Agostina Fernández[1]
El problema de la definición de lo humano adquiere particular relevancia durante el siglo XIX, en función de la “herida narcisista” (Cragnolini, 2014:26) que asesta C. Darwin, colocando, con su teoría de la evolución, al hombre frente a frente con su animalidad. Distintas ciencias y proto-ciencias se instituyen sobre esta fisura: la criminología, la anatomía comparada, la psicología, entre otras, se afianzan con el fin de relocalizar la diferencia entre el hombre y el animal en el interior del viviente humano, “in the process of identifying and excluding deviant and degenerate individuals” (Botting, 1996:136). Volver a trazar la línea entre razón y pasiones, entre humanidad y animalidad, volver a separarse de ese resto indeseable en el hombre implicará, pues, estudiar, categorizar y excluir, intentos a los que no resulta ajena la producción literaria contemporánea. En este sentido, desde el lúdico nonsense al revival gótico finisecular, textualidades tan disímiles como Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll (2013 [1865]) y Dracula de Bram Stoker (2000 [1897]) desafían estos intentos racionalistas de localización de la frontera entre humano y animal a través de una puesta en escena de identidades liminales, mixtas, desplazadas. En este trabajo se analizará, pues, el modo en que los personajes de Alicia y Renfield ponen en jaque el mecanismo de producción de lo humano al pervertir el gesto soberano de devoración.
Pensar lo humano como artificio constituye un punto de partida en Lo abierto de Giorgio Agamben, quien define lo humano como “el lugar de una decisión incesantemente actualizada” (2006:76). En este sentido, Agamben formula el concepto de “máquina antropológica” para dar cuenta del proceso por el cual el hombre debe reconocerse y separarse de un no-hombre para definirse a sí mismo (íd.:75). Esta expulsión de la animalidad tensiona, consecuentemente, una relación de poder, de inclusión y exclusión simultáneas, que reenvía a la definición humanista del hombre, expuesta por Mónica Cragnolini en términos de “sujeto representativo, autónomo y propietario, que ‘objetiva’ al mundo” (2014:18), con lo que en la definición de lo humano se juegan los lugares de sujeto y objeto, actualizando la oposición yo-Otro, hombre-animal. No obstante, la relación es siempre asimétrica: un sujeto humano se instituye como tal en función de su posibilidad de dominar, excluir, aniquilar o devorar al animal, al Otro devenido cosa. De este modo, la soberanía del hombre entre lo viviente, que cada gesto de objetivación actualiza, se desprende tanto del dominio material ejercido como de la posibilidad de establecer categorías claras y distintas.
Con todo, son las fisuras en este accionar del yo mayestático lo que se textualiza en las distintas transgresiones decimonónicas, operando simultáneamente sobre la noción de hombre y los intentos positivistas de establecerla rígidamente. La inversión de jerarquías y la aparición de híbridos y monstruos desafían la posibilidad misma de formular categorías, poniendo en evidencia la labilidad y fragilidad constitutiva de lo humano. Más aún, encarnando humanidades difusas, las identidades que se analizan a continuación pervierten lo humano sin abandonarlo, prueban su flexibilidad, instituyéndose como abyectas. “No yo. No eso. Pero tampoco nada” (Kristeva, 1998:9), lo abyecto en Renfield y Alicia desafía la posibilidad misma de trazar un límite, denunciando la arbitrariedad de todo intento de definición de lo humano, en función de una puesta en jaque del gesto de soberanía que constituye su núcleo: la devoración del animal.
My pet lunatic
La novela gótica de Bram Stoker, Dracula (2000), se abre a estas tensiones desde diversas aristas, oponiendo a los protagonistas un Otro extremo en la figura del vampiro. Mas un personaje en particular, de apariciones intersticiales, habilita el acceso al núcleo del problema de lo humano: el paciente Renfield, cuya función intradiegética, como aquel que permite al Conde invadir el último refugio del nosotros, lo posiciona en el umbral. En este papel de frontera, a la vez límite y puente entre el hombre y la alteridad, Renfield se encuentra tensionado en su propio interior por las categorías de sujeto y objeto, hombre y bestia.
Un maníaco dedicado a capturar, domesticar y alimentar animales, Renfield monta una cadena trófica a la cabeza de la cual se encuentra él mismo, como devorador de todos los demás, así asegurando su dominio. Este trato de sus “pets” (Stoker, 58) constituye el modo central de la subjetivación de Renfield, en cuanto
He has managed to get a sparrow, and has already partially tamed it. His means of taming is simple, for already the spiders have diminished. Those that do remain, however, are well fed, for he still brings in the flies by tempting them with his food. (Stoker, 59)
Es la domesticación, ese “acto paradigmático de lo masculino (…) por medio del cual el hombre se hace a sí mismo” (Haraway, 2003:50), lo que permite trazar un primer paralelismo entre el zoófago y la definición moderna del hombre. A este ejercicio humanista de dominio material se agrega, inmediatamente, un modo cientificista de subjetivación, dada por la operación de un “saber como poder” que decanta al viviente en número[2]. En un gesto paródico del racionalismo victoriano, Renfield ocupa el lugar del científico estudiando al animal, puesto que “he keeps a little note-book in which he is always jotting down something. Whole pages of it are filled with masses of figures” (Stoker, 59). Doble proceso, en consecuencia, de constitución de lo humano en Renfield, que articula dos modos perfectamente coherentes de captura del animal.
Sin embargo, esta fórmula binaria y jerárquica es inmediatamente desestabilizada, dado que la objetivación del animal no es homogénea: Renfield no es, en definitiva, un carnívoro, sino “a zoophagus (life-eating) maniac, what he desires is to absorb as many lives as he can” (Stoker, 60). La consideración de la criatura como “vida” acarrea una disolución de las jerarquías del mundo natural, una igualación de todo lo viviente que hace caer, en consecuencia, el propio lugar del hombre. Oficiando de narrador, Seward se cuestionará “at how many lives he values a man” (61), pregunta que encuentra su respuesta en la última aparición de Renfield, en que el bestiario que el Conde le había ofrecido se describe como “all lives! All red blood, with years of life in it” (p.232). Se produce, entonces, un cortocircuito entre la institución del hombre como ser soberano que objetiva a los animales y esta disolución de las diferencias entre ambos.
En este marco, la vacilación en las descripciones del propio Renfield adquiere particular relevancia: por momentos calmo, por momentos frenético, se crea para él la categoría de zoófago dada su peculiaridad (Stoker, 60), pero se busca diagnosticar a su vez manía religiosa (íd., 84), persistiendo la incomodidad de un resto no localizable. “The case of Renfield grows ever more interesting” (íd., 90), “zoophagus patient still keeps up our interest in him” (íd., 96), “I am puzzled afresh about Renfield” (íd., 223) son algunas de las fórmulas con que se abren los pasajes del diario del Dr. Seward dedicados a este personaje, señalando una y otra vez la fascinación creciente y el intento, siempre fallido, de conocerlo, clasificarlo, neutralizarlo. Es en función de esa falla, de ese resto, que se abre la abyección en Renfield, en tanto, embarcado en el proyecto monstruoso de extender la propia vida más allá de los límites de la naturaleza[3], pone en juego un gesto paradigmático de lo humano que se codifica, a su vez, como bestial, encrucijada en que se juega la definición misma del personaje y del Hombre.
La animalización de Renfield se textualiza, en primer lugar, en función de su cuerpo, cuya fuerza lo hace “more like a wild beastthan a man” (Stoker, 86). Pero es el disgusto que produce su ingesta, el hecho de que “he has eaten his birds, and that he just took and ate them raw!’” (íd., 68), lo que perturba la identidad de Renfield. Más aún, este gesto abyecto se pone abiertamente en tensión con una nueva manifestación de humanidad: “Here was my pet lunatic talking elemental philosophy, and with the manner of a polished gentleman […]. It was hard to imagine that I had seen him eat up his spiders and flies not five minutes ago” (íd., 194). La tensión entre lo humano y lo animal atraviesa a Renfield en su propio seno, posicionándose, en cada episodio, en un lugar diferente, y lo que comenzara como un acto de dominio humano sobre la naturaleza se transforma en gesto bestial. Disuelto ya entre categorías, Renfield se torna monstruoso al extremar la dejerarquización de criaturas y atacar a Seward, combinando la animalización de “he was lying on his belly on the floor licking up like a dog the blood which had fallen from my wounded wrist (íd., 118) con el gesto blasfemo de citar los Evangelios, “simply repeating over and over again: ‘the blood is the life! The blood is the life!’” (ibíd.), que lo acerca como nunca a Drácula.
No obstante, Renfield se distingue del vampiro, en función, precisamente, de su hibridez. Mientras el Conde, extranjero, invasor y criatura sobrenatural, se constituye como un Otro absoluto, Renfield se mantiene “muy cerca, pero inasimilable” (Kristeva, 1998:7), escapando continuamente a la mecánica por la cual el hombre traza límites y compone categorías, esto es, el artificio por el cual se define a sí mismo. La diferencia entre Drácula y Renfield está dada por la posibilidad de conocer y clasificar, siempre que “it was the doubt as to the reality of the whole thing that knocked me over […]. But, now that I know, I am not afraid, even of the Count” (Stoker, 156, énfasis en el original), y es en función de ese saber que el vampiro puede ser exorcizado. Por contrapartida, es la inestabilidad constitutiva de Renfield, su elevación a hombre por medio de un gesto animalizado, su oscilación, lo que lo constituye como una amenaza a la posibilidad misma de identificar y excluir su degeneración, de diferenciarlo o asimilarlo definitivamente a lo humano, de expulsar, pues, su radical abyección.
La niña-serpiente
Es también en función de una oscilación en la identidad del personaje que puede pensarse la abyección en Alicia en el país de las maravillas (2013) y sus implicancias para el artificio de producción de lo humano, aunque los medios que hacen a esta disolución difieran. Arrojada a un mundo extraño, Alicia se enfrenta a un esquema de alteridades en continuo movimiento, encontrando en cada episodio una nueva lógica y un nuevo yo, que se contrapone no sólo a la propia de la superficie, sino también a la inmediatamente anterior. En este marco, el problema de la devoración permite trazar un hilo de continuidad en la desestabilización de lógicas que propone la nouvelle, en función del cual comprender en qué sentido la oscilación de la identidad de Alicia como alteridad la convierte en abyecta.
Desde el primer diálogo que Alicia mantiene con un animal se pone en evidencia la pertinencia del concepto de devoración para pensar las tensiones entre sujeto y objeto en la obra. Frente al Ratón en el Charco de Lágrimas, Alicia no se cuestiona si habla, sino en qué idioma lo hace, primer signo de una subjetivación que alcanzará su forma completa en el comportamiento del animal:
–Oú est ma chatte? – esta era la primera frase de su libro de francés.
El Ratón dio un salto inesperado fuera del agua y empezó a temblar de pies a cabeza.
– ¡Oh, le ruego que me perdone! – gritó Alicia rápidamente, temiendo haber herido los sentimientos del pobre animal. (Carroll, 38)
La posibilidad de expresar su sufrimiento es el signo de la subjetivación del Ratón, en tanto delimita al yo frente a la amenaza que se lo opone, y puede, en función de esto, rechazarla. Se trata de una secuencia que perseguirá a Alicia a lo largo de la obra, conformando uno de los pocos aprendizajes que persisten hasta el final. En este sentido, Alicia debe contenerse, en el diálogo con el Grifo y la Falsa Tortuga, de expresar que cuanto conoce de langostas proviene de la mesa, “por las dudas de que alguien se sintiera ofendido” (Carroll, 119); y más adelante, hablando de la pescadilla, “se contuvo a tiempo y guardó silencio” (íd., 122): ya no debe siquiera mencionarse el motivo, la lección fue incorporada. En la materialidad del lenguaje carrolliano, la sola mención del animal como comida materializa la amenaza de devoración, con lo que la protagonista arriesga su expulsión de este mundo habitado por animales humanizados.
Es en función de la subjetivación del animal que se puede pensar la inversión de las jerarquías en el País de las Maravillas, que relocaliza los lugares de sujeto y objeto. En tanto amenaza, Alicia se identifica con el Otro, pero, una vez más, no hay linealidad: siempre que el sujeto se desplaza en cada episodio, también su opuesto se hará inestable. Esto se debe a que, paralelamente a lo que sucediera en Dracula, tampoco aquí la subjetivación es homogénea, como puede verse en el ejemplo cabal de la Falsa Tortuga. Descripta como un ingrediente al tiempo que se subjetiva en el uso de mayúscula del nombre propio, el animal es sujeto y comida a la vez: “¿Nunca has comido sopa de tortuga? – preguntó la Reina -. Pues hay otra sopa que parece de tortuga, pero no es de auténtica tortuga. La Falsa Tortuga sirve para hacer esta sopa” (Carroll, 111). La simultánea objetivación y subjetivación de la Falsa Tortuga vuelven a textualizarse en el cierre de su aparición, en que canta un lamento al hecho de ser transformada en sopa, hecho que remite a la expresión del sufrimiento del Ratón como modo de humanización. Los animales en el País de las Maravillas se constituyen, en consecuencia, como sujetos que lamentan su objetivación, y, sin embargo, la asumen.
Es a esta heterogeneidad que responde la inestabilidad identitaria de Alicia. Frente a animales a la vez subjetivados y objetivados, su alteridad se tensiona entre la condición de amenaza a expulsar y la soberanía que detenta en su poder de devoración. Este posicionamiento como alteridad amenazante se manifiesta ejemplarmente en el encuentro con la Paloma. A partir de una transformación del cuerpo, suceso que vehiculiza, las más de las veces, los cuestionamientos de la protagonista sobre su identidad, Alicia descubre que “su cuello se doblaba con mucha facilidad en cualquier dirección, como una serpiente” (Carroll, 69), hecho que la Paloma confirma inmediatamente en el gesto acusatorio: “¡Serpiente! ¡Serpiente!” (íd.). No obstante, este episodio agrega una nueva dimensión al desplazamiento de Alicia de sujeto a otra cosa, siempre que lo que la convierte en serpiente no es, del todo, su cuello, sino su poder de devoración:
– Las niñitas también comen huevos, igual que las serpientes, ¿sabe?
– No lo creo – dijo la Paloma – pero si es verdad que comen huevos, entonces no son más que una variedad de serpientes, y eso es todo. (Carroll, 70-71)
Desde el posicionamiento de la Paloma como yo, invadida por esta niña-serpiente, la devoración es prerrogativa de la alteridad, y es en tanto tal señal clara para su consecuente expulsión, esquema que los encuentros antes analizados reproducían veladamente. Sea gato, hombre o serpiente, la identidad de Alicia es su carácter antagónico, con lo que se disuelve en un espacio vacío a ser llenado por el yo de cada episodio. Es en función de estas metamorfosis que puede leerse la categoría de abyección en Alicia, siempre que su única continuidad es su ser expulsada, tomando cada vez la forma de una amenaza a un sujeto débilmente erigido como tal. En este sentido, como aquello que “solicita y pulveriza simultáneamente al sujeto” (Kristeva, 1998:12), la abyección de Alicia responde, una vez más, a todos los intentos fallidos de reconocimiento: en su condición de Afuera radical, la irrupción de Alicia habilita el cuestionamiento sobre el propio lugar de sujeto soberano de cada uno de los personajes con los que se topa, y, más aún, sobre la posibilidad misma de erigir un límite claro entre ellos.
Conclusión

El riesgo permanente de expulsión de que es objeto Alicia se cierra como correlato de los intentos fallidos de inclusión o delimitación de Renfield, confluyendo ambos personajes en una existencia liminal en función de su poder de devoración. Entre animales humanizados y hombres animalizados, tanto Alicia como Renfield se abren en un pliego entre identidades, atravesados por un campo de tensiones y continuamente relocalizados. Quebrados “en el linde de la inexistencia y de la alucinación, de una realidad que, si la reconozco, me aniquila” (Kristeva, 1998:9), materializan en su inestabilidad constitutiva un desafío al límite, a las categorías, al núcleo mismo de lo humano, al poner en evidencia el íntimo contacto entre humanidad y animalidad en el gesto de devoración. Desde el nonsense carrolliano o la transgresión gótica, estas identidades abyectas exponen las limitaciones del racionalismo y el humanismo para operar sus sistemas de clasificación y exclusión, mas, sobre todo, denuncian la arbitrariedad de lo humano, al revelar que el gesto que define su soberanía sobre el resto de lo viviente es, también, el que define a la alteridad.
Fuentes
Carroll, L. Alicia en el País de las Maravillas. Buenos Aires: Salim, 2013.
Stoker, B. Dracula. Hertfordshire: Wordsworth Editions, 2000.
Bibliografía
Agamben, G. Lo abierto. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2006.
Berger, J. “Por qué mirar a los animales?” en El Jarocho Verde, n° 13/14 (03 2001): I-X.
Botting, F. Gothic. London: Routledge, 1996.
Cragnolini, M. “Extraños animales: la presencia de la cuestión animal en el pensamiento contemporáneo”. Revista Latinoamericana de Estudios Críticos Animales, 2014: 14-33.
Haraway, D. “Relatos de evolución” en Manifiesto de las especies de compañía, 47-59. Buenos Aires: Sans Soleil, 2003.
Jackson, R. Fantasy: literatura y subversión. Buenos Aires: Catálogos, 1986.
Kristeva, J. “Sobre la abyección” en Poderes de la perversión. Ensayo sobre Louis-Ferdinand Céline. 7-45. Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 1998.
Imágenes
1. Imagen de stock “Satire on Charles Darwin’s theory of evolution”, de El Museo Popular, publicado en Madrid, 1887 https://www.alamy.es/foto-la-satira-sobre-la-teoria-de-charles-darwin-de-la-evolucion-51154517.html
2. Punch Magazine, Am I a Man and a Brother? 18 de mayo de 1861. https://books.google.co.uk/books?id=mqIwAAAAYAAJ&dq=editions%3Ao0ZG0cjtFIAC&pg=PR1#v=onepage&q&f=false
3. Grandville, J. “Le roi des pingouins” en Scènes de la vie privée et publique des animaux (1840-42). https://books.google.com.ar/books?id=GNcgiY-eRQgC&pg=PA306&lpg=PA306&dq=Grandville+-+Le+roi+des+pingouins&source=bl&ots=-ZeCMm4ZFm&sig=ACfU3U2iWrdcOisSkvpPILmwRuGAM1U1VA&hl=es&sa=X&ved=2ahUKEwjClKrl-9DvAhVKH7kGHVPDBEE4ChDoATAAegQIARAD#v=onepage&q&f=false
[1] Agostina Fernández es alumna avanzada de la Carrera de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y lo que leemos a continuación es el trabajo que ha presentado en su exposición del final de la materia Literatura Inglesa en el 2021. Contacto: afernandezou@gmail.com
[2] En este sentido argumenta J. Berger en “¿Por qué mirar a los animales?” que “cada elemento que añadimos a nuestro conocimiento de los animales es un indicador de nuestro poder sobre ellos” (2001: VII).
[3] Se trata del signo central de la monstruosidad del propio Drácula, en tanto “disuelve la frontera vida/muerte (…). Está más allá de la vida orgánica” (Jackson, 1986:120)