Categoría: Elina Montes
Esto no es una reseña: sobre Más acá del lenguaje
por María Inés Castagnino (Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Cátedra de Literatura Inglesa)

De un tiempo a esta parte, quienes integramos la cátedra de Literatura Inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA nos hemos abocado a los estudios de posgrado. Estos estudios, otrora menos frecuentes, más tardíos y ciertamente no obligatorios para quienes se desempeñaban como docentes en dicha facultad, son hoy por hoy un requisito para la carrera académica; pero, más allá de eso, son un medio que nos permite construir, desde la crítica y la investigación, una identidad individual a partir del recorte de intereses que hace a un campo de especialización. Por eso, el producto de los estudios antes mencionados, en sus múltiples formas, ilumina simultáneamente el objeto de estudio y al sujeto que lo estudia, revelándolos de manera única.
Elina Montes ha construido ese perfil académico personal a partir del interés por la obra de Samuel Beckett -fomentado y desarrollado en los integrantes de la cátedra por la tarea formativa de Laura Cerrato y continuado en la labor de Lucas Margarit- y por la manifestación estética y la problemática teórica del cuerpo y la ruina, que convergen en la melancolía como temática. Su trabajo en el marco de la Maestría en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad habilitó para ella la posibilidad de poner el discurso literario en diálogo tensionante y paritario con otros discursos. De esta conjunción surgió una perspectiva amplia que permite diversificar la lectura sin perder de vista lo que, a falta de opción mejor, llamaré la esencia beckettiana. La tesis de maestría resultante ha dado origen al volumen Más acá del lenguaje. Melancolía e inmediatez del cuerpo en la obra de Samuel Beckett, publicado por Editorial Leviatán a fines de 2019.
El primero de los cuatro capítulos que integran el texto, “Breve historia del humor melancólico”, provee al lector del conocimiento fundamental para saber qué se está diciendo cuando se emplea el término “melancolía”. Quien se dedica a la academia tiene especial conciencia de que los conceptos tienen una trayectoria histórica y un espesor teórico que es preciso conocer al emplearlos. Dado que, con el paso del tiempo, esa trayectoria y ese espesor pueden adquirir una densidad difícil de manejar, su compendio es de suma utilidad, especialmente si en su desarrollo se señala mediante referencias las múltiples entradas al concepto que el investigador ulterior puede explotar. Y no es la melancolía la única cuestión rastreada: otras, como la mirada o el cuerpo, son tratadas con eficacia sumaria en distintas partes. A la vez, la interdisciplinariedad y la intertextualidad que articulan Más acá del lenguaje hacen de su desarrollo un paseo por los confines de la cultura, ya sea mediante el acercamiento filosófico y psicoanalítico que filtra la apreciación estética de la producción literaria de Beckett o mediante un plurilingüsimo que comienza a apreciarse en todo su esplendor a partir del segundo capitulo, “La mirada del melancólico: huellas medievales en la poética beckettiana”. La multiplicidad de perspectivas y de lenguas (que incluye en ocasiones el contraste entre versiones en francés e inglés surgidas de la labor de autotraducción de Beckett, un terreno siempre fructífero para el estudio literario de su obra) está en consonancia con el universo de este autor, ciertamente erudito por la amplitud de sus intereses y lecturas. Beckett trasegó ese conocimiento amplio en citas truncas y alusiones más o menos veladas, pero, más allá de esas instancias puntuales, lo transmutó e integró orgánicamente en su creación; aspectos de esa integración son dilucidados en los capítulos “Dinámicas pendulares” y “Cuerpos des(h)echos”.
El desarrollo de Más acá del lenguaje nos conduce también por textos menos frecuentados críticamente dentro de la producción beckettiana (tales como los poemas, las obras dramáticas más breves y menos verbales o la temprana producción narrativa y ensayística, entre otros) así como por aspectos específicos de esos textos (el fango como motivo melancólico, el empleo dramático de la iluminación en su conjunción con los desplazamientos de los personajes) que tampoco son los más frecuentes. No es sólo esta amplitud la que me hace equiparar más arriba el desarrollo textual de Más acá del lenguaje con un paseo, sino también la fluidez formal de la prosa que recubre su materia y desemboca en interpretaciones nóveles a partir de la conjunción de las diferentes líneas de lectura (personalmente, la del extraordinario Le dépeupleur / The Lost Ones como “utopía laica fallida” es una favorita).
Más acá del lenguaje es, en suma, un libro del que aprender mucho. Estas palabras, por otra parte, no pretenden ser una reseña, sino una apreciación de la labor de una colega, de la constancia y aplicación que la han llevado a buen puerto para provecho general, y de la luz que Más acá del lenguaje echa tanto sobre su objeto de estudio como sobre su autora.
Más acá del lenguaje. Melancolía e inmediatez del cuerpo en la obra de Samuel Beckett. Elina Montes. Buenos Aires: Leviatán, 2019.
Utopías inglesas del siglo XVIII
La Cátedra de Literatura Inglesa (UBA) se complace en anunciar la publicación del volumen Utopías inglesas del siglo XVIII. Construcciones imaginarias del estado moderno: selección de textos y comentarios críticos, editado por Editores Argentinos.
Este libro reúne una serie de escritos utópicos traducidos por primera vez al español y es el resultado final del proyecto de investigación acreditado por la Universidad de Buenos Aires: “Configuraciones utópicas en la Inglaterra del siglo XVIII” (UBACyT 20020120200060BA01).
Con diez introducciones que comentan los aspectos más relevantes de los textos, y un minucioso trabajo de notas, los investigadores y traductores que colaboran en este libro indagan sobre las transformaciones en las imágenes y en las narraciones que marcaron el género utópico en obras que operan bajo la influencia de las ideas filosóficas de la Ilustración. Han colaborado en el volumen María Inés Castagnino, Noelia Fernández, Martín González, Marcelo Lara, Cecilia Lasa, Lucas Margarit, Elina Montes, Ezequiel Rivas y Ramiro Vilar.
Presentación del libro: lunes 31 de octubre a las 19:00 horas en el aula 108 de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. ¡Los esperamos!
A continuación el índice del libro, comentado por los investigadores a cargo de cada traducción:
- pp. 27-101 – El consolidador, o memorias de diferentes sucesos ocurridos en el mundo de la Luna. Traducido del idioma lunario por el autor de Un inglés auténtico [1705], de Daniel Defoe.
El protagonista del escrito de Daniel Defoe es un representante de la burguesía mercantil inglesa, un individuo para el cual la vasta extensión de la Tierra (y luego de la Luna) se presenta como un atractivo reto para la explotación comercial intensiva a través de las innumerables rutas mercantiles y sus inmensas oportunidades. A la vez, el desembarco del viajero en territorio lunar abre el espacio para considerar la imagen de los terráqueos en un espejo invertido deudor del gesto lucianesco, que recuerda la utopía de Joseph Hall Un mundo distinto pero igual; este recurso admite la crítica mordaz a los debates políticos de la Inglaterra contemporánea al autor. (Introducción, traducción y notas: Elina Montes)
- pp. 103-149 – La isla del contento: o un nuevo paraíso descubierto [1709], de autor anónimo
Se trata de una utopía publicada a principios del siglo XVIII, período inicial y de pasaje hacia el Iluminismo en el ámbito de la cultura inglesa. Considerar este período de transición implicará, entre otras cuestiones, evaluar el temor por la inestabilidad de la corona ya sea por motivos religiosos como por la confrontación con enemigos externos, como Francia, problemática presente en Inglaterra desde el reinado de Enrique VIII. La isla del contento se publicó durante el período de gobierno de la reina Ana Estuardo, sobrina de Carlos II, monarca de la Restauración en Inglaterra luego de la República de Cromwell (1649–1660). La preocupación por la estabilidad monárquica es un aspecto central en la obra y se refleja en la defensa de una monarquía absolutista, como garante de la felicidad y de la paz de sus súbditos. (Introducción, traducción y notas: Lucas Margarit)
- pp. 151-195 – Una descripción de Nueva Atenas en la Tierra Incógnita Austral [1720], de autor anónimo
Una descripción de Nueva Atenas, de autor anónimo, ofrece al lector del siglo XVIII una relación entre los modelos utópicos de la antigüedad clásica y bíblica y aspectos que conciernen la educación y su función en el programa utópico. Además, como elemento innovador, esta utopía suma una reflexión crítica y estética de la actividad teatral londinense. Así, Una descripción de Nueva Atenas se presenta como una poliutopía o utopía crítica, un texto que permite contrastar una pluralidad de modelos sociales sin ofrecer una solución utópica satisfactoria. Es esta crítica la que le permite tomar conciencia de las limitaciones del modelo, utilizando al mismo tiempo los discursos del Iluminismo sobre el progreso, la razón, la reforma y la sociabilidad. (Introducción, traducción y notas: Ezequiel Rivas)
- pp. 197-307 – Un viaje a Cacklogallinia con una descripción de la religión, política, costumbres y hábitos de este país [1727], de Samuel Brunt.
«Un viaje a Cacklogallinia» puede parecer, como título para este relato publicado originalmente en 1727, por lo menos limitado. Su protagonista no visita únicamente un país ficticio habitado por gallináceos gigantescos. Su llegada allí es consecuencia de su estadía previa en la colonia inglesa de Jamaica, donde es testigo de hostilidades atroces entre amos y esclavos fugitivos. Y su partida desde allí lo conduce a la Luna, donde el relato propone la fantasía de un orden perfecto constituido por almas puras. Como punto medio entre estos extremos de conflicto y paz, la sociedad cacklogalliniana ofrece un reflejo satírico de la sociedad inglesa de la época del texto, distanciado por el extrañamiento de la animalidad y la escala de sus habitantes. (Introd. María Inés Castagnino; traducción y notas M.I. Castagnino y E. Rivas)
- pp. 309-347 – La capacidad y el alcance del entendimiento humano; Ejemplificado en el caso extraordinario de Automathes [1745], de John Kirby
La Historia de Automathes de John Kirkby (1745) narra las aventuras de un monje que ha naufragado en la imaginaria isla de Soteria, donde conoce a Automathes, joven que se ha criado en la soledad total de la naturaleza. La historia le permite a Kirkby argumentar el modo en que el hombre desarrolla su conocimiento a partir del contacto con la naturaleza, que le “enseña” gradualmente el orden del mundo y las nociones metafísicas del alma y de Dios. Esta utopía del hombre natural escenifica los amplios debates de los siglos XVII y XVIII sobre el desarrollo del conocimiento humano, pero también las tensiones entre fe, razón y experiencia que atraviesan toda la filosofía occidental. (Introducción, traducción y notas: Ramiro Vilar)
- pp. 349-419 – Un relato acerca del primer asentamiento de los Cessares [1764], de James Burgh
Nueve demoradas cartas firmadas por el señor Vander Neck navegan desde la Patagonia hacia Europa narrando el decidido abandono de Holanda de una selecta escansión social -unas pocas familias serias, honestas y trabajadoras-, y su llegada a distantes tierras, para escapar de la pobreza y del sufrimiento que los acosaba, y para construir un asentamiento en la lejanía del mundo, donde poner en marcha una recta política de gobierno de las conductas a fuerza de tempranas enseñanzas morales, y de la estricta vigilancia de todo aquello que merodeaba la sombra de la sinrazón. De este modo, asistiremos a la reconstrucción de una forma de vida simple y de buen comportamiento en la que el trabajo será la medida del hombre. (Introducción, traducción y notas: Marcelo Lara)
- pp. 421-459 – Suplemento a la historia de Robinson Crusoe [1781], de Thomas Spence .
Es probable que “el viejo y glorioso Tom Spence”, tal y como lo caracterizaba Friederich Engels, ostente el curioso título de ser el autor inglés que más utopías publicó durante el siglo XVIII. En no menos de cinco oportunidades, Spence se embarcó viajes literarios que lo llevaron a imaginar comunidades políticas fundadas en la propiedad comunitaria de la tierra, administrada para asegurar el sustento de todos los individuos. El Suplemento a la historia de Robinson Crusoe tiene la particularidad de ser la primera de esta serie de utopías, en la que el autor no sólo demuestra las características de su visión comunitaria, sino que, además, reinterpreta el legado robinsoniano en la clave política del radicalismo inglés de fin de siglo. (Introducción, traducción y notas: Martín González)
- pp. 461-542 – La República de la Razón [1795], de William Hodgson
La República de la razón, de William Hodgson -autor radical fuertemente influido por el espíritu de la Revolución Francesa-, propone, para la nación inglesa, una importante reforma política y social. En medio de un contexto que demandaba, sin duda, cambios profundos en los sistemas tradicionales de gobierno y los vínculos entre las clases, la obra impulsa, entre otras reformas, la abolición de la pena capital, un fuerte control popular sobre los distintos estamentos del Estado y una nueva visión de las relaciones entre los sexos que se adelantó, inclusive, a las posteriores demandas por la igualdad entre hombres y mujeres. La República de la razón fue escrita, además, cuando Hodgson se hallaba detenido en la prisión de Newgate. (Introducción, traducción y notas: Noelia Fernández)
- pp. 543-577 – Crónica sobre los gigantes recientemente descubiertos [1798], de Horacio Walpole
La expansión colonial inglesa en el siglo XVIII ofrece un doble desafío para la producción de ficción. Por un lado, la relación con lo que resulta ajeno y extraño permite al observador europeo volcar la mirada sobre sí y, por otro, alimenta la imaginación utópica. Estos dos aspectos confluyen en Crónica de los gigantes recientemente descubiertos, de Horatio Walpole, en una escritura que no solo tematiza la experiencia colonial, sino que la desarrolla a nivel formal con procedimientos de la literatura a la que el propio Walpole da origen: la ficción gótica. Lo gótico se presenta en su utopía como principio de composición ficcional para abordar las ansiedades políticas, económicas y culturales de la Inglaterra dieciochesca. (Introducción, traducción y notas: Cecilia Lasa)
Ficha técnica
Título: Utopías del siglo XVIII. Construcciones imaginarias del estado moderno: selección de textos y comentarios críticos.
Autores: Lucas Margarit y Elina Montes (comps.)
Género: Ensayo. Traducción
PÁG: 578
PVP: $480
ISBN: 978-987-3876-07-3
Formato: 21 x 14 cm
Disponible en las siguientes librerías de CABA y La Plata: Arcadia, Atenea, Biblos, Buchin, de la Cambana, Gambito de Alfil, Guadalquivir, Hernández, Paidos, Proeme (Norte), Rayuela, Siberia
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Un comentario sobre el Ulises de William Turner
por Elina Montes
En 1829, Royal Academy of Arts, es exhibida la pintura de William Turner Ulysses Deriding Polyphemus, en ella, puede observarse al héroe griego venciendo al enorme cíclope, episodio inspirado en las gestas homéricas. A diferencia de lo que ocurre en La Odisea, sin embargo, tenemos aquí a un Ulises encaramado al palo mayor de su nave, mientras el cuerpo gigantesco de Polifemo asoma entre las nubes como una sombra oscura y amenazadora. La escena no está en primer plano y no se hace sencillo para el observador reconocer a los protagonistas de la gesta original.
En su extenso análisis de los mitos, G.S. Kirk advierte que la materia griega que conocemos tiene un origen eminentemente literario y sus episodios han sufrido modificaciones, que responden también a las razones que animan su posterior utilización. Así, por ejemplo:
Apolo inició su carrera griega como dios explícitamente jónico, pero cuando el oráculo de Delfos alcanzó una influencia panhelénica fue este aspecto oracular suyo el que se destacó tanto en los mitos como en el culto; y cuando Delfos se inclinó a favor de la Esparta dórica en lugar de la Atenas jónica, durante la guerra del Peloponeso, Eurípides retocó algunos de los mitos apolíneos para mostrar al dios bajo una luz nada halagüeña. (90)
Si bien el análisis de los mitos es complejo, la cita de Kirk ilumina el aspecto ideológico que subyace al uso de las imágenes, aún más si se trata de aquellas que constituyen lo que él denomina “el gran corpus nacional”.
Volvamos a la pintura de Turner, la pregunta que aquí surge es, ¿por qué el artista ha elegido este tema en particular? Lo que se nos presenta, básicamente, es una confrontación entre los menos y los más favorecidos y una batalla ganada por estos últimos. En el contexto europeo, las guerras napoleónicas ya han terminado, recordemos sin embargo que, en 1824 Turner había pintado La Batalla de Trafalgar, lienzo encargado por el Rey de Inglaterra, conmemorando la victoria de la armada inglesa bajo el mando de Nelson ante la flota francesa.
¿Puede interpretarse también la representación del episodio homérico como un comentario a esa misma confrontación? En mi opinión, hay aquí una apuesta de diferente índole que podría sugerirnos la posición de Turner ante un acontecimiento que en ese preciso momento inquietaba el inestable damero político de la Europa post-napoleónica, es decir el levantamiento griego contra el Imperio Otomano que tuvo en la Batalla de Navarino de 1827. En ese combate, que como el de Trafalgar se dirimió enteramente por mar, la flota de los aliados (ingleses, franceses y rusos) venció los escuadrones de la armada otomana. En este contexto, entiendo que tendríamos una resignificación de las figuras de enanos y gigantes, y podríamos ponerle un nuevo nombre a las enormes y amenazantes figuras que se ciernen en el horizonte. También cobraría sentido el hecho de que el artista no haya querido que el héroe actuase solo o en un reducido grupo ante su poderoso rival, sino que quedara plasmado el eficaz resultado del alineamiento y del esfuerzo colectivos.
Si la utilización y recontextualización del motivo heroico respondiera al marco histórico de las guerras otomanas libradas en ese momento, entonces cabría considerar la posición de Turner alineada con la de otros románticos, como Lord Byron, por ejemplo, quien se involucró mucho más explícitamente con la causa griega.
Enlaces de interés:
http://www.william-turner.org/biography.html
http://www.leninimports.com/joseph_mallord_william_turner.html
http://www.tate.org.uk/art/artists/joseph-mallord-william-turner-558
El cuerpo, el espíritu y las tripas
por Elina Montes
En su extensa obra The Anatomy of Melancholy (1621), Robert Burton desarrolla las múltiples alternativa del padecer melancólico, un mal que estima que es inherente a la condición humana puesto que se vive a partir de la plena conciencia de haber perdido la felicidad original luego de la Caída, es “una enfermedad congénita en todos nosotros”, dice. “¿Quién no sufre esta enfermedad?” –se pregunta– “pronto te darás cuenta de que todo el mundo está loco, melancólico y que delira” [59]. Y algo más adelante añade, “tomes la melancolía en el sentido que quieras, propia o impropiamente, como disposición o hábito, para placer o dolor, desvarío, descontento, temor, tristeza, locura, parcial o totalmente, verdadera o metafóricamente, es todo lo mismo” [60][1]. Burton, siguiendo una tradición de larga data, define la melancolía como “una enfermedad mixta” que afecta tanto al cuerpo como al alma; como el teólogo que era, infiere entonces que está en condiciones de abordar un tema tan complejo que afecta también al espíritu, como podría hacerlo un médico que desarrollaría mayormente los aspectos somáticos.
La carrera de Burton estuvo marcada por los ritmos académicos, estudió teología en Oxford y, al recibirse, fue nombrado bibliotecario del insigne Christ Church College de esa universidad. Es probable que Burton se haya aferrado con tenacidad a un puesto que le permitía expandir una cultura libresca de la que su obra hace alarde y que comparte con el lector de manera inteligente y amena. A su muerte fue enterrado no muy lejos de donde había transcurrido la mayor parte una vida que, como él mismo comenta, fue “silenciosa, sedentaria, solitaria, íntima”.
No cabe duda de que para Burton, hombre de profunda religiosidad e indudable hijo de su época, alma y cuerpo conforman una unidad y los padecimientos de una parte afectan a la otra indefectiblemente. Además, adhiere aún a una cosmovisión que vincula el cuerpo somático con el cosmos, micro y macrocosmos se espejan en una sucesión dinámica e infinita, lo que implica también que el desorden en una esfera necesariamente repercuta en la otra. Aludiendo a una humanidad melancólica, advierte al lector: “encontrarás que los reinos y provincias son melancólicos, las ciudades y familias, todas las criaturas, vegetales, sensibles y racionales, que todos los tipos, sectas, edades, condiciones están desacompasados” [59]. Refiriéndose a la doctrina humoral que regía en su tiempo, Burton persigue la analogía por la cual así como en los cuerpos humanos hay alteraciones que proceden de los humores, “hay muchas enfermedades en una república” y, ahí donde pueden verse “ciudades decaídas, villas humildes y pobres, pueblos abandonados, la gente escuálida, fea, incivil; ese reino, ese país es necesariamente infeliz y melancólico, tiene un cuerpo enfermo y necesita ser reformado” [92].
El panorama de catástrofe, corrupción, violencia e injusticia que releva en el mundo en que le toca vivir incluye a hombres de la iglesia, entre los cuales hay “monjes de profesión, los que deberían renunciar al mundo y a sus vanidades” y que no son sino “una chusma maquiavélica interesada en todos los asuntos de estado: hombres santos, pacificadores y sin embargo llenos de envidia, lujuria, ambición, odio y malicia”, “una compañía epicúrea, al acecho como los buitres”. La gente común, mientras tanto, sigue “como ovejas, a unos por ardor, a otros por temor”; como telón de fondo suceden “tantas batallas sangrientas, tantos miles de muertos a la vez, tales ríos de sangre” a la vez que “los hombres de estado, entre tanto, están seguros en casa, regalados con todos deleites y placeres” [76]. En un medio donde los litigios se multiplican, “los tribunales son un manicomio” y todos difaman, “mienten, deshonran, murmuran, injurian, levantan falso testimonio, juran, abjuran, luchan y riñen, gastan sus bienes, vidas, fortunas, amigos” [79]. Como puede notarse, la prosa de Burton es siempre dinámica y desbordante y apela con asiduidad al recurso enumerativo que, en un delirio casi manierista, nos hace percibir que el listado puede volverse infinito y es, por ende, provisorio e incompleto.
Burton hace que su lector se confronte con un mundo donde las cosas suceden al revés de lo esperable, las injusticias sociales están a la orden del día y, tal como ya lo había denunciado Thomas More en el primer libro de su Utopía, se cuelga a “un pobre ladrón de ovejas por robar provisiones, apremiado quizá por necesidad” mientras que el “gran hombre en el poder, seguramente puede robar provincias completas” [77]. Como paliativo posible, Burton se vuelve momentáneamente utopista e imagina una sociedad del pleno empleo como un intento por poner coto a excesos, desmesuras e inequidades. Lector de la propuesta de Bacon su próspero país ideal enviará “algunos barcos cada año en busca de nuevos descubrimientos” para que “hombres discretos (…) observen las invenciones técnicas y las buenas leyes de otros países” [111]. Deudor de la utopía moriana, distribuye entre todos los habitantes los trabajos a realizar, pues “no veo motivos (como dice Moro) para que un epicúreo o un holgazán ocioso, un rico glotón o un usurero vivan descansadamente, sin hacer nada, vivan con honor, con todo tipo de placeres y opriman a los demás” [113].
Convencido –sin embargo– de que el proyecto es poco viable, abandona el camino de la utopía y se vuelve al estudio de las diferentes facetas del mal, por lo que se ofrece al lector un análisis de las diversas causas que provocan la melancolía: las hay vinculadas con un inmoderado manejo de las pasiones (de la ira a la concupiscencia, de la avaricia a la vanagloria); también evalúa la conmoción provocada por duelos, enfermedades, hipocondría, pesadillas, alucinaciones, así como las diversas conductas alienadas que se adjudican al mal. Sugiere –por otra parte– que existen comportamientos extravagantes relacionados con la influencia de las estrellas misteriosas, como los hay también derivados de las menos prodigiosas flatulencias. Su extenso listado incluye, por supuesto, las penas de amor que se analizan largamente, considerando así tanto los diferentes afectos y pasiones como los abatimientos, sacrificios, raptos violentos, decepciones y cegueras que de éstos se deriven.
Burton abreva en muchos de los tratados de su época y en la literatura griega y latina para sugerir, en cada caso, paliativos y curas para socorrer a los pacientes, y que son tanto del orden de lo medicinal como de lo afectivo. Entre los diversos focos de atención de la obra burtoniana, aparece la comida: una mala dieta puede ser causante del mal melancólico así como la justa elección de los alimentos lleva a la cura de la enfermedad. “El venado es melancólico y produce mala sangre” –advierte- y entre las aves “están prohibidos los pavos, los pichones y todas las aves pantanosas”. Por otra parte, las raíces son flatulentas y malas y hay que evitar las legumbres, pues “engendran sangre negra y espesa”, tampoco son buenos los vinos densos y fuertes o el pan “muy cocido, crujiente” y aún menos la “leche y todo lo que procede de ella” [218-225]. Queda, en verdad, muy poco entre lo que elegir: carnes magras, lechugas e hierbas, pan blanco, frutas dulces, vino blanco y seco, y mucha moderación.
La dieta también fue uno de los ejes principales en la cura del mal cien años después, cuando la reflexión sobre la melancolía es puesta en el centro del debate de la Inglaterra dieciochesca, esta vez de la mano de un médico, Georges Cheyne. Era de origen escocés y se había instalado en Londres en 1701. Se hizo célebre, entre otras cosas, por escribir otra obra de la tradición de los estudios sobre la melancolía, The English Malady (1733). Cheyne era un hombre prominente en más de un sentido, de acuerdo con Richard Mead, colega y amigo del doctor, era:
un escocés con una espalda inmensa y amplia, que aspiraba tabaco sin cesar de una caja de oro macizo, costumbre que a menudo ponía a la vista de todos sus gruesos nudillos. Era un perfecto Falstaff, pues no sólo era un buen hombre gordo y corpulento, sino que era casi tan ingenioso como aquel caballero, y su humor se intensificaba por el acento del norte, era sumamente alegre. De hecho, él era el más excelente ingenio de su tiempo, una cualidad que a menudo utilizó para repeler las burlas que generaba su extraordinaria apariencia personal[2].
Cheyne consiguió de inmediato la membresía de la Royal Society y participó, desde los inicios de su estadía londinense y en forma muy activa, en los debates científicos del momento; apoyó con entusiasmos los estudios de Newton que llevarían, entre otras cosas, a una nueva conceptualización del cuerpo humano, en lo referente a los movimientos y a la circulación de los fluidos corporales.
La práctica de Cheyne fue ejemplar de la relación entre médicos y pacientes a principios del siglo XVIII, que se establecía también a través de un intercambio profuso de consultas epistolares, las que han dejado un registro preciso de cómo se instrumentaban los tratamientos en la época. La obra de Wayne Wild, Medicine-by-post: The Changing Voice of Illness in Eighteenth-century British Consultation Letters and Literature (Rodopi, 2006) brinda, al respecto, un panorama completo y esclarecedor. El autor dedica todo un capítulo al médico escocés, “George Cheyne: a Very Public Private Doctor”, que desde el título alude precisamente al ejercicio privado de la medicina y de su relación con la posibilidad por parte del médico de darse a conocer en el medio social; en el capítulo se hace un análisis de la buena recepción de la producción científica de Cheyne, por la que adquiere una celebridad que hace que su clientela se multiplique en muy corto plazo, hecho que también incide en el incremento de la correspondencia mantenida con los pacientes. Fue médico y amigo de Samuel Richardson, Alexander Pope, Samuel Johnson, David Hume y de muchos personajes públicos encumbrados. Wild comenta que el éxito que Cheyne tenía en la práctica privada no estaba disociado del hecho de que era “un virtuoso en el uso de los canales informales de las cartas, las comunicaciones personales y el boca a boca que promovían su autoridad y otorgaban confianza en que sus conocimientos –y experiencia personal como médico y como inválido- estaban enteramente dedicados al bienestar de los pacientes” (114). A diferencia de lo que sucedía con Robert Burton, la prosa de Cheyne –si bien evidencia siempre un interés por las dimensiones afectivas de la vida en sociedad– posee la contención y precisión que responden ya a esos requisitos dieciochescos que vinculaban verdad con claridad explicativa.
El comentario hecho por Mead y citado más arriba acerca de la silueta de Cheyne nos habla de lo voluminoso que era: durante su estancia en Londres llegó a pesar unos 204 kilos, y este fue en parte del precio que tuvo que pagar por ser popular y amante del placer derivado de las reuniones y la conversación que lo hacía un asiduo visitante de los café, los salones y las tabernas. Los tratamientos a los que se sometió para combatir su obesidad y otras enfermedades derivadas del sobrepeso –la depresión severa, entre ellas– tienen un peso relevante en los consejos para combatir la hipocondría, que es el nombre que adquiere la melancolía en el siglo XVIII, también por la vinculación entre salud y desmesura, en una visión puritana de los excesos y la enfermedad.
Como Robert Burton, Cheyne era un hombre profundamente religioso, por lo que la dimensión espiritual nunca está disociada de sus valoraciones en torno a la salud del cuerpo y, si bien sigue la concepción del cuerpo newtoniano, en cuanto a la relación mecánica entre las partes, nunca abandona la jerarquía platónica entre espíritu y materia. En Philosophical Principles of Religion, Natural and Revealed (1705 y1715) analiza los controvertidos vínculos entre Dios, mente, espíritu y materia que son inseparables de su concepción de la medicina; en la obra elabora un complejo modelo de ser racional con tres niveles de conciencia (sentidos, alma racional, espíritu supremo), que logra la perfección en la imitatio Christi y Su voluntad de reunión con Dios. Por supuesto, el desvío acarrea siempre corrupción y depravación. Una de las causas del desarreglo melancólico que sugiere Cheyne se vincula con las causas materiales de la propensión a dejarse tentar por la abundancia. En ese sentido, vemos cómo la visión generalizada de Burton en la que la opulencia causa desigualdad y deterioro, se focaliza en Cheyne en una noción moderna en la que la ciudad de Londres, en tanto metrópolis y centro del comercio es la nueva babilonia en la que los habitantes pierden la cordura y la mesura: “a partir de que se han incrementado nuestras riquezas y de que nuestra navegación se ha extendido, hemos saqueado al mundo entero y así reunimos todos los materiales existentes para el desenfreno, el lujo y dar rienda suelta a los excesos” (49)[3].
En 1718 Cheyne se muda a la ciudad de Bath que para ese entonces se había transformado en un atractivo centro de esparcimiento para la alta burguesía: no estaba muy lejos de Londres y ofrecía un entorno a la moda donde transcurrir los días de ocio y establecer relaciones entre pares. En su Description of Bath (1749), John Wood describe así la rutina diaria en la ciudad “a las diversiones de los baños le sigue una ida a la Pump House para beber las aguas, y ahí los intervalos entre las ingestas se hacen amenos tanto por las armonía que provienen de una pequeña banda de música que por la conversación entre gente alegre y saludable”. Bath es un ejemplo del nuevo interés de la sociedad acomodada por los cuidados del cuerpo: los londinense iban al complejo termal para beneficiarse de las aguas y los baños y para consultar con médicos reconocidos, así que “tanto pacientes como médicos siguieron las nuevas estaciones sociales: el verano en el campo o en los balnearios, el invierno en Londres” (Guerrini: 94).
En este contexto, Cheyne pudo establecerse en la ciudad también gracias a los contactos que había logrado en la capital. Escribe Essay of Health and Long Life (1724) y Essay Concerning the Nature of Aliments (1731), mientras persevera en su lucha contra la obesidad. Percibe a su cuerpo como una monstruosidad que representaba la oscuridad de su alma. Finalmente, se restringe únicamente a leche y vegetales y logra una pérdida de peso sustancial que asocia a la vez un estado de purificación y salud. Le escribe a Richardson: “deshacerse de la vieja masa dañada, representa el arrepentimiento, la abnegación; evitar las ocasiones para la sensualidad y el pecado, es arrojar al hombre que era con todas sus obras de oscuridad”.
The English Malady (1733) recoge su experiencia personal y clínica, Cheyne incluye en la obra gran cantidad de casos que analiza y clasifica y le permiten distinguir tres categorías: “El desorden menos serio está alojado principalmente en el tubo digestivo y puede curarse a través de una dieta apropiada y evacuaciones. El segundo tipo de la enfermedad es más seria, se extiende aa los ‘jugos’ y órganos, y requiere una dieta estricta y medicamentos enérgicos. La tercera categoría es ‘casi incurable’ porque el cuerpo está dañado de manera casi irreparable y sólo pueden ayudar una estricta medicación y una dieta rigurosa de vegetales y leche” (Guerrini: 150). En el primer grupo encontramos mayormente a mujeres, espíritus débiles y conductas histéricas. Entre los segundos abundan los varones, aquejados de abatimiento, nerviosismo, hipocondría, convulsiones y paroxismo. Finalmente, en el tercer grupo tantas mujeres como hombres, que pueden padecer dolores causados por tumores en el pecho o artritis: la abstinencia y la purificación del cuerpo tanto en esta última categoría como en las demás irá pareja de una evolución espiritual liberadora que aleja melancolía, temores y terrores que crucifican al paciente a través del sufrimiento.
Anita Guerrini comenta que la popularidad de Cheyne no estaba desligada del componente espiritual de la cura y sugiere que “las clases gobernantes probablemente no confiaban demasiado ni en la secularización ni en un anglicanismo suavizado (…) se sentían culpables, y Cheyne, teólogo y médico, los absolvía”.
CARTAS DEL DR. CHEYNE A SAMUEL RICHARDSON
Bath, 12 de enero 1740
Estimado señor:
Su presente queja, que usted describe con tanta precisión, se debe enteramente a nervios causados por las flatulencias… esto no acarrea ninguna consecuencia peligrosa. Si le llegara a producir terror o confusión o falta de atención a los negocios, el único alivio lo conseguirá tomando una o dos cucharada de té de tintura de asafétida en agua peonía, bébala en cualquier momento como infusión en frío en un vaso de agua con menta piperita. Esto hará que usted libere los gases en abundancia y se sienta aliviado. Me preguntaba si no se habría conseguido usted un chamber horse[4], elemento universalmente conocido y utilizado ahora en Londres en las casas de los profesionales. Es, sin lugar a dudas, admirable y posee todos los buenos y beneficiosos efectos del trote a caballo, excepto el aire fresco (…) se puede comprar por un par de libras y es más necesario que una cama o una cuna para los niños o las personas mayores. Sobre él, usted podrá hacer dictados, administrar sus asuntos o leer; incluso cabalgar de a dos es más ameno que hacerlo solo. Yo he encontrado en él un gran beneficio. Deseo que usted comience los baños fríos de inmediato, limpian tanto como astringen. Su dieta es bastante buena, de las moderadamente saludables y, aunque puede traerle algún trastorno, no derivará en desajustes mortales.
Su sincero, afectuoso y agradecido servidor, George Cheney
Asegúrese de tomar un whisky o píldoras de goma arábiga una o dos veces por semana.
[1] BURTON, Robert. [1621(2003)]. Anatomía de la melancolía. Madrid: Asociación española de Neuropsiquiatría; todas las citas de la obra pertenecen a esta edición.
[2] The London Medical Gazette: 1827/1828[2], Vol. 1, p. 537, en http://books.google.com.ar/books?id=YX2gAoauSfkC&dq , consultado el 14-03-2014.
[3] Cheyne, G. (1733) The English Malady. London: Strahan and Leake. (La relación entre la ciudad y el relajamiento de las costumbres –con la consiguiente caída en el vicio y en el pecado– es de larga data, particularmente la visión puritana del comercio portuario londinenses como origen de la perdición había sido sugerida ya por William Harrison en su Descripción de la Inglaterra isabelina de 1587.
[4] Era una silla con fuelles, precursora de las máquinas para hacer ejercicio. Cheyne solía ser un entusiasta de los resultados que podían conseguirse con ella y la recomendaba asiduamente a los pacientes hipocondríacos.
Cómo sanear el desvío de los cuerpos
por Elina Montes
Una de las más evidentes preocupaciones de William Harrison (1534-1593), cuando elabora los diferentes cuadros de su Descripción de la Inglaterra isabelina[1] es comprobar el relajamiento de las costumbres que se ha vuelto alarmante, principalmente en la ciudad de Londres, de la mano de de dos factores íntimamente relacionados.
El primero de ellos es la diversificación del consumo como efecto de una mayor acumulación de capitales y un más fácil acceso a productos provenientes del exterior. Así, se produce, según Harrison un gusto por el exceso que trastroca los hábitos, hace retroceder u olvidar valores tradicionales, mayormente vinculados –según él- con la contención, el recato y una adecuación a las necesidades de la salud del cuerpo de los ingleses.
Los banquetes prolongados, son una exhibición de manjares preparados según la moda francesa, que multiplica innecesariamente el número de platos, introduce ingredientes exóticos al que los organismo de la isla están desacostumbrados y promueve -de este modo- una suntuosidad que “produce una rápida destrucción de la salud natural”. Alejados de prácticas más austeras, “la nobleza, los caballeros y los mercaderes” londinenses, a través de los prolongados festines, dilapidan no sólo la vida útil de sus cuerpos, sino que -a la vez- provocan “un gran gasto de tiempo” productivo, que acarrea un daño en el cuerpo social.
El segundo motivo de alarma para Harrison proviene del ámbito de la moda que alienta la mutabilidad:
hoy no hay nada como la manera española, mañana, los juegos franceses y aún, más allá de este vestido, está el de la alta moda alemana, y aún así la manera turca es la que más me gusta en general o si no la vestimenta morisca, las pieles bárbaras y el mandillón usado para Colley-Wester, y los calzones cortos franceses hacen la vestimenta tan cómica que, excepto que haya un perro con jubón, no veréis a nadie tan disfrazado como lo están mis compatriotas en Inglaterra” (104)
Los juicios sobre la moda, en Harrison, están fuertemente influenciados por la escena teatral en la que los actores travestidos para actuar los papeles femeninos inducen a un desvío de otra naturaleza, el que naturaliza una confusión de géneros que se reproduce en la escena urbana:
Tanto es así ahora que ha llegado a suceder que las mujeres se conviertan en hombres, y los hombres se transformen en monstruos; y esos buenos presentes que el Dios Todopoderosos nos ha dado para satisfacer nuestras necesidades por completo (como una nación que ha trastrocado del todo la gracia de Dios en la lascivia porque “Luxuriant animi rebus plerumque fecundis”[2] no de otro modo los derrochamos con esos excesos, como si no tuviésemos ninguna otra forma de gastarlos y consumirlos. (105)
La mirada puritana de William Harrison se horroriza ante la porosidad de las fronteras que separan los sexos, y que la figura del travestido estimula en el imaginario popular. La mujer travestida de hombre resulta inquietante para él, pero el hombre travestido deja aflorar -sin embargo- lo monstruoso.
Las descripciones de Harrison le hablan al lector contemporáneo del gran dinamismo urbano y de los profundos y acelerados cambios que se estaban gestando en la Inglaterra de fines del siglo XVI.
Junto con eso, se vuelve manifiesto que también comienza a resquebrajarse una concepción del cuerpo individual que se pensaba íntimamente religado al cuerpo social, a través incluso de la iconografía de la Cadena del ser. Por eso, los excesos de la ingesta o la profusión de telas y colores transgreden mucho más que los límites del decoro y la saludable continencia, producen la disipación de una estructura en la que, el orden de las cosas asegura la inobjetable pertenencia a una tradición y a una identidad social en la que, incluso, se hace descansar el ideal de una equidad distributiva.
La advertencia sobre la que se ciernen los diferentes cuadro de la sociedad isabelina es contra un excedente que se relaciona particularmente con la actividad comercial: toda una miscelánea de productos que desembarcan de las bodegas y del puerto se derraman por el espacio urbano. En diferentes planos de la vida cotidiana, lo foráneo adquiere el perfil de aquello que debilita el cuerpo (desvirtúa el paladar, agota las fuerzas, confunde la mirada, etc.), es en este sentido también que cobra vigor la alerta sobre todo lo que se infiltra y que hace peligrar el organismo. En Lo limpio y lo sucio, Georges Vigarello advierte sobre los temores del siglo XVI a los contagios que denuncian “la porosidad de la piel, como si fuera posible la aparición de innumerables troneras, puesto que las superficies desaparecen y las fronteras se vuelven dudosas”. La metáfora médica –que apunta a los cuidados de la higiene (alertar contra lo que engendra peligrosas fisuras por las que puede filtrarse la peste) –está sugerida en los textos de Harrison en los que se alienta a una práctica de contención y un retorno a costumbres austeras, menos ostentosas y afectadas, que eviten la filtración ponzoñosa de hábitos foráneos que afectan la salud del cuerpo social.
[1] La obra fue traducida al español por un equipo de docentes de la UBA y publicada en una preciosa colección que, lamentablemente, se discontinuó, la Colección de libros raros, olvidados y curiosos, publicada por OPFyL, la oficina de prensa de la Facultad de Filosofía y Letras.
[2] Ovidio, “en la prosperidad, se da rienda suelta a las pasiones”.
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