La representación de la universidad en la novela académica inglesa; los casos de Malcolm Bradbury y David Lodge

por María Inés Castagnino

 Inglaterra, como es bien sabido, cuenta con dos instituciones universitarias que se encuentran entre las más antiguas de Europa, y que fueron las primeras en el mundo angloparlante: las universidades de Oxford y Cambridge, ambas reconocidas formalmente a partir del año 1231. Para el siglo XIV gozaban ya de fama internacional por su excelencia académica, y también por albergar a personalidades bastante particulares. El del universitario era para entonces un tipo lo suficientemente presente y notable como para que Geoffrey Chaucer no sólo otorgara esa condición a uno de sus peregrinos, y lo incluyera así en el grupo altamente representativo de la sociedad de la época descripto en el famoso prólogo a sus Canterbury Tales, sino también que incluyera a otros universitarios como personajes en cuentos narrados por los peregrinos [1]. Ahora bien, los universitarios de Chaucer son bien distintos entre sí: allí donde el estudiante peregrino descripto en el prólogo es un hombre cuya búsqueda del conocimiento lo lleva a desdeñar lo corporal y mundano para concentrarse en la esfera de lo intelectual y espiritual, los de los cuentos no dudan en poner en juego el cuerpo para obtener un beneficio físico y material. La representación es realista tanto en un caso como en el otro: los estudiantes de Oxford en el siglo XIV eran renombrados por su comportamiento reservado y tranquilo, su cuidado en el uso del lenguaje, su entusiasmo por recibir e impartir enseñanza, su discreción, elocuencia, cortesía, dignidad y gravedad [2]; pero, a la vez, en Oxford había estudiantes de “ánimos excepcionalmente elevados o de estándares morales extraordinariamente bajos”, “estudiantes cazadores y  estudiantes  salteadores de caminos; libertinos, frecuentadores de tabernas y lupanares.” [3]

fotograma del film "Lucky Jim" (1957)
fotograma del film «Lucky Jim» (1957)

A partir de este comienzo, se aprecia cómo una realidad ambivalente como la del universitario da lugar a representaciones literarias igualmente conflictivas en su “realismo”. Entre los siglos XV y XIX, los retratos de universitarios se hicieron presentes regularmente en la literatura inglesa, siempre reflejando el proceso que siguieron las dos tradicionales universidades: el crecimiento de la proporción de estudiantes laicos y aristocráticos, los favoritismos y la creciente corrupción dentro de los mecanismos administrativos que iban en detrimento de los estudiantes aplicados de pocos recursos económicos y en favor de los menos capaces pero más ricos, el creciente vínculo con las esferas de poder, el ensanchamiento de la brecha de clases en el alumnado, el deterioro de la formación intelectual y las consecuentes reformas que mejoraron la calidad institucional. Durante este lapso, las representaciones literarias del estudiante lo presentaron en primera instancia como tonto, pedante, corrupto o malicioso [4]; luego evolucionaron hacia retratos de universitarios dramáticamente conflictivos y atractivos [5], para llegar a descripciones satíricas de la vida universitaria que repetían regularmente las imágenes estereotipadas de estudiantes aristocráticos en oposición a otros humildes y aplicados, todos ellos tipos a los que los lectores de la época llegan a estar habituados [6], y finalmente a un auge de las novelas sobre la vida universitaria que suman características comunes suficientes como para que algunos críticos comiencen a considerarlas un subgénero narrativo particular [7].

El siglo XX es particularmente rico en lo que hace a este tipo de textos, ya que para entonces se presentan algunos cambios de importancia en el ámbito académico. Por una parte, éste se diversifica por dos motivos fundamentales: la aparición de muchas nuevas universidades que se suman a las tradicionales y a las decimonónicas de Durham y Londres –creadas para albergar a la gran cantidad de nuevos estudiantes cuyo acceso a la educación se ve facilitado desde el Estado a mediados de siglo– y la multiplicación de roles dentro de la estructura universitaria (distintos tipos de estudiantes, de docentes, de empleados directivos, administrativos y de maestranza). Como consecuencia, nuevos escenarios y personajes hacen su aparición y, a mediados del siglo, la novela académica se ve redefinida a partir de Lucky Jim (1954), de Kingsley Amis, como un subgénero cuyos rasgos principales son los matices tragicómicos y satíricos y el protagonismo de profesores y/o investigadores de universidades “nuevas”, no tradicionales. En definitiva, las representaciones de lo universitario en la literatura inglesa del siglo XX continuan su proceso de reformulación y complejización a la luz de las nuevas condiciones de la vida universitaria en ese siglo y, como consecuencia, el discurso de la novela universitaria se vuelve difícil de clasificar y su relación con la “realidad” del universo académico es de  mayor problematicidad.

La crítica ha señalado explícitamente lo que hasta aquí hemos intentado sintetizar: cómo las representaciones de la vida universitaria en la literatura inglesa, particularmente en la novela, han ido históricamente de la mano con el desarrollo y las características específicas y reales de las instituciones universitarias en Inglaterra. Según Mortimer Proctor, “la novela universitaria (…) ha sido moldeada más que nada por el estado de las universidades inglesas. Como género literario, siempre ha reflejado las condiciones de Oxford y Cambridge mucho más fielmente que lo que ha seguido alguna tendencia o movimiento literario.” [8] A la vez, la crítica no siempre ha escindido existosamente realismo de realidad en el análisis, y es por eso que la articulación entre el universo académico tal como se ve representado en los textos y la realidad particular y coyuntural de determinada universidad, inspiradora de cada uno de dichos textos, constituye uno de los núcleos problemáticos más significativos dentro del estudio crítico de la novela académica inglesa. Por supuesto, esta problemática específica se inserta naturalmente dentro de aquella más general que compete a la compleja relación entre el género de la novela y el realismo como modo de representación literaria, pero a su vez presenta rasgos particulares. Por ejemplo, algunos críticos han llegado a considerar que la novela académica tiene incidencia directa, y por ende responsabilidad, en la visión que la sociedad inglesa tiene de sus instituciones universitarias. Janice Rossen afirma que estos textos ”son en general considerados por sus lectores como representaciones fieles de la vida académica, lo sean o no.” [9] El final de esta cita expresa el punto neurálgico del problema: aunque las representaciones literarias de lo académico tiendan a ser leídas como reflejos fieles de una realidad, no lo son necesariamente, o al menos no en detalle. Unas páginas más adelante, la misma crítica afirma: “Las novelas son documentos sociales, pero también son ficciones: fantasías privadas expresadas sobre normas, expectativas y valores culturales.” [10] Fantasía privada, entonces, sobre realidad pública: la creación ficcional se inscribe cual palimpsesto sobre referentes “reales”, y, en la superposición, es labor del crítico distinguir las zonas de correspondencia y las de diferencia, o por lo menos no perder de vista la distancia que puede haber entre ellas. De inmediato es preciso mencionar que uno de los planos de sentido que ocasionalmente explota la novela académica en la segunda mitad del siglo XX tiene que ver con una correspondencia tan estrecha con una realidad tan particular que sólo algunos iniciados pueden captarla, de modo que puede ser leída como un roman-à-clef y derivarse un placer ‘chismoso’ de reconocer el retrato, en general poco halagador, de algún profesor o colega. Pero también es preciso relativizar los términos, como lo ha hecho el crítico Merritt Moseley:

 Se presupone que la novela está basada en, o se relaciona con, la realidad académica. Todos hemos aprendido a reconocer la naturaleza problemática de esta relación, a descreer de una correspondencia uno a uno, u homologación, entre las particularidades de la ficción y las del mundo. (…) La ficción no es un simulacro de la vida. No obstante, tampoco es independiente de la vida externa al texto; la novela académica no exisitiría, no podría existir, si no hubiera un sistema académico, sin institutos y universidades, sin profesores ni estudiantes. Las novelas académicas dan por sentado el mundo real. [11]

Rossen, por su parte, lo ve como “una dialéctica en la cual la ficción refuerza puntos de vista populares y a la vez también refleja aquellos presentes en forma innata en la cultura en primera instancia. (…) Estas representaciones ficcionales moldean y son moldeadas por la concepción que la cultura tiene de la vida académica.” [12]

Ante estas dificultades, autores ingleses como Malcolm Bradbury y David Lodge  han respondido mediante distintas estrategias  tendientes a promover la reflexión sobre este aspecto del subgénero. Ambos son autores muy representativos de la novela académica inglesa en la segunda mitad del siglo XX, y comparten el antecedente de no haberse formado en Oxbridge sino en universidades nuevas y haberse desempeñado como profesores de literatura durante largo tiempo. Como autores, se insertan en un período crucial para nuestro tema; como profesores, tienen conciencia de los recursos narrativos empleados en la novela como género y son particularmente sensibles a su forma; como críticos, ambos han escrito acerca del tema y sus manifestaciones en distintos autores ingleses.

 

Tomaré sólo dos textos de la prolífica producción de Malcolm Bradbury (1932-2000): The History Man (1975) y Cuts (1987). The History Man transcurre en 1972, y el anclaje en una realidad histórica mundial se hace patente desde el primer párrafo, que menciona, entre otras cosas, la guerra de Vietnam, las elecciones presidenciales en los EEUU que ganara Richard Nixon y los problemas en Irlanda del Norte. A la vez, existe un fuerte anclaje en una realidad académica particular: la acción transcurre en la ficticia Universidad de Watermouth, institución cuyo modelo-referente real son las “nuevas universidades”, y particularmente la de East Anglia, donde Bradbury trabajó durante muchos años. Cuts sigue una política similar: en el plano de la realidad mundial, se hace alusión a la catástrofe nuclear de Chernobyl, el avance del SIDA, la aparición del agujero de ozono en la atmósfera terrestre y la preocupación mundial por las manifestaciones de fundamentalismo islámico, entre otras cuestiones; en el plano de la realidad académica, la acción concierne al profesor de una pequeña universidad de provincia que se está viendo seriamente afectada por las políticas extremas de recorte del gasto público en el terreno de la educación llevadas a cabo por el gobierno de Margaret Thatcher.

lodge

David Lodge no se queda atrás en la fuerte tendencia de sus textos a la función referencial. En sus novelas Changing Places (1975), Small World (1984) y Nice Work (1988), que componen una trilogía, la acción gira de distintas maneras en torno a la Universidad de Rummidge, otra institución ficticia en una ficticia ciudad industrial que tiene como referente a la real Universidad de Birmingham, donde Lodge se desempeñó largamente como profesor. La primera de estas novelas funciona como comentario sobre las diferencias entre el sistema universitario en EEUU y en Inglaterra, la segunda sobre la globalización de la esfera académica y la tercera sobre el debate acerca de la mayor o menor utilidad y rendimiento práctico de los productos universitarios. Al comienzo de esta última Lodge agradece incluso a los ejecutivos industriales que lo asesoraron y le permitieron visitar fábricas reales, lo cual le permite describir en detalle una fábrica ficcional en la novela.

A la vez, a pesar de generar estos fuertes anclajes, ambos autores optan por desarticular una correspondencia demasiado estrecha entre sus ficciones y una realidad particular mediante notas que anteceden a sus novelas. En la de Changing Places, Lodge separa una esfera de la otra: “Rummidge y Euphoria [la otra universidad ficticia en la novela] son lugares en el mapa de un mundo cómico que se asemeja a aquel en el que nos encontramos sin corresponderse exactamente con él, y que está poblado por productos de la imaginación.” En la de Small World parafrasea la idea anterior, explicita la conexión para relativizarla: “Rummidge no es Birmingham, aunque le debe algo a los prejuicios populares acerca de esa ciudad.” El propósito del resto de esta nota es no sólo despegar a la ficción de la realidad, sino también señalar que hay en la novela puntos de contacto insospechados entre una y otra: “Hay en verdad una capilla subterránea en el aeropuerto de Heathrow y un pub llamado James Joyce en Zurich…”  En la nota de Nice Work vuelve al tema: “Quizás debería explicar (…) que  Rummidge es una ciudad imaginaria, con universidades imaginarias y fábricas imaginarias, habitada por gente imaginaria, que ocupa, a los fines de la ficción, el espacio donde se encuentra Birmingham en los mapas del llamado mundo real.” Superposición palimpséstica de planos ficcional y real, entonces, en la que la novela sirve como un mapa que, más categóricamente que nunca, no es el territorio.

A estas declaraciones realizadas, interesantemente, por fuera de las novelas propiamente dichas, se suma un trabajo formal dentro de las novelas que enfatiza la esfera de la creación literaria. Changing Places alterna capítulos de narrativa tradicional con otros compuestos por intercambios epistolares (lo cual remite a los orígenes de la novela inglesa con Samuel Richardson), recortes de artículos periodísticos e incluso un guión cinematográfico. Small World, cuyo subtítulo es “un romance académico”, tiene un epígrafe tomado de Nathaniel Hawthorne acerca del género narrativo del romance como más fantasioso, menos apegado a la realidad que el género de la novela: “Cuando un escritor se refiere a su obra como un romance, (…) desea reclamar cierta amplitud, en lo que hace a su forma y su materia, que no se habría sentido con derecho a asumir si hubiera profesado estar escribiendo una novela.” Así, reclamando esta amplitud para su novela, Lodge se permite elaborar una trama basada en los motivos tradicionales de la búsqueda del Grial, que involucra a personajes con nombres como Persse (variante de Percival) y Arthur Kingfisher (Arturo Rey Pescador). La novela no sólo es construida sobre estas relaciones, sino que las explicita: al fin y al cabo, sus protagonistas son académicos y críticos literarios, bien capaces como tales de interpretar su “realidad ficcional”. En cuanto a Nice Work, tiene numerosos epígrafes tomados de novelas como North and South (1855), de Elizabeth Gaskell, y Hard Times (1854), de Charles Dickens, que ponen en evidencia como antecedente la novela industrial inglesa del siglo XIX. En definitiva, en todos los casos la “realidad” más concreta a la que las novelas de Lodge se remiten en forma bastante explícita son otras ficciones literarias.

Bradbury es quizás más sutil en la articulación de los planos de realidad y ficción involucrados en sus novelas. En todo caso, su trabajo sobre lo formal es menos evidente a primera vista; su narrativa aparece como más tradicional, al menos en superficie. Sin embargo, el estilo de la narración en The History Man es profundamente perturbador: a partir de la transformación de la pareja protagónica en actores sociales-académicos concientes, definidos en la novela como “gente nueva”, la narración se sostiene en tiempo presente como una sucesión de acciones llevadas a cabo por distintos personajes, intercaladas con las palabras emitidas por estos personajes, pero sin acceso alguno a su interioridad ni más indicios respecto a la interpretación de esas acciones y palabras que lo que dicen por sí mismas. El narrador se vuelve una especie de función maquinal que está en consonancia con la hipótesis del libro que está escribiendo el protagonista, titulado La derrota de la privacidad. Este rasgo concuerda también con la realidad histórica que enmarca la acción de la novela: el decaimiento del ímpetu de los movimientos revolucionarios sociales de fines de la década de 1960, en los que los jóvenes y las universidades se vieron involucrados tan radicalmente. No hay interior personal del que dar cuenta; sólo existe la historia, proceso que el protagonista, como académico y sociólogo, se considera entrenado para interpretar, predecir y manipular, de modo que esa supuesta realidad exterior se revela no menos ficticia que la interioridad elidida en la narración. Así lo expresa su esposa: “Eres una especie de personaje ficcional autoinventado que tiene la historia de su lado porque resulta ser el que la está escribiendo.”

En Cuts, que no tiene una estrategia narrativa tan particular, Henry Babbacombe, autor de algunas novelas menores, cambia su empleo como profesor en la universidad por uno como guionista de televisión. En boca de distintos personajes se ponen afirmaciones que iluminan tangencialmente el problema de la representación veraz o no de la universidad en literatura, y sugieren el punto de vista de Bradbury al respecto. Henry afirma: “’Naturalmente, como creador de ficciones, creo que el mundo es una ficción. (…) Yo compito con el mundo, no trato de imitarlo vulgarmente.” El guión que le proponen escribir es “verdad ficcionalizada. Se toman personas y acontecimientos reales, pero uno no está atado servilmente a los hechos concretos.”

Una posible prueba de la mayor sutileza de Bradbury, en consonancia con el punto anterior, se encuentra en el recurso de la nota de autor que, como Lodge, emplea al comienzo de The History Man, pero no sólo para relativizar la posibilidad de separar dichos planos sino también para desafiar la diferencia entre discurso ficcional y discurso histórico y el status ontológico de la realidad misma:

 Esta ficción (…) es una invención total con aproximaciones ilusorias a la realidad histórica, como lo es la historia misma. La Universidad de Watermouth, que aquí aparece no tiene relación alguna con la verdadera Universidad de Watermouth (que no existe) ni con ninguna otra universidad; el año 1972, que también aparece, no tiene relación con el 1972 real, que de todos modos fue una ficción; y así siguiendo. En cuanto a los personajes, (…) son puras invenciones, como lo es la trama en la que hacen más que participar. […] El resto, por supuesto, es verdad.

El cierre de esta cita bien puede servir como conclusión frustrada y frustrante: en las novelas académicas, la “verdad” acerca de la universidad es un resto inefable, resultado de la intrincada operación de su representación literaria, que permite atisbar dicha verdad y la obtura a la vez. Al enfatizar este problema, actores universitarios avezados como Bradbury y Lodge reconocen lo limitado de la respuesta que puede ofrecer la crítica; reconocimiento implícito en la opción de ambos académicos por el ejercicio de la ficción en paralelo al de la crítica –y, eventualmente, por encima de esta última.

NOTAS

[1] En particular, en el prólogo del cuento de la mujer de Bath y en los cuentos del molinero y del administrador.

[2] Hulton, Samuel F. The Clerk of Oxford in Fiction. London, Methuen and Co., 1909. Página 12.

[3] Hulton, op.cit., página 6.

[4] Estos retratos se pueden apreciar en colecciones de textos tales como The Jests of Scogin (1565) y The Merie Tales of Skelton (1566).

[5] Proctor, M. The English University Novel. Berkeley, University of California Press, 1957. Páginas 22-23.

[6] Como ejemplos de todo esto, pueden citarse obras populares, en su mayoría retratos o bocetos de personajes, tales como los Characters de Sir Thomas Overbury o las colecciones Microcosmography, de John Earle, y Picturae Loquentes, de Wye Saltonstall. En las incipientes novelas del siglo XVIII, estos retratos constituyen notas de color dentro de la trama. Así puede vérselos en textos fundacionales como Moll Flanders (1722), de Daniel Defoe, Gulliver’s Travels (1726), de Jonathan Swift, y Tom Jones (1749), de Henry Fielding.

[7] Proctor, op.cit., página 51.

[8]  Proctor, op.cit., página185.

[9] Rossen, Janice. The University in Modern Fiction: When Power is Academic. New York, Saint Martin’s Press; Basingstoke, Macmillan, 1993. Página 1.

[10] Rossen, op.cit., página 3.

[11] Moseley, Merritt. “Introductory: Definitions and Justifications”. En: Moseley, Merritt (Ed.). The Academic Novel: New and Classic Essays. Chester, Chester Academic Press, 2007. Páginas 13-14.

[12] Rossen, op.cit., página 2.

Autor: literatura inglesa

Cátedra de Literatura inglesa de la Universidad de Buenos Aires. Publicación de artículos, notas y trabajos monográficos de profesores y alumnos y de información de interés inherente a la materia.

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