Percepción y configuración del espacio

Percepción y configuración del espacio en El mundo de cristal (1966) y El despoblador (1970)
por Julieta Vanney[1]

 

“Lo de dentro y lo de fuera no están abandonados a su oposición geométrica. ¿De qué exceso de un interior ramificado se escurre la sustancia del ser? ¿Es que el exterior llama? ¿No es el exterior una intimidad antigua perdida en la sombra de la memoria? ¿En qué silencio resuena la jaula de la escalera?” Bachelard, G. La poética del espacio

En una primera lectura El mundo de cristal y El despoblador parecen textos muy distantes, sin embargo, al leer más en profundidad, podemos ver que se trata de dos obras en las que el espacio y la percepción del mismo tienen una dimensión primordial, aunque en cada una de ellas cobran una forma diferente (casi opuesta podríamos afirmar). Ambos textos indagan sobre el orden humano y su configuración, y en esa misma indagación proponen la posibilidad de una fisura, un escape o una alternativa al mismo. Por medio del análisis de la configuración del espacio en los textos podemos acceder, de algún modo, a la concepción que ponen en juego sobre la organización humana.

El ser humano percibe el mundo y esta percepción afecta y está afectada a su vez por el ambiente del cual forma parte. Al mismo tiempo, ese ambiente (con sus conceptos, filosofías, lenguajes) limita, determina (o libera incluso) la percepción del ser humano. La escritura, en los textos que vamos a analizar, trabaja en las fisuras que se producen en la percepción para entrever la posibilidad de mundos diferentes.

Se puede pensar que en cada uno de los textos hay una sintaxis particular del espacio, entendiendo este término como una construcción, un punto de juntura entre la percepción y el mundo exterior. En el texto de Ballard se trata de una sintaxis desmesurada mientras que en el texto de Beckett se trata de una sintaxis contenida. La relación, por lo tanto, entre percepción y espacio en El mundo de cristal será de saturación, fusión y apertura, mientras que en El despoblador será de limitación y desgaste.

Como ya mencionamos, en El mundo de cristal estamos frente a una sintaxis espacial desmesurada que se textualiza cuando el mundo conocido (opresivo y gris) es atravesado por un fenómeno natural (la cristalización) que abre las puertas de la percepción y que convierte en obsoletas las categorías de análisis y conocimiento del espacio y el tiempo utilizadas hasta el momento por el ser humano. La cristalización comienza en el bosque cercano a Mont Royal y se asume que avanzará de manera indefinida. El bosque inmóvil y cristalino resulta estar, o al menos parecer, más vivo que el descolorido resto del mundo; señala quien narra: “Por contraste, el resto del mundo parecía en verdad monótono e inerte, un reflejo descolorido de esa imagen brillante, y se extendía en una zona gris y crepuscular que hacía pensar en un purgatorio casi abandonado” (Ballard, 1991:89).

En el bosque las clasificaciones se pierden en el juego de colores, luces y cristales. El proceso de cristalización avanza sin control convirtiéndolo así en un espacio monstruoso que anula los pares conocidos de luz y oscuridad, movimiento y quietud, vida y muerte: los transforma en otra cosa, no necesariamente en su opuesto. Como señala Martínez Córdoba también los seres y el paisaje se unifican en este proceso. En su devenir natural el bosque adquiere un aspecto artificial. Sanders, antes de entrar en el bosque se encuentra con una vendedora de cristales y se sorprende al ver los objetos expuestos: “Habían reproducido toda la estructura de la flor y luego la habían incrustado dentro de la base de cristal, casi como si hubieran conjurado un espécimen vivo en el centro de un inmenso pendiente de cristal tallado” (Ballard, 1991:36). No sabe aún que no se trata de un trabajo artesanal sino de partes extraídas del bosque. Una vez dentro del bosque comienzan a proliferar una serie de imágenes creadas con elementos inconexos, cuyo resultado es el choque de realidades que conduce a la creación de una realidad nueva y singular. Este proceso que atraviesa el bosque, fuera del entendimiento humano, tiene para Ballard un objetivo, tal como señala en una entrevista: “en este mundo tecnológico en el que vivimos, existen ciertas zonas, ciertas líneas de fractura, que nos permiten acceder, de alguna manera, a un más allá de la realidad” (Ballard, 2013:178).

Se pone de manifiesto una visión maravillada del bosque: “(Suzanne) había escrito: ‘El bosque es una casa de joyas’. (…) La belleza del espectáculo le había hecho girar las llaves de la memoria, y mil imágenes de la infancia, olvidadas durante casi cuarenta años, le inundaron la mente, evocándole el mundo paradisíaco en el que todo parecía iluminado por esa luz prismática que Wordsworth describe con tanta exactitud en sus recuerdos de la niñez” (Ballard, 1991:74). Al parecer, los sentidos adormecidos o acostumbrados al encierro del mundo conocido necesitan de ese impacto de luz que representa el bosque. Ballard menciona al respecto en una entrevista que “si solo pudiéramos encender la luz en esta compleja y maravillosa estructura, la existencia parecería tan brillante como el sol; tan impactante como una explosión de luz solar o una enorme detonación de ruido” (Ballard, 2013:62).

Siguiendo a Martínez Córdoba, las transformaciones del ser humano, el mundo y el tiempo se encuentran siempre vinculadas, porque el cuerpo, al percibirse a sí mismo como sucesión, interactúa con el tiempo, y por su relación con el entorno y sus circunstancias, se relaciona con el espacio.

En el bosque se altera la percepción del espacio: “Tenga cuidado, el bosque es imprevisible. No se detenga, pero avance siempre en círculos” (Ballard, 1991:113). El proceso de cristalización produce la ausencia del tiempo y, por lo tanto, la ausencia de la causalidad. Al estar fuera de las nociones de causa y consecuencia, el bosque se vuelve un fenómeno imposible de predecir por parte de los humanos. Para transitarlo y llegar al otro extremo no hay que avanzar en línea recta sino en círculos. Hay que modificar el movimiento hacia él y la circulación por el mismo, ya que las herramientas que tiene el ser humano para manejarse en el mundo conocido aquí no son de utilidad. En este sentido, Martínez Córdoba propone pensar el bosque como un laberinto, un espacio en el cual las ambigüedades espaciales terminan por rebasar el espacio físico y transformarlo en espacio mental.

Por otra parte, en el texto se plantea también una alteración de la percepción temporal. En un primer momento, Sanders aparece tratando de escapar de su pasado: “Ventress había hablado de los bosques de Matarre como un paisaje sin tiempo, y quizá parte de la atracción que sentía Sanders por ese lugar era que allí quizá se libraría de las cuestiones tales como causa e identidad, relacionadas con su sentido del tiempo y el pasado” (Ballard, 1991:18). Sanders va a bosque en busca de un escape al tiempo y las nociones que el mismo conlleva: la causalidad, la identidad. Al encontrarse en un espacio que no está regido por las leyes de temporalidad conocidas, Sanders podría escapar de la determinación del pasado. Él busca la ausencia del tiempo para no estar atado a ninguna categoría identitaria en el presente.

En este sentido, el bosque funciona como un espacio que resulta inaprensible para el ser humano pero que al mismo tiempo representa una posibilidad de liberación: “(Sanders) Al recibir la carta de Suzanne, con su extraña y estática visión del bosque –la lepra maculoanrestésica afectaba los tejidos nerviosos- había decidido seguirlos” (Ballard, 1991:20). Para Suzanne, el proceso de cristalización que afecta el bosque representa la posibilidad de detención del avance de la enfermedad, de la degradación del cuerpo, y este es el motivo principal de la atracción que el bosque genera en los cuerpos afectados por la lepra: la necesidad de fundirse con él.

En la novela se asimila el proceso de cristalización con avance de una enfermedad: “Entre nosotros, puedo contarle que hay una nueva clase de enfermedad en las plantas, y que empieza en el bosque cerca de Mont Royal” (Ballard, 1991:30). Sin embargo, si le sacamos la connotación negativa al término ‘enfermedad’ podemos entenderlo como un proceso en el cual se pierde el estado de equilibrio considerado normal. Dicho estado de normalidad depende del punto de vista desde el cual se esté observando el proceso. En el caso de las bacterias que producen la lepra se trata de seres vivos que en su existencia y reproducción actúan en detrimento de su huésped. En todo caso, la vida prolifera de todas formas, aunque no la humana. Si extrapolamos esto a lo que sucede en el bosque es posible pensar que la quietud del ser humano en este proceso implique el movimiento de otras formas de vida, que pasan desapercibidas, y que tengan que ver con el universo siguiendo su curso más allá de los seres que habitan en los planetas que lo conforman.

Se puede entender este proceso que tiene lugar en el planeta Tierra no como un estadio final sino como la posibilidad de un nuevo comienzo. Menciona Sanders mientras se desplaza por el bosque: “Aunque sin aliento y casi exhausto, tenía una curiosa premonición de esperanza y deseo, como si fuese un Adán que tropieza con una puerta olvidada del paraíso prohibido” (Ballard, 1991:86). Se pone en juego la posibilidad de percibir el mundo desde una nueva perspectiva, de ordenarlo a partir de nuevos parámetros. La idea de que desaparezca la opresión de la causalidad y la condena regida por el pasado y en su lugar aparezca un mundo en el que se salte de una circunstancia existencial a otra. Menciona Ballard en una entrevista: “El tipo de material que a mí suele interesarme es aquel que pareciera abrir esos obturadores (dispositivos mentales, filtros de control), como una suerte de calendario de advenimiento con el que se abren las compuertas, y con el que se logra entrever al menos brevemente un mundo diferente” (Ballard, 2013:61). El proceso de cristalización da lugar a la reinterpretación de los valores conocidos y permite el acceso a una nueva realidad.

En El despoblador estamos frente a un pueblo que persigue una salida de la ‘estancia’ de la cual forma parte. Nos encontramos, como menciona Badiou en El infatigable deseo, con una indagación sobre la condición humana, motivo por el cual retrotrae a la humanidad a sus funciones irreductibles: el movimiento, el reposo, el lenguaje y las paradojas de lo mismo y lo otro. Cada cuerpo circula en busca de su despoblador, su otro constitutivo, aquel que le permita salir del montón de buscadores. Tal como sucede en El mundo de cristal, resulta necesario que el individuo entre en contacto con la alteridad.

Sin embargo, aquí estamos frente a un espacio reducido, que es presentando por quien narra a partir de los límites que lo conforman: “Es el interior de un cilindro rebajado cuyas medidas son cincuenta metros de circunferencia y dieciséis de altura por armonía” (Beckett, 1972:9). Para describir el interior del cilindro se recurren a parámetros tales como las medidas, la luz, la temperatura. Como señala Badiou, el cilindro está sometido a leyes tan estrictas como las científicas. Se trata de un espacio ordenado a partir de estos parámetros y que, por ese motivo, lleva a sus habitantes a la quietud: “Nada impide afirmar que el ojo acaba por habituarse a estas condiciones (…) lo que sucede bajo la forma de una lenta degradación de la vista” (Beckett, 1972:14).

Las condiciones del cilindro oprimen y desgastan los sentidos de los cuerpos, los fuerzan a adaptarse al espacio cerrado del que forman parte. Aunque los cuerpos tengan la posibilidad de ver o sentir más, el cilindro todo lo vuelve opaco: “Y para el ser pensante que llega y se asoma sobre todos estos datos y evidencias sería verdaderamente difícil al cabo de su análisis no estimar equivocadamente que en lugar de emplear el término vencidos que tiene en efecto un aspecto un tanto patético y desagradable mejor sería hablar de ciegos por las buenas” (Beckett, 1972:14). Estar vencido, estar ciego o tener los sentidos sometidos (o reducidos) por las limitaciones del cilindro son expresiones que funcionan como sinónimos.

De todas formas, el cilindro funciona para aquellos que lo habitan como un espacio conocido, que ofrece certezas. Se menciona el afuera, se asume que hay un exterior, sin embargo el mismo representa solo misterio para los pobladores. La posibilidad de encontrar una salida posee entonces una doble dimensión: por un lado se relaciona con el deseo, pero también se relaciona con el temor a aquello que se desconoce. Los cuerpos buscan una salida, pero esa búsqueda se materializa en una constante repetición de las mismas acciones (aquellas permitidas por las limitaciones del cilindro), hecho que imposibilita la aparición de lo nuevo y asegura el continuo fracaso. Se pone de manifiesto una visión instintiva de la acción que impide vislumbrar cualquier idea de progreso: dentro del cilindro nadie puede dejar de hacer aquello que irreflexivamente hace.

A su vez, los cuerpos se clasifican en cuatro tipos, en función del movimiento que llevan a cabo, de su circulación por el cilindro, y este movimiento se encuentra estrechamente ligado ala forma en la que se manifiesta el deseo de ser despoblado: los que circulan sin cesar, los que paran alguna vez, los que a menos de ser expulsados no abandonan el lugar que conquistaron y cuando son expulsados se arrojan sobre el primer lugar vacío para inmovilizarse de vuelta y los no buscadores. Como menciona Badiou, los nómades absolutos y los derrotados representan figuras extremas del deseo humano.

Avigdor Arikha, aguafuerte basada en la obra de Samuel Beckett

Se trata de cuerpos que, al igual que en El mundo de cristal, buscan un escape y van, en cambio, hacia la inmovilidad: “Y lejos de poder imaginar su último estado en el que cada cuerpo estará quieto y cada ojo vacío llegarán a él por su propia cuenta y serán tales sin saberlo. Entonces ya no será más la misma luz ni el mismo clima sin que sea posible prever lo que será. Pero a tener en cuenta una extinta falta de razón de ser y el otro fijo en las vecindades del cero. En el frío negro de la carne inmóvil” (Beckett, 1972:10). El mundo ordenado del cilindro y todos los cuerpos que lo habitan se dirigen, sin notarlo, hacia la muerte. Sin embargo, según señala quien narra, este orden opresivo que presenta el cilindro parece estar condenado al caos y la rebelión de sus integrantes: “¿No está el cilindro condenado a más largo o más corto plazo al desorden bajo la única ley de la rabia y la violencia?” (Beckett, 1972:16). Pero más adelante contesta esta pregunta: “continua, a pesar de todo” (Beckett, 1972:16).En este sentido, Badiou propone el concepto de optimismo paradójico para analizar este texto de Beckett, según el cual podemos ser vencidos sin que dejen de existir todo el resto de posibilidades (incluso la misma derrota). La posibilidad permanece indestructible. Tal como señala quien narra en relación a la clasificación de los cuerpos: “aquellos que a menos de ser expulsados jamás abandonan el lugar que conquistaron y expulsados se arrojan sobre el primer lugar libre para inmovilizarse de nuevo (…) si en estos últimos el deseo de trepar ha muerto no por eso deja de estar sujeto a extrañas resurrecciones” (Beckett, 1972:10). La figura de la pluralidad humana queda suspendida entre la irreversibilidad de sus elecciones y el mantenimiento de los posibles.

Los habitantes del cilindro constituyen un pueblo en estado de búsqueda, que intenta despoblarse en vano. Y el hecho de despoblarse, de escapar de este montón de buscadores, parece estar relacionado también con un cambio físico: “Hasta aquí y a grandes trazos el último estado del cilindro y de este pequeño pueblo de exploradores de los que un primero si era un hombre en un pasado impensable bajó por fin una primera vez la cabeza si esa noción se mantiene” (Beckett, 1972:18). Se trata de un pueblo en el que un hombre en algún momento bajó la cabeza y luego todos lo hicieron con él, y de un espacio producto de esa sumisión del cuerpo y de los sentidos, que se asegura, en la repetición de la acción, que dicha sumisión continúe. Para escarpar resulta necesario erguirse, levantar la cabeza, trepar, agudizar los sentidos que el cilindro oprime. Lo único que escapa a la opresión del cilindro es el deseo de los pobladores de ser despoblados. Y en ese deseo está la potencia que los define como pueblo.

Tanto El mundo de cristal como El despoblador presentan una imagen del mundo conocido como un espacio que determina la experiencia y la conducta humana. Trabajan con esta imagen de la realidad para producir una ruptura en ella. La descripción detallada del espacio, de los cuerpos que lo habitan y de sus conductas produce, en El despoblador, un efecto de extrañamiento sobre hechos que, de otro modo, podríamos considerar cotidianos. Ballard, en cambio, trabaja con herramientas del surrealismo, vuelve extraña la realidad conocida a partir de la proliferación de imágenes formadas con elementos heterogéneos, que permiten crear un nuevo orden de sentido, que excede el espacio físico y lo convierte en un paisaje interior. Ambos trabajan también con la posibilidad de un escape de ese mundo, pero lo hacen de manera inversas: el ‘afuera’ es inaprensible en El mundo de cristal e inaccesible en El despoblador. La posibilidad de ruptura, en el texto de Ballard, consiste en un proceso extraño invadiendo el mundo exterior que produce una apertura en el campo de la percepción humana. En el texto de Beckett, en cambio, se trabaja con una posibilidad de escape interna del individuo, con el deseo como germen de esa ruptura. Más allá de sus diferencias, estos textos plantean la necesidad de buscar una salida porque, como menciona Ballard: “las posibilidades tienen vida propia” (Ballard, 2013:149). Imaginar mundos alternativos a aquel en el que vivimos resulta necesario para abrir una grieta en un mundo colonizado por una imagen gris y desencantada.

 

Bibliografía

Badiou, A. Beckett. El infatigable deseo. Madrid, Arena Libros, 2007. Traducción Ricardo Tejada.
Ballard, J.G. El mundo de cristal. Barcelona, Ediciones Minotauro, 1991. Traducción Marcial Souto
————– Para una autopsia de la vida cotidiana. Buenos Aires, Caja Negra Editora, 2013. Traducción Walter Cassara.
Beckett, S. El despoblador. Barcelona, Tusquest Editor, 1972. Traducción Félix de Azúa.
Martínez Córdoba, C. “J.G. Ballard: pinturas”. Revista Hélice nº13, Abril 2011.
[1] Julieta Vanney es alumna avanzada de la Carrera de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Lo que aquí se publica es el informe de su examen final para la materia Literatura Inglesa (2015).

Autor: literatura inglesa

Cátedra de Literatura inglesa de la Universidad de Buenos Aires. Publicación de artículos, notas y trabajos monográficos de profesores y alumnos y de información de interés inherente a la materia.

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