Intentaré hacer una lectura de la tragedia King Lear de William Shakespeare, poniendo de relieve la noción de rol, tanto dramático como teatral, para dar cuenta del modo en que la obra se vincula reflexivamente con su contexto.
En la noche previa a la Navidad de 1605 se monta ante la corte de Jacobo I de Inglaterra la obra inédita de William Shakespeare: King Lear. Esta tragedia presenta un conflicto sobre la sucesión del poder que se divide en dos líneas de acción: la primera es la de Lear quien, consciente de su edad decide repartir su reino entre sus tres hijas, dos de las cuales, ambiciosas de poder, complotan en su contra. La segunda es la del conflicto de Gloucester quien hereda su título a su heredero legítimo, dejando a un hijo bastardo sin la posibilidad de acceder a los beneficios nobiliarios paternos.
Estas dos acciones dramáticas se están constantemente espejeando: existe una alternancia en las escenas que facilita la presentación de estas dos líneas en paralelo: primero el conflicto de Lear, luego el de Gloucester y así sucesivamente. Esta particular estructura puede ser denominada como espejeante, en tanto que permite entrar en un juego de repeticiones en el cual se pueden observar las similitudes entre las líneas de acción de Lear y Gloucester, generando una especie de contrapunto en el cual se aprecian matices y variantes y agravantes de un mismo problema que consiste en la disolución del núcleo familiar y monárquico que sostiene el mundo[2]. Continuar leyendo «la tragedia de los roles»
Dentro de las teorizaciones contemporáneas acerca de la felicidad, se destacan los aportes de la investigadora anglo-australiana Sara Ahmed[ii]. Sus estudios se enmarcan dentro de las teorías feministas y poscoloniales, y gran parte de su producción teórica más reciente se centra en el tema de la felicidad en la sociedad contemporánea. Si bien aquí resumiremos los principales puntos de su artículo “Happy objects” (2010), las temáticas que este texto aborda pueden ampliarse con otros de la misma autora como “Multiculturalism and the promise of happiness” (2007), “The politics of good feeling” (2008) y el libro The promise of happiness (2010).
“Happy objects” desglosa el tema de la felicidad, primero, en sus facetas etimológica e histórico-filosófica, para luego pasar a desarrollar la hipótesis principal de la autora. En cuanto a la etimología, Ahmed menciona cómo el concepto de felicidad está asociado al de contingencia, al resaltar que el término happiness contiene en sí la raíz “hap”, que, en inglés medio, sugiere azar, suerte o buena fortuna. El concepto moderno de felicidad impone que ese contenido azaroso, esa contingencia de lo que ocurre debe estar asociada a algo positivo. El artículo también realiza un recorrido histórico, y comenta cómo fue entendida la felicidad por diferentes filósofos, desde Aristóteles en su Éticanicomaquea, pasando por Locke en el siglo XVII y Hume, en el XVIII.
Prórroga para la presentación de ponencias para las II Jornadas Internacionales de Literatura Inglesa, «110 años del nacimiento de Samuel Beckett», a realizarse el 13 y 14 de abril de 2016.
Resúmenes:
Deberán enviarse por e-mail a: litinglesa.uba@gmail.com, antes del 20 de diciembre de 2015 (nueva fecha establecida) con un máximo de 200 palabras. Se consignarán el título del trabajo, nombre y apellido del expositor, institución en la que trabaja, dirección postal, e-mail y teléfono, de acuerdo con el modelo.
Pueden presentarse trabajos en colaboración. El tiempo de exposición de cada ponencia en mesas simultáneas y paneles será de quince minutos como máximo. El texto no tendrá formatos especiales, salvo que lo exija una convención estilística. Las notas y la bibliografía no destinadas a la lectura se incluirán en hoja aparte.
Los alumnos avanzados podrán presentar trabajos siempre que estén avalados por un profesor.
La ponencia sólo podrá ser leída por su autor.
Consulta de ejes temáticos y llenado de Ficha de inscripción en el blog de las Jornadas
Algunas notas sobre Chamber Music, de James Joyce
por Agustín Vallejo[1]
Entre las características distintivas que cabe atribuir al escritor irlandés James Joyce (Dublín, 1882 – Zurich 1941), la crítica generalmente ha reparado no solo en la impresionante y por momentos abrumadora capacidad de experimentación lingüística del autor –a la que asistimos en su mayor esplendor en Finnegan’s Wake (1939)– sino también en la musicalidad de la misma a lo largo de toda su producción. Esta orientación puede notarse muy patentemente en los versos de Chamber Music (1907), primer volumen poético del autor cuyo nombre remite tanto al género musical a cuyo auge asistimos a lo largo del siglo XIX como al sonido de la orina cayendo en un recipiente de metal (“chamber pot”).
Es en el cruce entre la educación estrictamente musical del autor –eximio pianista y portador de un destacado registro vocal de tenor– y lo que podríamos llamar su hincapié en los detalles de la sonoridad de su vida cotidiana donde se cristaliza la identidad poética que asoma en el ya mencionado debut. Basta con recordar el comienzo del primer capítulo de Portrait of the artist as a young man (1916) para darnos una idea acerca de la constante presencia de la música durante la infancia del autor[2].
James Joyce tocando la guitarra en Trieste, 1915.
Asimismo, el imperativo “shut your eyes and see” que leemos en el Ulysses (1922) cobra toda otra importancia si se examina a la luz de los mecanismos descriptivos de construcción del realismo decimonónico que encontramos, por mencionar, en el Flaubert de Madame Bovary, y de cuyo peso Joyce era consciente al momento de escribir. A lo largo del volumen, asistimos a una interpelación directa por parte de Joyce a hacer de la lectura una experiencia fundamentalmente destinada al oído, mediante el uso de verbos que podríamos llamar de sonido y la construcción de poemas que conforman imágenes esencialmente auditivas, destacables por su corta longitud y su consistencia sonora. Tal es el caso del poema número XXXV de la serie:
All day I hear the noise of waters
Making moan,
Sad as the sea-bird is when, going
Forth alone,
He hears the winds cry to the water’s
Monotone.
The grey winds, the cold winds are blowing
Where I go.
I hear the noise of many waters
Far below.
All day, all night, I hear them flowing
To and fro.
Winds of May, that dance on the sea,
Dancing a ring-around in glee
From furrow to furrow, while overhead
The foam flies up to be garlanded,
In silvery arches spanning the air,
Saw you my true love anywhere?
Welladay! Welladay!
For the winds of May!
Love is unhappy when love is away!
En él, las repeticiones de sonoridades configuran una pieza de suma riqueza lírica sin por eso negarle un aire de perenne jovialidad, pese a la temática de lamentación. Apunta Enrique Luis Revol en su libro Literatura inglesa del siglo XX que:
semejantes jugarretas verbales hacen pensar inmediatamente en chicos que durante el recreo caricaturizan la solemnidad de las enseñanzas colegiales. Más todavía, hacen pensar en el inexhaustible don popular, sobre todo del pueblo irlandés, para cambiar el idioma, lo cual en parte sólo es deseo de un contacto más familiar, más íntimo, con las palabras
En esta doble vertiente de acercamiento al lenguaje, en este deseo de goce y de contacto podemos, en mi opinión, enmarcar el proyecto “Chamber Music: James Joyce (1907) 1 – 36”, salido a la luz en 2008. El mismo consistió en un trabajo con el material poético para el cual un conjunto de músicos de importancia y procedencia tan dispares como Lee Ranaldo (Sonic Youth), Peter Buck (R.E.M.) y Dave Pearce y Bill Kellum (Flying Saucer Attack) por nombrar algunos, confeccionaron piezas musicales para acompañar los 36 poemas del volumen.
Dicen las páginas del Bardo de Avon que: “the man that hath no music in himself, nor is not moved with concord of sweet sounds, is fit for treasons, stratagems, and spoils; the motions of his spirit are dull as night, and his affections dark as Erebus; let no such man be trusted”. Entremos, entonces, con confianza en la sinfonía joyceana.
Notas
[1] Agustín Vallejo es alumno avanzado de la Carrera de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y Adscripto a la Cátedra de Literatura Inglesa.
[2] Resulta interesante prestar atención a la similitud, en este aspecto, entre la infancia de Joyce y la de Syd Barrett, célebre músico inglés conocido por haber formado parte de Pink Floyd en sus inicios y por su carrera solista, en la que versionaría el poema número V de Chamber music para su primer disco The madcap laughs (1970) bajo el título “Golden Hair”.