En este trabajo se realizará un análisis comparativo entre las obras Diario del año de la peste de Daniel Defoe, Oliver Twist de Charles Dickens y El jardín de cemento de Ian McEwan. Si bien estas obras fueron publicadas en tres siglos diferentes, XVIII, XIX y XX respectivamente, se puede establecer un nexo en común entre ellas: el rol del Estado en la configuración del espacio urbano y en los modos de comportamiento de los individuos. Para este análisis, se tomarán conceptos sobre la ciudad de distintos autores críticos como Peter Ackroyd, Fernando Chueca Goitia y Richard Sennett, para sostener que la ciudad de Londres aparece, en estas tres obras, representada como un espacio comercial, caótico, fragmentado, desigual, degradado y corrupto. La hipótesis central es que el Estado, a través de sus nulas o pocas intervenciones beneficiosas en los sectores más vulnerables de la sociedad, influye en la actitud y en los actos que los personajes principales realizan, los cuales se encontrarían por fuera de los valores morales y éticos reinantes en la sociedad inglesa. En efecto, detrás de estos comportamientos cuestionables y/o polémicos subyace toda una lógica del sistema que, si por un lado reprime y castiga estos hechos, por el otro los incentiva con su ausencia en los problemas sociales más graves. El escritor Raymond Williams señala en este sentido:
la sociedad es la creadora de las virtudes y los vicios. Son sus relaciones activas y sus instituciones las que a la vez generan y controlan todo aquello que en el primer tipo de análisis moral hubiese sido considerado un defecto del alma. (…) Las instituciones sociales, y más en concreto las motivaciones sociales, reescriben no sólo el mundo físico sino también el moral. (…) Con lo cual la cuestión moral e individual se convierte en una cuestión social (Williams, 1997:52-56).
Dos orillas: la alteridad en Defoe, Darwin y Stapledon[1]
de Alejandra Suyai Romano
“Pero, ¿dónde está el Otro, afuera o adentro?
Hay un filósofo francés llamado Jean-Luc Nancy, que hace unos años sufrió una enfermedad cardíaca degenerativa que sólo podía resolverse con un trasplante de corazón. El trasplante lo salvó y obviamente cambió su vida e impactó de lleno en su filosofía. Al poco tiempo lo convocaron a disertar en un congreso en Europa sobre la cuestión del extranjero. Y Nancy decidió, allí, narrar la experiencia de su trasplante. No fue casual. Su propio corazón lo estaba matando, pero fue el corazón anónimo de un Otro el que lo salvó.
Lo propio lo estaba destruyendo, lo extraño le dio vida. Qué paradoja. Nancy decidió titular a la disertación con «El intruso». ¿Cuál corazón era el intruso, el ajeno o el propio?
¿No somos todos mixtos? ¿No somos todos Otros?”
(Darío Sztajnszrajber en el capítulo “El Otro”, del programa de TV Mentira la verdad, 2011)
Bond of Union, M.C. Escher (1956)
Tanto en la novela Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, y la crónica de viaje Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo, de Charles Darwin, como en Hacedor de estrellas, de Olaf Stapledon, se construye la mirada en torno a la alteridad de dos formas radicalmente opuestas: en la primera (contemplando los dos primeros textos mencionados), se concibe al otro en términos de una sumisión y una hegemonía imperialista que abarca y domina a la totalidad, mientras que en la segunda (tercer texto mencionado) se concibe a la otredad en términos de equidad e igualdad: éste es el plano correspondiente al reconocimiento, la comprensión y la aceptación de la diferencia que el Otro posee de manera inherente a sí mismo.
Para que los tres textos dialoguen y discutan entre sí, en primera instancia es preciso y necesario enmarcarlos dentro de un panorama mundial y mencionar el contexto sociopolítico en el que se difunden y se distribuyen tanto Robinson Crusoe, publicado en 1719, como Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo, publicado en 1832. Inglaterra se encuentra, durante los siglos XVIII y XIX, atravesada por el capitalismo naciente y el expansionismo territorialista del Imperio. Este fenómeno, en principio europeo, se volverá luego planetario, aunque mantendrá para sí las distintas posiciones de poder entre el centro y las zonas periféricas coloniales. Estas relaciones asimétricas también están marcadas por las ideas de civilización, progreso, y lógica de la mercancía, las cuales contrastan con las ideas de las colonias, espacios de dominación que son catalogados como bárbaros, salvajes, e incivilizados. La mencionada colonialidad del poder es el eje que organizó y organiza no sólo a la centralidad jerárquica sino también a la periferia en tanto naturaleza. Aquí, el imaginario que se construye del Otro se basa en lo pagano y lo subdesarrollado; se lo configura tan sólo como un lugar pasivo y subalterno. Es también debido a la necesidad de estar a la vanguardia de los descubrimientos que se producen las carreras científicas, políticas y económicas para la consolidación hegemónica y geopolítica del territorio descubierto. El discurso científico es aquí un instrumento clave para la dominación del espacio Otro y para la apropiación y expansión imperialistas. Las relaciones que derivan de entender al Otro como mercancía son las que estarán sumamente presentes en ambos relatos. A modo de inicio, la novela Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, aborda precisamente dichas relaciones basándose en un eurocentrismo cimentado en la razón y en la lógica como proceso crítico y camino hacia el progreso. El concepto de homo economicus[2]desarrollado por Ian Watt se refiere a ello, al hombre que sopesa la realidad en base a sistemas monetarios en términos de ganancia y beneficio individual. Todas las acciones de Robinson en la isla son prácticas y utilitarias. De este modo, su mirada está puesta exclusivamente en el valor de las cosas como mercancía (significantes) y no en lo que realmente son o significan (significado). Es así como este personaje contiene en sí y expresa fuera de sí el más puro individualismo capitalista. Esto condiciona obligadamente todos los aspectos de la vida de Robinson, en particular los que se refieren a sus relaciones con el entorno. Según expresa Terry Eagleton en “Daniel Defoe y Jonathan Swift”:
El yo no viene determinado por las relaciones que mantiene con los demás. Antes bien, sus transacciones con otros yoes son siempre externas a él, y revisten un carácter puramente instrumental. Los otros son, en esencia, herramientas que empleamos para lograr nuestros propósitos”. (…)“Todas las relaciones son contractuales”(…) La única realidad permanente es el aislamiento en que se encuentra el yo.[3]
Es aquí donde se puede pensar que la relación que establecerá Robinson con Viernes será de la misma naturaleza contractual (expuesta por Locke y Rousseau) debido a la desvalorización de los factores no económicos, es decir, secundarios. El vínculo establecido entre individuos es percibido en tanto y en cuanto pérdida o ganancia. En estos términos, el individuo capitalista no demuestra cariño ni afecto hacia el otro, sino egocentrismo, patronazgo, dominación, y utilitarismo. Dichos conceptos se detallarán más adelante en este ensayo con la aparición de Viernes y su relación con el lenguaje. Continuar leyendo «Dos orillas: la alteridad en Defoe, Darwin y Stapledon»
La alteridad es un tema que atraviesa todo el programa de la materia Literatura Inglesa correspondiente a la cursada 2015. Para abordarlo, he decidido realizar un recorrido por un elenco de textos estudiados en función de los conceptos de modalidad semiótica y modalidad simbólica de Julia Kristeva (1981). Ella entiende al primero como aquel que se abre a los juegos con el sentido, multiplicándolo y diversificándolo, desplazándose hacia el carácter lúdico del lenguaje a través de las repeticiones y el ritmo. El segundo refleja, por el contrario, la disposición para expresar, calificar y concluir, fijando el sentido. A esta luz, propongo que a partir del siglo XX la relación con la alteridad se construye desde la modalidad semiótica: la disolución de las fronteras del yo abre la posibilidad de unión con lo otro. Esta apertura constituye una diferencia radical con respecto a obras anteriores en las que hay una clara tendencia a la modalidad simbólica en la relación con la alteridad, en cuanto se busca fijar su sentido desde los parámetros del viajero. Sin embargo, intentaré demostrar que, incluso en la modalidad simbólica, toda relación con lo otro implica un desvío hacia lo semiótico.
Parto del concepto de “zona de contacto” de Mary Louise Pratt, que “pone en primer plano las dimensiones interactivas e imprevistas de los encuentros coloniales” (2011: 34). En consideración de tales aspectos, podemos enfocarnos en las mutuas y dinámicas interpretaciones que hacen tanto el conquistador como el conquistado de la presencia del otro. En este sentido, es interesante observar qué apropiación realiza el conquistado respecto de la cosmovisión conquistadora, y si resulta en una relegitimación de la misma o, por el contrario, se muestra como potencialmente contraria y alternativa.
En La Tempestad, de William Shakespeare, la relación entre Calibán y Próspero es sumamente compleja. Por un lado, Calibán se constituye como un personaje trágico y también grotesco, puesto que, como comprende Kott (1969), es simultáneamente rey, monstruo y hombre en tanto habla un lenguaje humano. En este punto, el lenguaje que Calibán ha aprendido de Próspero es esencial para constituirlo sujeto, ya que solo a partir de las palabras logra pensarse a sí mismo y a su alrededor. Si entendemos que la realidad es inaccesible sin artificio (solo con lenguaje podemos nombrarnos y nombrar el mundo), podemos decir que Calibán logra apropiarse de la naturaleza. Así, su relación con ella pasa a ser una técnica: “…te mostré / Todas las cualidades de aquí, las fuentes frescas / y los pozos salobres, lo estéril y lo fértil” (I, 2). Próspero hace uso de esta técnica al someter a Calibán a la esclavitud. En este sentido, el lenguaje aparece como elemento útil al proyecto colonialista: si bien permite la subjetivación del otro, lo construye en términos de subordinación, opresión e incluso de propiedad, como observamos en los dichos finales de Próspero: “A este ser de tinieblas lo reconozco mío” (V, 1). A su vez, Calibán parece legitimar tal aseveración hacia el final de la pieza, parece haber “aprendido la lección”: “seré juicioso de aquí en más / para caerte en gracia” (V, 1).
Sin embargo, el proyecto colonialista no es tan cerrado. La zona de contacto genera resquicios, puesto que en el dinamismo del encuentro con un sujeto-otro siempre hay un plano de incertidumbre. La apropiación del lenguaje que hace Calibán puede considerarse “inversa”, en cuanto le permite maldecir a su amo, y también crear su propia “música”, con la cual logra mostrar una visión muy bella y compleja de la isla: “No temas; la isla está toda llena de ruidos, / sonidos, dulces aires, que agradan y no dañan / a veces el tañido de un millar de instrumentos / me zumba en los oídos, y otras veces son voces…” (III, 2). A su vez, intenta derrocar a Próspero poniéndose al servicio de Trínculo y Estéfano, lo cual sorprende al protagonista. Kott considera que esta acción es la “segunda derrota” de Próspero, ya que no logra predecirla al subestimar a Calibán y su práctica educativa. Continuar leyendo «La relación con la alteridad, de Moro a Defoe: los sentidos en juego.»
La Cátedra de Literatura Inglesa (UBA) se complace en anunciar la publicación del volumen Utopías inglesas del siglo XVIII. Construcciones imaginarias del estado moderno: selección de textos y comentarios críticos, editado por Editores Argentinos.
Este libro reúne una serie de escritos utópicos traducidos por primera vez al español y es el resultado final del proyecto de investigación acreditado por la Universidad de Buenos Aires: “Configuraciones utópicas en la Inglaterra del siglo XVIII” (UBACyT 20020120200060BA01).
Con diez introducciones que comentan los aspectos más relevantes de los textos, y un minucioso trabajo de notas, los investigadores y traductores que colaboran en este libro indagan sobre las transformaciones en las imágenes y en las narraciones que marcaron el género utópico en obras que operan bajo la influencia de las ideas filosóficas de la Ilustración. Han colaborado en el volumen María Inés Castagnino, Noelia Fernández, Martín González, Marcelo Lara, Cecilia Lasa, Lucas Margarit, Elina Montes, Ezequiel Rivas y Ramiro Vilar.
Presentación del libro: lunes 31 de octubre a las 19:00 horas en el aula 108 de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. ¡Los esperamos!
A continuación el índice del libro, comentado por los investigadores a cargo de cada traducción:
pp. 27-101 – El consolidador, o memorias de diferentes sucesos ocurridos en el mundo de la Luna. Traducido del idioma lunario por el autor de Un inglés auténtico [1705], de Daniel Defoe.
El protagonista del escrito de Daniel Defoe es un representante de la burguesía mercantil inglesa, un individuo para el cual la vasta extensión de la Tierra (y luego de la Luna) se presenta como un atractivo reto para la explotación comercial intensiva a través de las innumerables rutas mercantiles y sus inmensas oportunidades. A la vez, el desembarco del viajero en territorio lunar abre el espacio para considerar la imagen de los terráqueos en un espejo invertido deudor del gesto lucianesco, que recuerda la utopía de Joseph Hall Un mundo distinto pero igual; este recurso admite la crítica mordaz a los debates políticos de la Inglaterra contemporánea al autor. (Introducción, traducción y notas: Elina Montes)
pp. 103-149 – La isla del contento: o un nuevo paraíso descubierto [1709], de autor anónimo
Se trata de una utopía publicada a principios del siglo XVIII, período inicial y de pasaje hacia el Iluminismo en el ámbito de la cultura inglesa. Considerar este período de transición implicará, entre otras cuestiones, evaluar el temor por la inestabilidad de la corona ya sea por motivos religiosos como por la confrontación con enemigos externos, como Francia, problemática presente en Inglaterra desde el reinado de Enrique VIII. La isla del contento se publicó durante el período de gobierno de la reina Ana Estuardo, sobrina de Carlos II, monarca de la Restauración en Inglaterra luego de la República de Cromwell (1649–1660). La preocupación por la estabilidad monárquica es un aspecto central en la obra y se refleja en la defensa de una monarquía absolutista, como garante de la felicidad y de la paz de sus súbditos. (Introducción, traducción y notas: Lucas Margarit)
pp. 151-195 – Una descripción de Nueva Atenas en la Tierra Incógnita Austral [1720], de autor anónimo
Una descripción de Nueva Atenas, de autor anónimo, ofrece al lector del siglo XVIII una relación entre los modelos utópicos de la antigüedad clásica y bíblica y aspectos que conciernen la educación y su función en el programa utópico. Además, como elemento innovador, esta utopía suma una reflexión crítica y estética de la actividad teatral londinense. Así, Una descripción de Nueva Atenas se presenta como una poliutopía o utopía crítica, un texto que permite contrastar una pluralidad de modelos sociales sin ofrecer una solución utópica satisfactoria. Es esta crítica la que le permite tomar conciencia de las limitaciones del modelo, utilizando al mismo tiempo los discursos del Iluminismo sobre el progreso, la razón, la reforma y la sociabilidad. (Introducción, traducción y notas: Ezequiel Rivas)
pp. 197-307 – Un viaje a Cacklogallinia con una descripción de la religión, política, costumbres y hábitos de este país [1727], de Samuel Brunt.
«Un viaje a Cacklogallinia» puede parecer, como título para este relato publicado originalmente en 1727, por lo menos limitado. Su protagonista no visita únicamente un país ficticio habitado por gallináceos gigantescos. Su llegada allí es consecuencia de su estadía previa en la colonia inglesa de Jamaica, donde es testigo de hostilidades atroces entre amos y esclavos fugitivos. Y su partida desde allí lo conduce a la Luna, donde el relato propone la fantasía de un orden perfecto constituido por almas puras. Como punto medio entre estos extremos de conflicto y paz, la sociedad cacklogalliniana ofrece un reflejo satírico de la sociedad inglesa de la época del texto, distanciado por el extrañamiento de la animalidad y la escala de sus habitantes. (Introd. María Inés Castagnino; traducción y notas M.I. Castagnino y E. Rivas)
pp. 309-347 – La capacidad y el alcance del entendimiento humano; Ejemplificado en el caso extraordinario de Automathes [1745], de John Kirby
La Historia de Automathes de John Kirkby (1745) narra las aventuras de un monje que ha naufragado en la imaginaria isla de Soteria, donde conoce a Automathes, joven que se ha criado en la soledad total de la naturaleza. La historia le permite a Kirkby argumentar el modo en que el hombre desarrolla su conocimiento a partir del contacto con la naturaleza, que le “enseña” gradualmente el orden del mundo y las nociones metafísicas del alma y de Dios. Esta utopía del hombre natural escenifica los amplios debates de los siglos XVII y XVIII sobre el desarrollo del conocimiento humano, pero también las tensiones entre fe, razón y experiencia que atraviesan toda la filosofía occidental. (Introducción, traducción y notas: Ramiro Vilar)
pp. 349-419 – Un relato acerca del primer asentamiento de los Cessares [1764], de James Burgh
Nueve demoradas cartas firmadas por el señor Vander Neck navegan desde la Patagonia hacia Europa narrando el decidido abandono de Holanda de una selecta escansión social -unas pocas familias serias, honestas y trabajadoras-, y su llegada a distantes tierras, para escapar de la pobreza y del sufrimiento que los acosaba, y para construir un asentamiento en la lejanía del mundo, donde poner en marcha una recta política de gobierno de las conductas a fuerza de tempranas enseñanzas morales, y de la estricta vigilancia de todo aquello que merodeaba la sombra de la sinrazón. De este modo, asistiremos a la reconstrucción de una forma de vida simple y de buen comportamiento en la que el trabajo será la medida del hombre. (Introducción, traducción y notas: Marcelo Lara)
pp. 421-459 – Suplemento a la historia de Robinson Crusoe [1781], de Thomas Spence.
Es probable que “el viejo y glorioso Tom Spence”, tal y como lo caracterizaba Friederich Engels, ostente el curioso título de ser el autor inglés que más utopías publicó durante el siglo XVIII. En no menos de cinco oportunidades, Spence se embarcó viajes literarios que lo llevaron a imaginar comunidades políticas fundadas en la propiedad comunitaria de la tierra, administrada para asegurar el sustento de todos los individuos. El Suplemento a la historia de Robinson Crusoe tiene la particularidad de ser la primera de esta serie de utopías, en la que el autor no sólo demuestra las características de su visión comunitaria, sino que, además, reinterpreta el legado robinsoniano en la clave política del radicalismo inglés de fin de siglo. (Introducción, traducción y notas: Martín González)
pp. 461-542 – La República de la Razón [1795], de William Hodgson
La República de la razón, de William Hodgson -autor radical fuertemente influido por el espíritu de la Revolución Francesa-, propone, para la nación inglesa, una importante reforma política y social. En medio de un contexto que demandaba, sin duda, cambios profundos en los sistemas tradicionales de gobierno y los vínculos entre las clases, la obra impulsa, entre otras reformas, la abolición de la pena capital, un fuerte control popular sobre los distintos estamentos del Estado y una nueva visión de las relaciones entre los sexos que se adelantó, inclusive, a las posteriores demandas por la igualdad entre hombres y mujeres. La República de la razón fue escrita, además, cuando Hodgson se hallaba detenido en la prisión de Newgate. (Introducción, traducción y notas: Noelia Fernández)
pp. 543-577 – Crónica sobre los gigantes recientemente descubiertos [1798], de Horacio Walpole
La expansión colonial inglesa en el siglo XVIII ofrece un doble desafío para la producción de ficción. Por un lado, la relación con lo que resulta ajeno y extraño permite al observador europeo volcar la mirada sobre sí y, por otro, alimenta la imaginación utópica. Estos dos aspectos confluyen en Crónica de los gigantes recientemente descubiertos, de Horatio Walpole, en una escritura que no solo tematiza la experiencia colonial, sino que la desarrolla a nivel formal con procedimientos de la literatura a la que el propio Walpole da origen: la ficción gótica. Lo gótico se presenta en su utopía como principio de composición ficcional para abordar las ansiedades políticas, económicas y culturales de la Inglaterra dieciochesca. (Introducción, traducción y notas: Cecilia Lasa)
Ficha técnica
Título: Utopías del siglo XVIII. Construcciones imaginarias del estado moderno: selección de textos y comentarios críticos.
Entre las dos obras a las que me voy a referir media algo menos de un siglo. Las vincula, de un modo si se quiere más superficial y evidente, el tratamiento de determinados motivos en torno al viaje hacia el espacio exterior; y son, en definitiva, esos motivos los que vuelven más notorias aquellas transformaciones radicales que –desde diferentes ámbitos de la especulación científica y filosófica de sus respectivas épocas– animan y explican toda producción literaria. Me refiero aquí especialmente a El hombre en la Luna, de Francis Godwin (editado en 1638) y El consolidador, de Daniel Defoe (1705). En un libro publicado recientemente, How many moons does the Earth have? The ultimate science quiz, Brian Clegg hace un brevísimo repaso de los hitos principales de la literatura occidental respecto del imaginario lunar, en diálogo con otros motivos de la producción humanística y teológico-científica. Se menciona, en primer lugar, la luna en Luciano de Samosata quien, como seguramente sepan, en Historias verdaderas, es el primero en vislumbrar un ascenso celeste como parte de un propósito de desacralización de los espacios sobrenaturales evocados en la épica homérica, de las empresas heroicas y de las especulaciones eruditas, como la física aristotélica, por ejemplo, o los registros historiográficos más respetados. Hacia principios del siglo XVII, anota Clegg, el campo intelectual de la modernidad inglesa temprana conoce la empresa acometida por el obispo anglicano Francis Godwin que, sin abandonar el tono cómico de su ilustre antecesor, se deja seducir –a un tiempo– por las ensoñaciones de Kepler, de Copérnico, de Galileo y de Wilkins, quienes se atrevían a describir un cosmos que albergaba otros mundos habitados. Pocos años más tarde, asoma el fantástico relato de Cyrano de Bergerac (1657), que extiende el viaje fantástico hasta el mundo solar, retomando algunos motivos de Luciano y otros, por supuesto, de Godwin. Daniel Defoe también utiliza el viaje espacial –a comienzos del siglo XVIII, aunque no figura en el listado de Clegg– como un motivo que le permite, de manera más incisiva y desencantada que la de su predecesor, reiterar el gesto de Godwin pero con una intencionalidad que claramente lo diferencia tanto de este último como de la que emprende su contemporáneo, Jonathan Swift, con Gulliver’s Travels.
Partamos de una premisa. El lenguaje solo puede formarse socialmente: «solo entre los hombres es algo» y «solo como factor social será una realidad», dirá Fritz Mauthner (2001: 56, 45). Este carácter indisociable del vínculo lenguaje/sociedad no puede sino adquirir especial relevancia en las formas de escritura utópica, en tanto figuraciones (lingüísticas) de sociedad, en tanto —como las define Max Horkheimer— «sueño[s] del orden social verdadero y justo» (cit. por Neusüss, 1971: 11, 14) y, sobre todo, en tanto uno de los códigos de los que se sirve el pensamiento para asir, ordenar, la realidad[2]. Más allá de las clasificaciones, la utopía, considerada desde el lenguaje, permite preguntarse por todo un abanico de cuestiones: entre ellas, el vínculo entre lenguaje y visión de mundo; el problema de la comunicación lingüística con el otro; la relación entre lenguaje y colonización; el modo en que se institucionaliza el discurso sobre el otro; la forma en que el «sueño del orden social verdadero y justo» funciona semánticamente como «negación crítica de la época existente» (Neusüss, 1971: 25), como «rechazo de la realidad social» (Davis, 1985: 21).
La propuesta de este texto es analizar la manera en que leyeron este vínculo lenguaje/sociedad las escrituras utópicas de la literatura inglesa de la primera mitad del siglo xviii: un momento atravesado, sacudido, por las consecuencias de la Revolución inglesa y la Revolución Gloriosa, el colapso del feudalismo, las disensiones religiosas y las transformaciones que darían lugar a la Revolución Industrial. Para ello, se tomarán dos novelas paradigmáticas de la época: Robinson Crusoe [1719], de Daniel Defoe, y Gulliver’s Travels [1726], de Jonathan Swift. La pregunta que guía la selección de este corpus es por qué dos novelas entre cuyas publicaciones median tan solo siete años y cuyos autores son hombres —diría Lévi-Strauss— tan «próximos por el hábitat, la historia y la cultura» (1968: 11), nacidos en el mismo tiempo y lugar, envueltos ambos por las mismas circunstancias históricas, producen configuraciones utópicas y derivaciones del vínculo lenguaje/sociedad tan diversas, y hasta opuestas, en tanto tensionan hacia direcciones contrarias el «experimento» (Neusüss, 1971: 65) de sociedad. Con ellas asistimos, en efecto, al pasaje de la experiencia de la ausencia de sociedad, a la experiencia de múltiples formas de sociedad; del «my self» o interiorización de la propia lengua, al aprendizaje de diversas lenguas y cosmovisiones; del problema de cómo comunicarse con algo, cómo sostener un lenguaje en ausencia de todo interlocutor humano, al problema de cómo comunicarse con el otro y en la lengua del otro; de la colonización lingüística (del espacio primero y, más tarde, del otro), al interés por la lengua del otro como modo de acceso a su cosmovisión y la posibilidad (o no) de traducción entre lenguas; de la perfectibilidad del hombre, a la humanidad perdida. Formas diferentes de entender el lenguaje, formas diferentes de leer la sociedad de su tiempo, formas diferentes de proyectar el futuro. Mi hipótesis es que estas diferencias, estas manifestaciones opuestas del pensamiento utópico nacidas del mismo contexto, no debilitan el concepto de utopía, sino que lo conforman, lo constituyen, al tiempo que exhiben sus alcances. Considerando el problema de la utopía a partir de una mirada levistraussiana, el pensamiento utópico se construye en oposiciones, y estas oposiciones, que dificultan la definición estable del concepto de utopía —así lo atestiguan, entre otros, Davis (1985) y Neusüss (1971)—, son inherentes al pensamiento utópico mismo en tanto código de interpretación de la realidad, esto es, en tanto forma de lenguaje. Continuar leyendo «UN ACERCAMIENTO LEVISTRAUSSIANO A LA UTOPÍA»
El discurso religioso y sus desplazamientos en Kempe, Bacon y Defoe
de Manuel Eloy Fernández[1]
El presente trabajo tiene como objetivo precisar el funcionamiento del discurso religioso en El libro de Margery Kempe, en la Nueva Atlántida, de Francis Bacon y en Vida de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. El análisis comparado de estos textos revela cambios en la presentación de lo religioso que son de interés en relación a su contexto histórico.
Sta. Catalina y sus demonios. Artista desconocido, 1500 ca.
Antes de analizar el discurso religioso en El libro de Margery Kempe, es preciso hacer una aclaración respecto al rol de la mujer en la Baja Edad Media. Señala Jacques Le Goff que se trata de una categoría al margen, y que se define a partir de su valor como “esposa, viuda o virgen“(Le Goff, 1990: 31). Así, se observa como característica una fuerte imposición sobre el cuerpo de la mujer, que es “víctima de las constricciones que el parentesco y la familia le impusieron mucho tiempo” (Ibíd.:31-32). Mientras que una minoría de las vírgenes podía tener acceso al convento, esposas y viudas se hallaban relegadas a su rol materno, fundamental en la estructura familiar y económica medieval.
El encuentro con la alteridad es un tópico recurrente en la literatura de viajes. Tanto en la novela de Robinson Crusoe de Daniel Defoe como en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, se tematiza el viaje como proceso de conocimiento; y el enfrentamiento entre lo conocido y lo nuevo reconfigura no sólo la relación entre sujeto y experiencia del mundo, sino la concepción propia de dicho sujeto en tanto identidad.
En este sentido, una lectura exhaustiva de ambas obras revela profundas diferencias en la función que cumple este encuentro con la alteridad en una y otra novela. En la novela de Defoe, el encuentro con la alteridad opera como una reafirmación de la propia identidad y una experiencia que facilita la perpetuación de los principios dominantes de la civilización europea del siglo XVIII. Mientras que, en la novela de Swift, funciona de manera inversa, como una puesta en crisis de la identidad y un menoscabo a los principios dominantes que sostienen la propia civilización.
Según Terry Eagleton, la literatura de viajes manifiesta un carácter “progresivo”:
Se supone que la narración de viajes dieciochesca es, en determinados aspectos, una forma «progresiva», deseosa de investigar, de explotar nuevas tecnologías, de adquirir conocimientos y experiencia novedosos, de hacerse con nuevas oportunidades para el bienestar. (Eagleton 2009: 59)
Si bien, en las dos novelas, se mantienen algunos tópicos de la literatura de viajes (como el naufragio, la zona desconocida e inexplorada, la cartografía incompleta, etc.); haciendo un análisis del recorrido del héroe, se concluye que este carácter general “progresista” aparece en dichas novelas de manera ambigua o es directamente nulo.
El recorrido del héroe
En primer lugar, con respecto a la motivación del viaje, Los viajes de Gulliver empieza casi in media res. La introducción del estado inicial, previo a las aventuras es insignificante. La motivación no es clara, y lo accidental o lo predestinado es indiferente. Por momentos, viajar se le presenta al narrador como un destino, pero finalmente cuando emprende su viaje lo hace por una urgencia económica: “yo siempre creí que, tarde o temprano, viajar sería mi destino.” (Swift 2011: 41); “mi negocio empezó a decaer, porque mi conciencia me impedía imitar las malas prácticas de tantos colegas (…) decidí volver otra vez al mar.” (Swift 2011: 42). El viaje se define, entonces, como lo que indefectiblemente debe ser.
En Robinson Crusoe, en cambio, la motivación del viaje es un elemento constitutivo del relato. La inquietud por el viaje, que no tiene dimensión psicológica, sí tiene una dimensión social y espiritual, las cuales se irán desarrollando durante todo el relato. El viaje aparece signado negativamente, desde un principio, en ambas dimensiones. Socialmente, representa una contravención al mandato del padre, y espiritualmente, implica una caída del héroe, que desatiende las sucesivas señales de la Providencia: “sin pedir la bendición de Dios ni la de mi padre, sin considerar las circunstancias ni las consecuencias, y en mala hora, sabe Dios, el 1° de septiembre de 1651 subí a bordo de un buque que se dirigía a Londres.” (Defoe 2007: 11). El viaje se define, entonces, como un incumplimiento del deber ser.
Lo que es urgencia económica en Los viajes de Gulliver, debido a que el héroe se niega a claudicar frente a las prácticas inmorales de su sociedad contemporánea; en Robinson Crusoe, es decisión irracional, el héroe rechaza incomprensiblemente tanto la comodidad económica como la moral privilegiada burguesa. Y lo que es destino en la novela de Swift, en la de Defoe es condena. Es decir, desde su motivación inicial del viaje, la figura del héroe ya aparece posicionado problemáticamente frente a la sociedad, pero en la novela de Swift, esta transgresión del héroe a los principios sociales y morales dominantes de su época se concibe como un destino a cumplir (el viaje entendido como un proceso que irremediablemente tiende a minar las certezas de la civilización propia); mientras que, en la novela de Swift, esta transgresión exige un castigo y una enmienda (el viaje formulado como un camino que recompone las certezas amenazadas de la civilización propia).
Atendiendo a la resolución de las novelas, Los viajes de Gulliver podría considerarse, como desarrolla Eagleton, un relato “antiprogresista”, ya que no se suple ni su urgencia económica ni el héroe evidencia un progreso en su constitución como sujeto. Luego de la travesía, queda inhabilitado para la vida social. Se destruyen todos los preceptos conocidos y la puesta en crisis de la identidad propia es cabal al punto de que el narrador ya no puede desenvolverse adecuadamente ni en el seno de su propia familia: “Mi mujer y mi familia me recibieron con gran sorpresa y alegría (…) verlos me llenó de odio, repugnancia y desprecio, y más al reflexionar en los estrechos lazos que mantenía con ellos.” (Swift 2011: 326)
En Robinson Crusoe, si bien no se presenta este carácter “antiprogresista”, la resolución parece ser un restablecimiento del estado inicial. El mandato del padre no es más que el modelo de la virtudes protestantes burguesas: la defensa de una vida sin “males e incomodidades del cuerpo y la mente” (Defoe 2007: 9), y de un equilibrio entre trabajo y buen vivir, correspondientes a “la sobriedad, la moderación, la tranquilidad, la salud, la sociabilidad (…) las distracciones honestas y deseables” (Defoe 2007: 9). En retrospectiva, este mandato se demuestra como verdadero y la resolución positiva de la novela consiste en lograr un estado de bienestar que hubiese existido desde un principio, sin la intervención del proceso del viaje. Asimismo, el progreso, como progreso espiritual, aparece, pero de manera ambigua: el período en la isla es entendido, a la vez, como castigo y salvación:
“Soy señalado y separado (…) de todo el mundo, para ser infeliz (…) Pero también soy señalado (…) para ser salvado de la muerte; y Aquél que milagrosamente me salvó de la muerte, puede liberarme de esta situación” (Defoe 2007: 65)
En ambos casos, el recorrido social y el recorrido espiritual no conllevan tanto un carácter progresista sino una reafirmación de los preceptos que fundan y estructuran la propia civilización.
Los encuentros con la alteridad
Durante el viaje hay en ambas novelas varios encuentros con la alteridad. En Robinson Crusoe aparecen tres episodios significativos antes de la llegada del personaje a la isla: su esclavización por parte de los turcos, el escape con Xury y la observación de los habitantes de África. La esclavización de Robinson Crusoe no suscita en él una reflexión sobre el concepto de esclavitud, despierta tan solo una angustia personal frente a la perversión de ciertas condiciones sociales naturalizadas. Lo que lo entristece no es ser esclavo, sino ser un comerciante inglés esclavizado: “Me sentí muy entristecido por ese cambio en mis condiciones, de comerciante a esclavo miserable” (Defoe 2007: 22). Esto se evidencia aún con más fuerza cuando, irónicamente, escapa de su miserable condición, haciéndolo en una nave negrera portuguesa.
Lo mismo se corrobora en la historia de Xury. Luego del escape, su venta está justificada por dos motivos: por un lado, la conformidad del propio muchacho que acepta voluntariamente conceder diez años de su vida a la esclavitud y, por el otro, la promesa de una futura liberación. Esa voluntad de Xury, que acepta impasible la condición esclava como aquella que naturalmente le corresponde, es tan inexplicable como la voluntad que lo había impulsado, anteriormente, a ofrecer su propia vida en sacrificio para salvar una vida europea: “Si venir hombres salvajes, me comen y tú salvarte” (Defoe 2007: 28). Y del mismo modo, la liberación, no es tanto una promesa sino un mandato coercitivo que busca la neutralización del otro, pues Xury para ser liberado debe convertirse primero al cristianismo.
La idea evidente que subyace en estos episodios es que la esclavización es condenable en el “yo” pero naturalmente aceptable en el “otro”. Idea ésta fundada en la concepción de que el “otro” es esencialmente no-humano. Esa noción de alteridad, no sólo efectúa una configuración del otro como diametralmente opuesto a la propia identidad, sino que lo objetiva, despojándolo de su humanidad. Un ejemplo patente de este procedimiento se verifica en la descripción del territorio africano:
“nuestro rumbo era el sur, la costa realmente bárbara, donde con seguridad naciones enteras de negros nos rodearían (…) donde ni una vez podríamos desembarcar sin exponernos a que nos devoraran bestias feroces o salvajes aun menos piadosos de la especie humana.” (Defoe 2007: 26)
La alteridad, entonces, reafirma la condición civilizada de la propia identidad. Al mismo tiempo, esa consistencia de la identidad propia justifica la noción de que la alteridad deba necesariamente contribuir y hasta sacrificarse por su perpetuación.[2]
Según la lectura de Eagleton, los episodios de Los viajes de Gulliver no tienen conexión entre sí, como si cada nuevo destino fuese una tabula rasa. Sin embargo, los sucesivos encuentros con la alteridad, reformulan una y otra vez no sólo la propia identidad, sino las experiencias previas de viaje. El pasaje contrastante de Lilliput a Brobdingnag, funciona como una suerte de revisión de ese primer encuentro. La percepción del propio cuerpo se modifica: “incluso las pieles más blancas y suaves son ásperas, feas y mal coloridas.” (Swift 2011: 118). Es a través del encuentro desagradable con los Brobdingnag que el narrador reconoce su propia monstruosidad.
Ilustración de Martin Rowson
Paralelamente, en cada uno de los viajes, se enfatiza la noción de que el narrador es una alteridad para los pueblos que visita: En Lilliput lo bautizan “Hombre Montaña”; en Brobdingnag lo tratan alternativamente como un freakshow, un juguete, o una alimaña. En Laputa lo consideran un obtuso por no necesitar de los servicios del batidor. En Luggnagg, queda ridiculizado por su preconcepción de la inmortalidad. Y finalmente en el país de los houyhnhnms es confundido por un yahoo. A su vez, esta dinamitación de la identidad se profundiza aún más, a través de lo que Eagleton ubica como una suerte de “sobreadaptación” del protagonista al nuevo entorno, o una identificación excesiva. A diferencia de lo que Eagleton sostiene acerca de esta sobreadaptación[3], ésta puede entenderse como un recurso humorístico y como un artificio necesario para establecer un paralelismo entre esos mundos imaginarios y la realidad política y social de la época de Swift. La identificación excesiva es fundamental para que el efecto satírico pueda desarrollarse. Es a través de la empatía con la estructura política delirante de Lilliput que la alegoría de los tacones altos y los tacones bajos surte efecto. Y es esa inusitada facilidad para aprender idiomas, la premisa habilitante para el conocimiento de las diversas culturas.
En la novela de Defoe, los encuentros con la alteridad confirman una imagen preconcebida de la misma. En efecto, el representante de la civilización europea viaja para corroborar los preceptos que la sostienen. En la novela de Swift, en cambio, el choque cultural efectúa una distorsión perturbadora de dichos preceptos. El espejo satírico borra los límites entre identidad y alteridad y desestabiliza los fundamentos de la civilización propia.
El encuentro como lucha. ¿Triunfo o fracaso?
A diferencia de la novela de Swift, que confronta su protagonista con diversas culturas alternativas, en Defoe, el encuentro con la alteridad queda prácticamente anulado en la primera parte de su estadía en la isla. Se desplaza este encuentro por el desarrollo de lo que Eagleton ubica como una fantasía de colonización sin pueblo nativo, o la construcción de una civilización desde cero. Esta civilización no es más que una reproducción “en miniatura”, más austera y más individual, de la civilización capitalista europea del siglo XVIII, en la cual los objetos, principalmente, se definen por su valor de uso.[4] La única experiencia “innovadora” de este primer período de asentamiento atañe al sistema de producción: a diferencia de la experiencia más difundida de la época, Crusoe puede presenciar la totalidad del proceso productivo. Pero llamar esta experiencia “innovadora” sería falaz, pues se retrotrae a una realidad pre-capitalista, en donde las relaciones entre trabajo, materia prima, producto final y utilidad habían sido más transparentes.
A modo de organización, el carácter de “progreso” en Robinson Crusoe, puede dividirse en tres: progreso material, progreso moral (ambos en la dimensión de los social) y progreso espiritual. En cuanto al progreso material, es apenas una vuelta al estado inicial, como se ha mencionado. El progreso espiritual, puede delinearse con un movimiento de caída y ascenso. Y finalmente, con respecto al progreso moral, habría una regresión a un período pre-capitalista, por un lado, y una ambigüedad frente al modelo imperialista, por el otro. En este sentido, el viaje hacia un territorio nuevo y los encuentros con la alteridad, en la novela de Defoe, vehiculizan el restablecimiento de un modelo conocido y, consecuentemente, la reproducción de las contradicciones que le son inherentes.
En Los viajes de Gulliver, en cambio, cada nuevo destino le proporciona al narrador una oportunidad para minar los principios imperantes de razón, verdad, y progreso de la civilización de su época. Los viajes a Lilliput y Brobdingnag exponen la corrupción y el carácter degenerativo inherente al cuerpo político, y presentan una depreciación de la grandeza humana, mostrada como insignificancia y absurdidad. El viaje a Laputa es una contravención a la noción de que el progreso científico-técnico se acompaña, necesariamente, del progreso social. El viaje a Glubbdubdrib es una mirada escéptica sobre la modernidad, que pone en primer plano la degradación del conocimiento y del cuerpo social en general. El viaje a Luggnagg desmitifica la idea de inmortalidad, haciendo énfasis en el paso del tiempo como pura degradación del cuerpo. Y finalmente, el viaje al país de los houyhnhnms subvierte las dicotomías de humanidad/animalidad, civilización/barbarie, razón/bestialidad, sujeto/objeto.
En opinión de Eagleton, Swift destruye el modelo civilizatorio europeo y no propone ningún modelo positivo para reemplazarlo. Sin embargo, es posible ubicar, a lo largo de la novela, algunos comentarios que aluden a ciertos principios generales que deberían regir un modelo positivo de civilización. Por un lado, se menciona la importancia de las decisiones comunitarias: la superioridad de los Brobdingnag no reside en el tamaño de sus habitantes sino en sus métodos de “componenda general” y en su capacidad para reconocer que los problemas sociales deben resolverse a través de un “consentimiento común”. De la misma manera, de la descripción de los valores originales de los fundadores de Lilliput se deduce la importancia de que la moral predomine por sobre la inteligencia, y de que la justicia tienda más a la recompensa que al castigo, entre otros. La reflexión acerca del fracaso de Laputa condensa la idea de que la ciencia debe siempre aplicarse al bienestar común. Y, sobre todo, en la descripción de la sociedad de los houyhnhnms, se exhibe una utopía social, manifestada, a su vez, como utopía lingüística. El lenguaje de los houyhnhnms -adánico, pre-babélico, sin falsas representaciones, metáforas, ni malas interpretaciones- es el reflejo de una sociedad ideal, en la cual las relaciones entre sujeto y mundo se dan de manera transparente y natural. Sin embargo, es cierto lo que nota Eagleton, esta utopía no parece ser accesible a la naturaleza humana.
En la novela de Swift, entonces, el encuentro con la alteridad o bien funciona como un espejo distorsivo de la propia civilización, o bien presenta una realidad alternativa que despierta un escepticismo feroz frente a la misma. El modelo civilizatorio conocido se destruye, bajo una luz que expone sus contradicciones más irresolubles. En este sentido, la dimensión crítica de la novela reside tanto en su tono satírico, como en el efecto corrosivo que los sucesivos encuentros con la alteridad tienen sobre la concepción de la propia civilización.
Ilustración de Tullio Pericoli
En Robinson Crusoe, en cambio, el encuentro con la alteridad desarrolla un camino a través del cual la propia civilización triunfa por sobre las culturas alternativas. La salvación espiritual es el triunfo del protestantismo por sobre el paganismo y el catolicismo: tanto el padre de Viernes, Viernes y el español (representantes de las diferentes religiones) son considerados súbditos y sus respectivos destinos se verifican inferiores al de Crusoe. Ese triunfo espiritual, a su vez, se perfila como un triunfo material, ya que la recompensa divina se traduce como fortuna y riquezas.
El caso de Viernes manifiesta a su vez el triunfo de la propia etnia y cultura por sobre las de la alteridad:
“El color de su piel no era del todo negro, sino muy atezado, aunque no tenía ese nauseante atezado amarillento y feo de los brasileños y los virgilianos y de otros nativos de América, sino que se trataba de un brillante castaños oliváceo que poseía algo agradable, aunque no muy fácil de describir” (Defoe 2007: 194)
La alteridad de Viernes aparece mitigada por sus rasgos étnicos más atenuados. Coherentemente, es el único que puede ingresar al sistema europeo, aunque sea bajo condiciones de servidumbre. Sus posibilidades de ser civilizado parecen aumentar con la disminución de su alteridad, y el triunfo de su neutralización se completa con el cambio del nombre, de la vestimenta, de los hábitos de alimentación y el sometimiento.
Siguiendo esta línea, el escape final de la isla es sumamente significativo. Las perspectivas de una fuga se empiezan a delinear desde el momento en que la isla recibe los súbditos (dos caníbales, Viernes y su padre, y un español). Esto que puede parecer una subversión a la autosuficiencia y la omnipotencia del sujeto civilizado inglés que se desarrollan durante toda la novela, en verdad, cumple otra función dentro del relato. Estos “personajes-otros” aparecen como contrapunto al verdadero “personaje-yo” que salvaría a Crusoe de la isla: un capitán inglés. Cuando el buque inglés aparece, Crusoe desecha sin ningún tipo de remordimiento los planes y el contrato implícito que había establecido con el español y el caníbal. Y como si eso fuera poco, es Crusoe mismo quien se yergue como su propio salvador, ya que debe ser él quien primero libere al capitán del motín. De este modo, el motín funciona como una suerte de puesta en abismo de toda la novela. Dicho episodio condensa la historia del individuo, que con la ayuda de la gracia divina, su razón y habilidad práctica, puede dominar no sólo la naturaleza, sino los sucesivos “otros” indeseables (sean malhechores, españoles católicos, salvajes ingenuos o caníbales).
En la novela de Swift, el encuentro con la alteridad exterioriza la visión de una civilización propia que ha fracasado. Pero en esa visión, se puede vislumbrar la urgencia por una nueva victoria, más o menos quimérica. En la novela de Defoe en cambio, la reafirmación de la identidad autosuficiente, voluntarista, protestante y burguesa es total. El encuentro con la alteridad, así como lo ubica Eagleton, es una herramienta al servicio de la propia civilización. La alteridad queda desplazada como un subsidiario de la naturaleza, susceptible de ser dominada y manipulada en pos del progreso. ¿Se podrá decir, entonces, que se ha triunfado?
Ilustración de Tullio Pericoli
Referencias bibliográficas
DEFOE, William. Robinson Crusoe. Buenos Aires: Losada, 2007.
EAGLETON, Terry, “Daniel Defoe y Jonathan Swift” en: La novela inglesa. Madrid:
Akal, 2009.
SWIFT, Jonathan. Los viajes de Gulliver. Buenos Aires: Losada, 2011.
[1] Ting Ting Mei es alumna avanzada de la Carrera de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. El que sigue es un artículo que refleja la exposición preparada para el examen final de la materia Literatura Inglesa (programa 2013). tingtingmei89@gmail.com
[2] Algo similar sucede con Viernes en su acto “heroico” de enfrentar a los lobos hacia el final de la novela. En este episodio, la figura de Viernes funciona alternativamente de bufón y carne de cañón.
[3] La lectura que hace Eagleton de Los viajes de Gulliver, parece, por momentos, excesivamente orientada a lo ideológico-biográfico. En esta categoría de la “sobreadaptación”, Eagleton fundamenta su denuncia al conservadurismo anglicano de Swift, entendiendo dicha sobreadaptación como la manifestación de una falta de reflexión crítica y como un procedimiento que imposibilita la exploración de los prejuicios propios.
[4] El valor dentro del mercado también aparece, pero previamente a su llegada a la isla. Por ejemplo, se mencionan el valor superior del cargamento inglés que le llega a Brasil y su astucia de llevar baratijas para comerciar con los negros en la costa de Guinea.