenciar por lo menos dos disecciones a lo largo del curso de su carrera. En Cambridge, el Caius College, hacia 1565, recibía dos cuerpos por año a tal efecto. (56)

El autor agrega, algo más adelante que en Escocia la práctica se realizaba ya en 1505 y agrega que el Gremio de cirujanos y barberos de Edimburgo

tenía garantizado un cuerpo de criminal ajusticiado por año para tales propósitos. En Londres, el Acta de 1540 que unificaba los gremios de barberos y cirujanos, también disponía la provisión de cuerpos para anatomía. Cuatro criminales ejecutados por años le eran asignados a la nueva institución.

Retornando a la obra de Vesalio, es preciso aclarar que fue muy difundida en su tiempo y tuvo sólo durante la vida de su autor dos ediciones, en 1543 y en 1555. Para que los legos podamos comprender el impacto que significó su obra el siguiente ejemplo es más que significativo, en efecto, demostró que el tabique ventricular era macizo y que, por tanto, la sangre no podía atravesarlo hacia el ventrículo izquierdo. Este hallazgo, por sí sólo, derrumbaba los preceptos de la fisiología galénica y fue la base de estudios posteriores sobre el corazón y el aparato circulatorio que contarían, entre los precursores, además de Vesalio, al teólogo y médico español Miguel Servet en su obra Christianismi restitutio (1553) y a Realdo Colombo, discípulo de Vesalio, en su obra póstuma De re anatomica (1559). Otro anatomista contemporáneo de Vesalio fue Gerolamo Fabrizi D’Acquapendente, describió las válvulas de las venas, pero supuso que su función era obstaculizar el paso de sangre hacia la periferia. Él fue uno de los maestros de William Harvey que, en De motu cordi (1628), el famoso tratado sobre la circulación sanguínea llegaría a una correcta interpretación de la función de los vasos sanguíneos.

La obra de Vesalio se considera precursora en la divulgación de tablas más precisas que fueron un soporte fundamental a la hora de ayudar a los estudiantes a memorizar lo que habían podido visualizar al presenciar la disección de los cadáveres.

Detalle del frontispicio de Fabrica de Vesalio
Detalle del frontispicio de Fabrica de Vesalio en la que la disección del cadáver es parte de una clase pública

El frontispicio de Fabrica muestra una escena de disección, en la que abundan alusiones y guiños. El lugar principal de de la imagen es un esqueleto, colocado en el centro y organizando la página, parece aludir a cierta finalidad moral de lo que se está llevando a cabo y –a la vez– ser un recordatorio de las falacias de las apariencias de lo humano. Algunos autores señalan que la revolución metodológica que inaugura la anatomía vesaliana debe ser analizada también en relación con las reformas luteranas y post luteranas: el reclamo de realizar una autopsia (centrarse en la mirada personal) acompaña el presupuesto luterano de la “Sola Scriptura”, la lectura individual del libro sagrado, que prescinde de los comentarios e las interpretaciones eclesiásticas glosadas. El frontispicio muestra a Vesalio en una de sus clases de anatomía. La posición del autor en la imagen es una declaración de principios: se opone a una larga tradición médica en la que el doctor comentaba la disección ex cathedra, es decir, mientras otro, un asistente, realizaba la incisión, la extracción u otras intervenciones sobre el cadáver. Hay en el gesto –entonces– una reivindicación de la experimentación personal y una revalorización del compromiso directo del anatomista con el cuerpo.

disección.1493
El grabado de 1493 muestra al maestro dirigiendo la disección practicada por un ayudante
alexander read
En la imagen de 1638, Alexander Read y otros colegas realizando una disección; no se presenta como una clase pública.

En lo que atañe a las representaciones del cuerpo humano, notamos que el artista encargado del diseño de Fabrica, elige presentar el cuerpo-objeto de la mesa de disección que, a pesar de la plasticidad de las figuras, contrasta fuertemente con el paisaje tranquilo del fondo. Se trata de esqueletos, o figuras que muestran los órganos o sistemas musculares expuestos y que son cuerpos evidentemente muertos. Esta aclaración se hace necesaria puesto que la barrera entre lo muerto y lo vivo se vuelve cada vez menos evidente en los siguientes tratados ilustrados, en los que una estética barroca hace de la exposición de las vísceras un hecho inquietante, al proponer un juego macabro en la manipulación de los cuerpos.

Giulio Cesare Casseri
Giulio Cesare Casseri
G.C. Casseri (1627)
G.C. Casseri (1627)

Esto último se vuelve particularmente evidente en los grabados de Adriaan van den Spieghel para la obra del italiano Giulio Cesare Casseri, De humani corporis fabrica libri decem (1627), en los que las misma figuras alzan los colgajos de piel para mira con asombro las vísceras contenidas en su interior. Ya a principios del siglo XVII, finalmente, se hacen conocidos los diseños de Cornelis Huyberts para el anatomista Frederik Ruysch que publica su Thesaurus anatomicus Primus (1701-1716). Aquí, la anatomía humana participa de grotescas e intrincadas representaciones que se asimilan tanto al género de las naturalezas muertas como al de los gabinetes de curiosidades que comenzaban a saturar los salones de los coleccionistas.

Frederik Ruysch (1701)
Frederik Ruysch (1701)
Frederik Ruysch
Frederik Ruysch

THE DAMP.
by John Donne

WHEN I am dead, and doctors know not why,

And my friends’ curiosity
Will have me cut up to survey each part,
When they shall find your picture in my heart,
You think a sudden damp of love
Will thorough all their senses move,
And work on them as me, and so prefer
Your murder to the name of massacre,

Poor victories ; but if you dare be brave,
And pleasure in your conquest have,
First kill th’ enormous giant, your Disdain ;
And let th’ enchantress Honour, next be slain ;
And like a Goth and Vandal rise,
Deface records and histories
Of your own arts and triumphs over men,
And without such advantage kill me then,

For I could muster up, as well as you,
My giants, and my witches too,
Which are vast Constancy and Secretness ;
But these I neither look for nor profess ;
Kill me as woman, let me die
As a mere man ; do you but try
Your passive valour, and you shall find then,
Naked you have odds enough of any man.

LA MIASMA
(trad. de E. Caracciolo-Trejo)

Cuando esté muerto, y los doctores ignoren el porqué,
y la curiosidad de mis amigos
me separe en pedazos para estudiarme,
piensa que una súbita miasma de amor
pasará por todos sus sentidos
y en ellos habrá de trabajar como una vez en mí, y así preferirán
tu asesinato a una masacre.
Pobre victoria, mas si osas ser valiente
y hallas placer en tus conquistas,
mata primero el enorme gigante, tu Desdén,
y deja que la hechicera Honor sea muerta luego,
y como un godo o vándalo levántate,
destruye el pasado e historia graba
de tus artes y triunfos sobre los hombres,
y sin estas ventajas, mátame entonces.
Pues yo podría convocar tan bien como tú
mis gigantes y brujas
que son la gran Constancia y el Secreto
pues éstos ni busco ni con ellos trato.
Mátame cual lo haría una mujer, déjame morir
como hombre solamente, no ensayes
tu pasivo dolor, pues así encontrarás
la diferencia, desnuda, de cualquier hombre.


[1] Carreras, Martín. “Sórdida historia de la anatomía”, disponible para consulta online en:

http://www.mancia.org/foro/articulos/76069-sordida-historia-anatomia.html

[2] Sawday, Jonathan. (1995). The body emblaazoned; dissection and the human body in Renaissance culture. London: Routledge.

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